A Marcel Proust, cuando no conseguía consumar sus relaciones sexuales, le enseñaban dos ratas matándose entre ellas. A Lewis Carroll, muchos padres le llevaban a sus hijas menores de edad para que les hiciese fotografías desnudas. Y a Isak Dinesen, la autora de Memorias de África, la invitaron a una gran cena de escritores y se fijó sólo en Marilyn Monroe, a la que persiguió hasta que consiguió un encuentro entre ambas.

La vida oculta de los escritores, y escritoras, a píldoras y con mucho tino en la elección de las anécdotas, la recoge ahora el abogado y escritor Alberto Zurrón (Gijón, 1968). Lo hace para conocer mejor quién está detrás de las páginas, de los libros, de la historia de la Literatura y reúne todas en Sexo, libros y extravagancias (La Esfera de los Libros), donde tras leer 200 biografías y coger más de 2.000 notas nos muestra a los autores sin filtros ni heroísmos. Y llega a una conclusión común para todos.

"Eran hombres y mujeres traumatizados interiormente, inseguros de sí mismos, desdoblados en su personalidad para tratar de alguna forma de remediar sus insuficiencias, para poder soportarse a sí mismos. Se desangraban por la obra que escribían y hay que decir que cuánta más negrura había dentro de ellos, mejor eran sus obras", asegura sobre una larga lista de nombres entre los que se encuentran H. G. Wells, Paul Éluard, James Joyce, Gertrude Stein y varias docenas más.

Y en la que varios despertaron su interés por encima del resto. "Me llamó mucho la atención la afición que tenía Lewis Carroll no solo para inventar y escribir sino para dedicarse a la fotografía infantil. La cosa derivó en que llegó a fotografiar a niñas desnudas en su estudio de fotografía, se complacía enormemente de pasar tiempo con ellas y no sentía ningún pudor. Además, por parte de los padres había un sentimiento de orgullo de que este hombre se fijara en sus niñas", confiesa.

"Marcel Proust doraba a los chicos jóvenes y a nivel sexual tenía una complejidad terrible"

ALBERTO ZURRÓN

Y le preguntamos por Marcel Proust y sus cartas de pupitre a pupitre para intentar acostarse con Jaques Bizet, hijo del compositor de Carmen. Porque el escritor le suplicó para mantener relaciones sexuales y le aseguró que sus ansias habían alcanzado tal obsesión que su padre le había "rogado que dejase de masturbarse" y hasta le había dado dinero para ir a un prostíbulo.

"Proust era muy extravagante, con muchas manías, solo normalizaba su vida cuando se ponía a escribir. Adoraba a los chicos jóvenes y a nivel sexual tenía una complejidad terrible. Era incapaz de mantener relaciones sexuales normales. Frecuentaba las saunas de homosexuales y, cuando no era capaz de excitarse, el gerente del local Le Cuziat llevaba dos jaulas con dos ratas hambrientas para que se devoraran entre ellas y así Proust alcanzaba el orgasmo. Esto es necesario saberlo, no solo es leer En busca del tiempo perdido, sino adentrarse en la vida de quién lo escribió", asegura.

Porque, cómo dice Zurrón, por muchas sombras que tengan los autores, algunas oscurísimas, esto no debe alejarnos de sus obras. "Vamos al caso de Tolstoi, por ejemplo. Jamás dejaremos de leer sus libros por el hecho de saber que maltrataba psicológicamente a su mujer durante su matrimonio. La grandeza de estos hombres es tal, a la hora de escribir, que se les perdona todo y sus vidas te dan muchas claves para conocer sus obras, sobre todo sus cartas", añade.

Y asegura que tiene varios favoritos. "Hemingway y Capote son dos personajes extraordinarios, muy excesivos y que lo dieron todo por escribir bien y por dejar una huella muy personal en la historia de la Literaria", confiesa y añade que del primero lo que más le gustó fue su intención de ayudar durante la II Guerra Mundial. "Pilar, el barco de Hemingway, estaba pensado para salir a pescar pero el escritor lo usó para ayudar a la Armada norteamericana consiguiendo la posición de los submarinos nazis. Gracias a su información, hundieron varios", dice.

También que Capote era "un niño grande, que se dedicó a hacer travesuras". "Iba hablando fatal de los Kennedy a sus espaldas y tenía un punto infantil. Con su amigo Tennessee Williams, estando en un trasatlántico, por las noches cambiaban de habitación todos los zapatos. Fue siempre un niño grande que se dedicó a escribir, a hacer el amor todo lo que pudo con hombres jóvenes y a terminar sus días con un chico que reparaba aparatos de refrigeración", cuenta.

Y nos lleva a una cena en la que entre grandes literatos, una ya mayor Iken Dinesen no pudo dejar de fijarse en su antítesis. "Fue en Estados Unidos y ella se sintió fascinada por Marilyn Monroe. Una persona como esta autora, tan delgada, cuidando tanto la alimentación, la estética, se encandiló de su contrario y le pidió a Arthur Miller que las presentará", afirma. "No es que sea bonita, aunque por supuesto lo es casi de un modo inverosímil, sino que irradia al mismo tiempo una vitalidad sin límites y una especie de increíble inocencia. Me recordó a un cachorro de león que me trajeron en África mis criados nativos", le escribió más adelante a Fleur Cowles.

"En cuanto a distracciones me prometieron el oro y el moro: Brigitte Bardot, la Lollobrigida, Sofía Loren y la tira. Solo me han servido viudas"

HENRY MILLER

Y es otro Miller, en este caso Henry, el que también tiene unas líneas en este libro. Siendo jurado del Festival de Cannes pensó que su presencia le llevaría a conocer a las mujeres más deseadas del mundo. Poco le importaban las películas, sólo quería intimar con las actrices. "En cuanto a distracciones me prometieron el oro y el moro: Brigitte Bardot, la Lollobrigida, Sofía Loren y la tira. Solo me han servido viudas. Y de cierta edad", escribió.

Y como dice Zurrón, "si algo no he hallado en los escritores es paz: ni exterior, ni interior; ni mental, ni digestiva". Ni en ellos ni en ellas. Porque afirma que todo se complicaba aún más para el género femenino. "Psicológicamente se desmoronaban con más facilidad que los hombres porque en esa época no tenían forma de abrirse paso en este tipo de mundo. Mira Virginia Woolf, que tuvo que comprarse una imprenta, junto a su marido Leonard, e instalarla en el sótano de su casa. O Sylvia Plath, a la que los editores no publican nada y no conseguía dinero para poder mantener a sus hijos", explica sobre cómo era más difícil para ellas.

"Luego las había muy poderosas: Simone de Beauvoir o Gertrude Stein. Tenían un armazón intelectual fortísimo y llegaron a ganar bastante dinero sin necesitar a ningún hombre. Para mí, sus vidas han sido un descubrimiento", sentencia.