Keir Starmer acaba de ganar las elecciones en Reino Unido con una mayoría aplastante. Los conservadores se han hundido como consecuencia de sus propios errores, que comenzaron con el Brexit.

"Un triunfo contra corriente", dicen algunos comentaristas. "Mientras que en Europa avanza la extrema derecha, en Reino Unido arrasan los laboristas", proclaman otros. Pues ¡vámonos todos a Londres!

La cuestión es que vivimos bajo el influjo de una hipérbole que la izquierda ha manejado con proverbial habilidad. Con tal de dañar a la derecha (que es la alternativa real) ha fabricado la tesis de que cada vez está más radicalizada por influjo de la extrema derecha. No es extraño escuchar en estos días a algunos diputados del PSOE, de Sumar y otros miembros de la llamada 'mayoría de progreso', que "es difícil distinguir al PP de Vox".

Como se vio en las elecciones generales de hace un año, el truco del miedo le funcionó al PSOE y, lo que se esperaba que podía haber sido un triunfo amplio del PP, se quedó en una victoria corta e insuficiente para gobernar. Por tanto, el PSOE volverá a utilizar esa cantinela una y mil veces mientras le siga funcionando.

El peligro que tiene usar la exageración como arma política es que a veces se cae en el ridículo. Un ejemplo de ello es lo que hizo Pablo Iglesias en 2021 cuando se presentó en Madrid como cabeza de lista de Podemos "para derrotar al fascismo". Ayuso se quedó al borde de la mayoría absoluta (65 escaños) y Podemos fracasó estrepitosamente (10 escaños).

La política de brocha gorda tiene esos inconvenientes.

La ola ultra que recorre Europa no es tan fiera como la pintan... de momento. Si nos fijamos en el resultado de las elecciones europeas del pasado mes de junio, el ganador claro fue el Grupo Popular Europeo (188 escaños), seguido del Grupo de los Socialistas y Demócratas (136 escaños). Es verdad que la suma de Conservadores y Reformistas (en el que se encuadra el partido de Meloni) y de Identidad y Democracia (en el que está el grupo de Le Pen), aumentó su peso desde los 118 escaños que obtuvo en 2019, a los 141 que obtuvo el pasado mes de junio, pero la representación de los grandes grupos de derecha, centro e izquierda en el Parlamento europeo da un cómputo de 395 escaños. Es esa mayoría la que ha posibilitado el pacto para los puestos de presidente de la Comisión (Von der Leyen), presidente del Consejo (Costa) y Alto Representante para Asuntos Exteriores (Kallas).

Lo que ha sucedido es que los grupos de extrema izquierda y los verdes han caído de manera significativa. Pero la extrema derecha no ha crecido a costa de la derecha.

Tampoco es cierto que la extrema derecha sea un bloque cohesionado y homogéneo. No es lo mismo Fratelli d'Italia que Rassemblement National. Ni tampoco esos partidos comparten todo el ideario de Alternativa por Alemania.

Núñez Feijóo tiene que marcar distancias respecto a Vox... si es que alguna vez quiere ganar las elecciones

Distinguir es importante, porque algunos límites no se deberían sobrepasar para establecer alianzas, si es que se quiere mantener un proyecto de una Europa unida sobe la base de unos valores comunes.

La posición sobre la política migratoria -uno de los temas que separan a la derecha y a la izquierda- es algo que hay que pactar a nivel europeo, y es evidente que un país como Italia, que sufre las consecuencias de la llegada masiva de inmigrantes a sus costas, va a tener siempre una posición más dura que Portugal, por ejemplo. Aunque de esas disputas saca provecho la extrema derecha, no es ese el asunto clave ahora mismo.

La cuestión esencial es la política exterior. Lo que no nos podemos permitir es que no haya una postura común respecto a la defensa de Ucrania y la condena de la invasión de Putin. O sobre el fortalecimiento de la OTAN. Ni tampoco se puede ser complaciente con la xenofobia o el racismo, políticas que abiertamente defiende Alternativa por Alemania.

El domingo los franceses votarán en segunda vuelta y el partido de Le Pen y Bardella tiene opciones de lograr la mayoría absoluta, lo que obligaría a una cohabitación en Francia. El partido del presidente Macron y la izquierda agrupada en el nuevo Frente Popular han decidido retirar sus candidaturas en los distritos en los que sean la tercera fuerza para forzar a elegir entre la ultraderecha y otro partido. Aunque Le Pen ha hecho gestos de moderación en los últimos años -el último ha sido echar a Alternativa por Alemania del grupo Identidad y Democracia- su partido sigue siendo ambiguo respecto al apoyo a Ucrania, y sigue jugando demagógicamente con el euro escepticismo. La victoria por mayoría absoluta de RN implicaría un replanteamiento en políticas que constituyen la esencia de Europa. Por ello, aunque los cordones sanitarios no me gustan y suelen ser un fracaso, ahora comparto la decisión que han adoptado el centro y la izquierda franceses.

Pero volvamos a España. El PP tiene que ser coherente con las políticas que está defendiendo su grupo en Europa. Vox acaba de decidir aliarse con el grupo que capitanea el ahora presidente de turno de la UE Viktor Orbán. Y lo ha hecho al mismo tiempo que el presidente de Hungría visitaba a Putin en Moscú. Lo cual ha provocado un rechazo unánime en los países de la Unión.

Núñez Feijóo tiene que definir con nitidez cuál es la línea que va a seguir el PP respecto a Vox, que se ha situado en una posición totalmente alejada de la centralidad. Recordemos que, hasta ahora, el partido de Abascal estaba encuadrado en el grupo de Meloni, Conservadores y Reformistas.

Si el líder del PP no quiere que lo que le ocurrió en 2023 le vuelva a suceder cuando haya nuevas elecciones (que se podrían adelantar si los comicios se repiten en Cataluña), tiene que ser claro respecto a Vox. Cuanto más se aleje de él, más posibilidades tendrá de lograr una amplia mayoría. Mientras siga coqueteando con Abascal, Pedro Sánchez seguirá encantado. Pero el hombre es el único animal que tropieza dos veces (e incluso más) en la misma piedra.