Del mismo modo que dejamos de llevar sombrero, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, ya casi nadie lleva pañuelos de tela. La spielbergiana despedida asomados a la ventanilla del tren ondeando un pañuelo blanco con las iniciales bordadas ha dado paso a los besos al aire antes de secar una furtiva lágrima con un pañuelo de papel. Los tiempos cambian pero como todo, siempre hay una historia. Y la de los pañuelos desechables cumple hoy cien años.

Todo empezó un poco antes, durante la Primera Guerra Mundial, cuando la empresa americana Kimberly-Clark creó un papel crepé que servía como filtro para las máscaras antigás. Una vez finalizada la guerra, la compañía buscó la manera de aprovechar la patente con un producto comercial a gran escala. Y lo hizo bajo la marca Kotex de productos relacionados con la higiene íntima femenina, como compresas y diferentes tipos de apósitos.

Años más tarde, un día como hoy en 1924, se creó lo que hoy conocemos (y pedimos si nos ha venido la alergia de repente) como Kleenex. Y con ella, “una nueva y maravillosa forma de eliminar la crema fría”, tal y como promocionaba el producto como su principal función. 

Formado por la combinación del sonido de clean (limpiar, en inglés) y “ex” (las últimas dos letras de Kotex, la marca que lo vio nacer), los clínex –ya reconocida la palabra en castellano por el diccionario de la RAE– comenzaron a utilizarse como “pañuelos absorbentes” en 1927. Y a partir de ese momento, su uso no hizo más que extenderse.

La empresa comenzó a recibir cartas de sus consumidores relacionando los clínex con los resfriados. Ellos hicieron de necesidad, virtud, y pusieron en palabras el nuevo atractivo que sus propios clientes le habían descrito: “los pañuelos que se pueden tirar”. Nada como practicar el desapego.

Absorber y desechar

Esa “modernidad líquida” de la que hablaba el sociólogo Zygmunt Bauman para referirse a los vínculos de usar y tirar de la sociedad actual, materializada en pañuelos de papel. Ya no hay un único pañuelo de tela lleno de manchas de procedencias indeterminadas; ahora si se nos ha caído el café encima, usamos dos de papel que irán directos a la basura nada más terminen de absorber lo derramado.

Y fueron precisamente esas dos funciones, absorber y desechar, las que hicieron que en la década de los años 50 los clínex fueran un accesorio indispensable en los camerinos y escusados de las estrellas de Hollywood. Eran perfectos para quitar el exceso de maquillaje, limpiarse el cutis antes de acostarse y sonarse la nariz; con el añadido de poder tirarlos directamente después de utilizarlos. Funciones que el paso del tiempo no ha desdibujado, y que han conseguido que hoy el nombre de la marca haya fagocitado al de su función y haya hecho que llamemos indistintamente pañuelo absorbente y clínex al mismo producto.

Cien años más tarde, los llamemos como los llamemos y seamos estrellas de cine o solo personas con una alergia severa al polen, seguimos prefiriendo estar cerca de alguien que siempre tenga un paquete a mano.