El viaje de Rattan Lal (Pakistán, 1944) no fue fácil. Con cinco años tuvo que abandonar su casa e instalarse como refugiado en un pueblo sin electricidad, donde su familia gestionaba una pequeña granja. Así comenzó a gestarse su interés en la naturaleza y el medio ambiente, un campo en el que se especializó con los años hasta el punto de convertirse, sin paliativos, en uno de los mayores expertos del mundo.

A día de hoy Lal es profesor en la Universidad Estatal de Ohio (EEUU), donde ha fundado un centro de secuestro y gestión de carbono. A sus 79 años, que serán 80 en septiembre, exhibe una gran vitalidad. Y habla con pasión de su visión de la agricultura, de los problemas que atraviesa y de cómo podríamos convertirlos en oportunidades.

Por el camino ha acumulado una ristra de distinciones. En 2024 fue clasificado como el científico en agronomía y ciencias vegetales más citado del mundo. Ha ganado el Premio Japón en 2019, el Premio Mundial de la Alimentación en 2020, el premio Padma Shri en 2021 y el Premio al Líder en Ciencias Vegetales y Agronomía en 2024. En 2007 recibió el Premio Nobel de la Paz como miembro del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC). Y acaba de ser uno de los tres galardonados con el Premio Gulbenkian de la Humanidad 2024.

Pregunta. En primer lugar, hábleme de su infancia. ¿Qué relación tenía su familia con la agricultura y cómo fue tener que abandonar su hogar y vivir en campos de refugiados?

Respuesta. Vengo de una familia de agricultores. Somos originarios de la región oeste de Punjab, que hoy en día es Pakistán pero antes pertenecía a la India británica. Pero después de la separación de la India y Pakistán en 1947 nos tuvimos que mover al este de Punjab.

Mi interés por la agricultura y la gestión del suelo se remonta a mi infancia, donde aprendí cuáles son los retos, los obstáculos y las oportunidades que plantea. En aquellos tiempos la agricultura se basaba principalmente en animales de tiro y en el trabajo manual, y los fertilizantes no estaban todavía disponibles. Me refiero a las décadas de 1950 y 1960, cuando la productividad era a menudo muy baja y dependía en gran medida de las lluvias.

P. Usted se ha especializado en la investigación del suelo. ¿Qué importancia tiene y por qué debemos cuidarlo si queremos resolver algunos de nuestros problemas globales?

R. El suelo es la base de toda la vida terrestre. De hecho, la salud del suelo es el mayor determinante que hay en la salud de la gente que vive en él. Así que es algo muy importante para muchas cosas. Por ejemplo, la producción de alimentos y su calidad; la renovabilidad y calidad del agua; la biodiversidad... El archivo de la historia humana y planetaria están enterrados en el suelo. Esta vida como la conocemos depende del suelo.

Como he mencionado, vengo de una familia agricultora. Y cuando los agricultores sufren y son miserables porque su productividad y su calidad de vida no son muy buenas es que el suelo se ha degradado. Y un suelo degradado crea a su vez más problemas para la gente que vive de él. Por eso debemos de acabar con ese círculo vicioso trasladando el conocimiento científico a la acción.

P. ¿Qué relación guarda el suelo con la salud humana?

R. Hay un concepto que establece que la salud del suelo, las plantas, los animales, las personas, el ecosistema y los procesos planetarios es una e indivisible. Y te habrás dado cuenta de que cuando los suelos son saludables todo es saludable. Pero hay mil millones de personas que no reciben una cantidad adecuada de alimentos, y entre dos y tres mil millones de personas no reciben alimentos nutritivos. La razón es que hay 17 micronutrientes que son esenciales para la salud humana que a veces no están presentes en los alimentos porque no están presentes en el suelo.

Así que la salud humana depende en gran medida de la salud del suelo. Si nos fijamos en las civilizaciones históricas que fueron muy poderosas, desaparecieron porque descuidaron el suelo que las sustentaba. No lo manejaron bien. Ya se tratara de la civilización del valle del Indo, de los mayas, de los incas o de una civilización del Medio Oriente, la causa principal de su desaparición fue la degradación del medio ambiente.

P. Lo que usted propone es introducir grandes cambios en el sistema agroalimentario mundial. Pero sabemos que hay muchas partes interesadas. ¿Cree que las personas que realmente tienen poder para hacer esos cambios accederán a hacerlos?

R. Es una buena pregunta. ¿Quiénes son las partes interesadas? Los políticos, el sector privado y tú y yo, los consumidores. Un factor muy importante es hacer que la agricultura sea una solución a los problemas medioambientales, porque ahora mismo se le culpa por usar productos químicos, erosionar el suelo, contaminar las aguas y provocar pérdidas en la biodiversidad. Pero la agricultura es esencial porque cada uno de nosotros debe tener alimentos. Por tanto, tiene que ser una solución.

Tenemos 700 millones de agricultores en el mundo, y si cada uno de ellos recibe 50 dólares por crédito de carbono, y el crédito es una tonelada métrica de CO2, se necesitan 100 mil millones de dólares al año para apoyarlos y hacer que la agricultura sea parte de la solución. Ese pago a los agricultores no es una obra de caridad. No es una donación, no es una limosna. Es que les estamos exigiendo que hagan algo, y corren el riesgo de que su producción disminuya. Por eso deberíamos recompensarles.

A veces la pregunta es: ¿quién pagará cien mil millones de dólares? Bueno, cada avión de combate vale más de 100 millones de dólares. Así que si dejamos de fabricar mil aviones de combate ya los tenemos. Pero además, tenemos a la industria privada y a los países exportadores de petróleo, que se han hecho muy ricos y tienen una responsabilidad. Así que yo diría que el 60% de esos 100.000 millones debería proceder de los países exportadores de petróleo. Tal vez el 20% de la agroindustria, la industria de fertilizantes, la industria química y la industria de maquinaria. Y entre un 15% y un 20% de nosotros. Somos 8 mil millones de personas, si cada uno paga 12 dólares al año, ahí están los 100 mil millones de dólares. No se trata de dinero, se trata de nuestra determinación para hacer de la agricultura una fuente de vida.

P. Más allá de la necesidad de hacer cambios globales, ¿qué cosas puede hacer la gente a nivel individual en su día a día para ayudar?

R. Trasladar la ciencia a la acción. Cada uno de nosotros es culpable y víctima. Hemos causado el calentamiento global por nuestro estilo de vida y por nuestra huella de carbono personal. Así que cada uno de nosotros puede hacer sacrificios para cambiar su estilo de vida sin reducir necesariamente la calidad de vida: nuestros hábitos alimentarios, nuestros hábitos de transporte, la iluminación energética de los edificios... Si lo hacemos y no damos por sentado los recursos naturales finitos, podemos marcar una gran diferencia. Y debemos hacerlo. Eso es la educación. Peo cuando antes decías que en este tema hay muchas partes interesadas, en realidad cada uno de nosotros es una parte interesada.

P. Usted tiene en su casa su propio huerto, ¿no?

R. Cultivo mis propias verduras. Tengo tomates, judías, calabacines, berenjenas, okras, perejil... En total hay más de 10 o 12 tipos diferentes. Es el único hobby que tengo. Después de trabajar 12 horas en la oficina, ir y pasar una o dos en mi jardín.

P. ¿Pero están buenas?

R, Muy buenas. Y muy frescas. Cuando tenemos más de las que necesitamos, las congelamos, y así también comemos durante el invierno. Todos los hogares deberían tener un huerto. Si vives en un apartamento, tal vez haya un huerto comunitario. O incluso una caja en el balcón puede valer. Las pequeñas cosas pueden marcar una gran diferencia. Durante el Covid la interrupción de alimentos fue un problema muy grave, y los que tiene un huerto para sí mismos podían hacer una gran contribución, porque podían ayudar a los vecinos. Pero en EEUU muchos piensan que los jardines sólo tendrían que tener hierba, y hubo algunas quejas por mi hierto al Ayuntamiento. Vinieron a verlo y les dije eso, que cada casa debería tener uno. Es una cuestión de comunicación, de valores y de respeto a la naturaleza. De aportar algo de uno mismo.

P. ¿Cómo de grande es el reto de hacer todos estos cambios en un mundo cada vez más poblado?

R. Ahora mismo producimos tres mil millones de toneladas de grano cada año. Un 30%, o tal vez más, se desperdician. Y eso es un problema grave. Sin embargo, tenemos mil millones de personas que pasan hambre, en parte por la falta de acceso a la comida. Los alimentos pueden no estar disponibles debido a la distribución, a la pobreza, a los disturbios políticos, a la guerra, a los conflictos civiles... Y cuando la comida se utiliza como arma es un problema. Pero hay alimentos suficientes. Así que tanto la guerra como el hambre son tragedias provocadas por el hombre. Y tenemos que resolverlas de manera económica.

Una cosa que debo recordar es que cualquier guerra tiene tres partes. Hay dos que luchan entre sí, y la tercera es la tierra por la que luchan. Así que el suelo, que es un recurso muy valioso, está siendo contaminado y arruinado para la producción de alimentos. Y la restauración de ese suelo contaminado y degradado llevará generaciones. Tal vez 50 años, tal vez 100. Así que arruinar la productividad y la calidad del suelo es un crimen contra la naturaleza. No debemos fomentarlo. Debemos reunir a las partes enfrentadas y decirles que resuelvan sus diferencias pacíficamente. No destruyamos la naturaleza de la que dependemos.

P. También ha explicado la necesidad de que los agricultores estén bien informados y dispongan de medios suficientes. ¿Qué retos plantea esto a nivel mundial, especialmente en los países pobres?

R. Es un buen punto. La educación es importante. En África entre el 60% y el 70% de los agricultores son mujeres, y puede que no tengan derecho a la tierra porque no están capacitadas para hacerlo lo mejor posible. Yo he participado en un libro, producido por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, porque es la manera de hacer que los niños sepan de dónde viene la comida. Está en español porque se publicó en Costa Rica. Pero lo necesitamos en todas las lenguas locales, porque es la manera de hacer que los niños crezcan entendiéndolo todo.

Luego habría que hacer una Ley de Salud del Suelo de cada país. El suelo es un recurso finito y frágil. El mero hecho de poseerlo no significa que puedas hacer con él lo que quieras. Es un ente vivo, y como cualquier otro ente vivo, también tiene derecho a ser protegido y gestionado adecuadamente. Nadie tiene derecho a contaminarlo, destruirlo o degradarlo. Incluso si lo posees, o incluso si crees que tienes derecho a poseerlo. Y creo, además, que esos derechos son necesarios tanto desde el punto de vista de nuestros beneficios económicos como espirituales, sociales y culturales.

Otro punto que debo mencionar es que creo que no valoramos a los agrónomos. Se les paga muy poco, y eso demuestra que no los respetamos. No respetamos la profesión de la que depende nuestra vida. Eso requiere un cambio de mentalidad, que creo que ocurrirá. Por eso que este premio - el Gulbenkian de la Humanidad- se haya concedido a un científico de suelo es muy importante. Voy a utilizar ese dinero para promover la educación científica. Lo convertiré en una dotación para dar becas a personas de países en vías de desarrollo para que entiendan mejor cómo hacer que la agricultura sea una solución, cómo mejorar el suelo degradado y restaurarlo y cómo promover la paz y la armonía globalmente.

P. En medio de esta crisis, este año hay elecciones en EEUU. ¿Le preocupa que gane un candidato como Donald Trump, que ha negado insistentemente el cambio climático?

R. -Se ríe antes de contestar-. No soy político. Creo que la gente tiene derecho a decidir quién le parece mejor. Y creo que cuando elijan a alguien, la comunidad científica debería comunicarse con él para asegurarse de que entiende qué políticas necesitamos que sean favorables a la naturaleza, a la agricultura, a la industria farmacéutica y a las personas. No voy a decir quién es bueno y quién es malo. Eso es algo que deben decidir los países. Pero una vez tomada la decisión, tenemos que convencerles para trabajar juntos y promover la paz y la armonía restaurando el suelo, el agua, la biodiversidad y el aire. Esos son los ingredientes básicos.