Escribió Josep Pla que España parecía un país abarrotado a ras de suelo, pero que esa impresión se difuminaba al cruzarla en avión, cuando se podía comprobar que casi todo estaba vacío. Las ciudades eran manchas en mitad de un enorme territorio en el que no se veía ni un alma; y en el que las cordilleras de montañas parecían venas inflamadas que discurrían hasta poco antes de alcanzar el litoral. Es difícil describir el paisaje sin elevarse o, al menos, sin imaginarlo desde las alturas. El ejercicio es especialmente necesario. También en nuestros días y en casos como el de Begoña Gómez, dado que sus implicaciones trascienden lo personal y lo político e ilustran sobre algunos de los grandes cánceres que azotan a este país debilitado.

Podría parecer desde el terreno que el país rebosa satisfacción al apreciar la alegría de las terrazas o la salida de los teatros de Gran Vía. Nada más lejos de la realidad. España se despeña estos días por un gran vacío ético cuyas raíces son múltiples. Una de ellas asoma en la última carta del presidente del Gobierno, en la que tiene la desfachatez de afirmar que Gómez sufre ataques, entre otras cosas, por ser “una mujer trabajadora”, como si todo esto fuera una cuestión de machismo e igualdad; y no de presunto tráfico de influencias.

Quien lanza ese mensaje miente a sabiendas, pero no es más culpable que quien se lo cree y votará este domingo para frenar la cruzada judicial contra el Gobierno, contra el progresismo o contra la democracia. No es menor este asunto: un pueblo que supedita su opinión al desenlace de los psicodramas que despliegan sus dirigentes es manipulable. Es una ciudadanía que ha dejado de atender sus convicciones y su razón para que no alteren el guión de la película. De la versión oficial, que está basada en una argumentación tramposa.

Dinero cómplice

Pero estos hechos no son los más inquietantes. Debería preocupar más el comportamiento de algunos actores que han aparecido en un segundo plano dentro de esta historia y a los que no se ha señalado lo suficiente. Son Google, Telefónica e Indra. Las tres empresas que enviaron a algunos de sus altos más directivos a despachar con Begoña Gómez y que no dudaron (o no lo parece) a la hora de aportar fondos para el cepillo de 'la presidenta'.

Pocos síntomas ilustran mejor sobre el deterioro de la salud de un país como el capitalismo de amiguetes; y España lo sufre de forma grosera. Sus manifestaciones son especialmente escandalosas en el sector público-privado, donde los gobiernos nombran y destituyen en función de filias, fobias y amistades; y donde el presidente del Gobierno pudo permitirse el lujo de situar al frente de Correos a un amigo, pese a que eso le haya costado más de 1.000 millones de euros en pérdidas a los españoles. Defender determinados 'paquidermos estatales' implica varias cosas en este sentido. Una de ellas es la de aceptar que no van a estar comandados por especialistas, sino por apadrinados, algo que es fruto de país pobre y cutre.

Pocos síntomas ilustran mejor sobre el deterioro de la salud de un país como el capitalismo de amiguetes; y España lo sufre de forma grosera

Así que a nadie le extraña que Indra -25,1% del Estado- se prestara a financiar el software que necesitaba Begoña Gómez para su máster. A fin de cuentas, es una empresa que hoy está a merced de los vientos de Moncloa. Ya se sabe: quien te nombra porque considera que puedes ser de utilidad para su cruzada, también te puede destituir en caso de que piense lo contrario.

En lo que habría que poner en foco es en lo que hicieron Google y Telefónica. ¿Por qué aceptaron esa petición? ¿Por qué enviaron a tan altos directivos a reunirse con la directora de un cursito universitario? ¿Habrían mandado a los mismos para abordar cualquier cuestión relacionada con otro máster? La respuesta es evidente. Allí saben bien cómo funcionan las cosas... y se adaptan con una actitud que no es abúlica, sino farisea y, desde luego, impropia de quienes deberían aspirar simplemente a devolver a sus accionistas la confianza depositada.

Influencia mal utilizada

No se ha señalado tanto este comportamiento en los últimos días porque no conviene. Porque ya se sabe que la prensa necesita de anunciantes. No obstante, ¿esto no implica también una mala concepción de la influencia? No hay duda de ello. Tampoco las tengo sobre los motivos por las cuales los medios de izquierdas, tan prestos a defender lo público cuando consideran oportuno, no han dicho ni una palabra acerca de la utilización torticera de la Universidad Complutense por parte de Gómez.

El rector calla. Los rectores siempre lo hacen. Desde luego, no cuesta mucho explicar el motivo por el cual la educación superior española rebosa mediocridad y cobardía. Ser intelectual no es sencillo. En España, requiere tragaderas. Si hablas más de la cuenta -si recuerdas lo de los másteres a políticos del PSOE y del PP en sus universidades-, no te llaman para dar conferencias ni para dirigir cursos.

Ser intelectual no es sencillo. En España, requiere tragaderas. Si hablas más de la cuenta, no te llaman para dar conferencias ni para dirigir cursos.

Está en último lugar de este análisis Begoña Gómez, ciega y sordomuda desde hace dos meses, pero no tonta. A nadie parece extrañarle que no haya comparecido para dar explicaciones sobre lo suyo o incluso para defender su inocencia. No pierde ocasión para manifestarse cada 8 de marzo en favor del empoderamiento de la mujer, pero a la hora de la verdad, la representa su marido, que es quien se pronuncia en público y quien publica las cartas. Sin duda, un nefasto ejemplo para el feminismo.

Acostumbraba hasta hace no mucho la reina de la República de España a pronunciar los conceptos solemnes del mundo contemporáneo. Resiliencia, solidaridad, sostenibilidad... También el de democracia. Me pregunto cuál será su opinión sobre la insistencia del fiscal al juez Peinado o sobre el intento del ministerio público de tumbar su caso en la Audiencia Provincial. Como demócrata convencida, seguro que no le gusta ni un pelo.