A Luis XIV, el conocido como Rey Sol que gobernó en Francia desde 1643 hasta su muerte en 1715, se le juntaron dos problemas. Nada tenían que ver con su nación ni con su reinado pero le dejaron varios años tocado porque era incapaz de sobrellevarlos. Uno fue una fístula en el trasero y el segundo una consecuencia de esta: la recomendación de no comer en abundancia. Este no habría sido un problema mayor para cualquier otro monarca pero en el caso del francés supuso un quebradero de cabeza y decidió hacerle caso omiso con tal de poder seguir celebrando su grand couvert.
Porque el borbón celebraba cada noche una cena en la que se servían 20 platos: pato, pavo, marisco, faisán, ostras o jabalí y que iban acompañados de otros 'tentempiés'. Tal era su afición a comer bien, algo que le había inculcado su madre Ana de Austria que, según cuenta Francesca Sgorbati Bosi, autora de A la mesa con los reyes (Gatopardo), llevó a la corte francesa la olla podrida y hasta el chocolate; que no dejaba pasar ni una sola noche sin su banquete.
"Crearon nuevas salsas y refinaron los platos, aunque siguieron comiendo con las manos y bebiendo de una jarra"
Además, dio un paso más y mandó construir un edificio cuadrado para las cocinas, al que llamó el Grand Commun, donde en 1712 llegaron a trabajar 324 personas. Allí, ante la demanda constante del monarca de nuevos platos cada vez más "exquisitos" comenzaron a crear nuevas salsas, como la bechamel, y convirtieron el acto de comer en algo sagrado y de alto nivel.
También se cambiaron las costumbres. Las salsas ya no se servían en los platos antes de entregárselos a los comensales sino que iban a parte y la manteca pasó a ser un elemento fundamental en las cocinas. Algo que no cambió fue el uso de los cubiertos. Tanto Luis XIV como el resto de la familia real, y del país, comían con las manos y en la corte no se ponían cuchillos afilados en las mesas para que no pudieran servir como arma blanca en alguna disputa. Tampoco había vasos, los sirvientes se encargaban de dar bebida a demanda y, si no se tenían sirvientes, se bebía directamente desde una jarra común.
Aquellas cenas en el palacio de Versalles provocaron la envidia de los nobles franceses. Todos querían su grand couvert y comenzaron a contratar cocineros, buscando sobre todo a chefs originales y modernos que se acercaran al nivel de la corte. Todo esto provocó un boom, la necesidad de mejorar la cocina y de hacer de esta una forma de ostentación. También que la cocina francesa se convirtiera en una de las más deseadas del mundo y, aunque muchos años más tarde, cuando llegó la revolución y los monarcas y los nobles ya no eran bienvenidos; estos chefs fueron a otros lugares del mundo expandiendo su gastronomía.
Pero volvamos a Luis XIV, porque de aquella glotonería que le caracterizaba pasamos a un problema de salud que casi le impide hasta levantarse de la cama para cenar. El monarca pasó diez años sufriendo un dolor terrible que le impedía llevar a cabo sus tareas diarias y que procedía de una fístula que le había salido en el trasero.
"El rey de Franco recurrió a ungüentos y remedios caseros que lo único que hicieron fue aumentar su dolor y el tamaño del problema"
En aquella época la cirugía no estaba muy bien vista ya que los pacientes tenían una alta probabilidad de morir durante las intervenciones debido a la falta de medidas de higiene y algún que otro matasanos que aseguraba haber estudiado medicina. Así que el rey de Francia se pasó todo ese tiempo recurriendo a ungüentos y remedios caseros que lo único que hicieron fue aumentar su dolor y el tamaño del problema.
Como explicó José Antonio Rodríguez Montes, catedrático emérito de Cirugía de la Universidad Autónoma de Madrid y experto en este tipo de intervenciones, a la BBC: "Luis XIV consumió unos 2.000 purgantes y más de 1.500 enemas, según cálculos realizados por los historiadores, además de todos los tratamientos médicos que tanto hicieron sufrir al monarca".
Así que al final su médico personal, con la ayuda de su ministro de Guerra, François-Michel Le Tellier, logró convencerlo de que la única solución era extirparlo. Y el 18 de noviembre de 1686 Claude François Félix de Tassy junto con el cirujano Bessiéres y otros dos médicos más, además de dos boticarios y el confesor real que estuvo allí todo el rato por petición del monarca, hicieron la operación en uno de los salones del palacio.
Fue todo un éxito y, tras un década de agonía, sólo tardó dos meses en recuperarse del todo y recibió "el alta" el el 15 de enero de 1687. Todo el proceso se recogió en Journal de la Santé du Roi Louis XIV, que ahora se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, y que incluye también los datos técnicos de la operación.
Desde ese momento, la cirugía tomó otro rumbo en el país. La gran recuperación del rey fomentó su uso y, sobre todo, su modernización. E incluso aquella operación sería el detonante del himno de Inglaterra. Porque tras la preocupación que generó la operación de Luis XIV muchas mujeres se congregaron en el convento de Saint-Cyr, donde él fue a dar las gracias, y le cantaron la canción Dieu Sauve le Roi con música de Jean Jean-Baptiste Lully, lo que luego pasaría a ser años más tarde el principio del God Save the King de los ingleses.
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