Si hay algo más vistoso que ponerle a tu santa una cátedra como una corsetería es ponerle a tu hermano una ópera, que me parece una cosa a lo Pretty woman pero a nivel presidencial, muy propio de este Richard Gere de la Moncloa que es Sánchez. De David Sánchez Pérez-Castejón, hermano artista del presidente, músico con más peana que música, director de tarta como esos muñequitos novios de tarta, yo creo que era normal sospechar desde el principio. O sea, desde ese carrerón de mérito que supone abandonar la miserable San Petersburgo para triunfar en la gloriosa Badajoz, ciudad musicalmente comparable sólo a la Viena de la Segunda Escuela de Viena. Que te pongan una ópera en Badajoz es como si te pusieran un Danubio o un Moldava sólo para tu batuta, no sé si un lujo musical, un milagro musical o sólo una broma musical, como las que gustaban a Haydn o Mozart. Con la ópera venían también el carguito y el sueldecito, generosos en su modestia, como los de un maestro organista. Pero quizá eso es lo de menos, que seguramente a David Sánchez (cosas de familia), de la música le basta el plumaje, como a las vedetes.

La UCO anda registrando los despachos de la Diputación de Badajoz, donde lo mismo al final, en contra del sentido común y de nuestra experiencia con la familia y la política en España, no encuentran nada reprochable, sólo tinteritos llenos de suspiros tremolantes y de garrapateas indescifrables, como en el secreter de nuestro presidente o en el currículum de Begoña. La mejor defensa que tiene el hermano del presidente, como la esposa del presidente, es que parece de tontos intentar hacerse rico con la cosa pública montando una cátedra o una ópera, dirigiendo másteres o conservatorios, registrando a tu nombre un software para frikis o una sonata para sordos. Parece de tontos, claro, a menos que uno sea más vanidoso que codicioso.

Ya he dicho que en el sanchismo-begoñismo lo importante no es el poder ni el dinero (Sánchez no tiene poder, depende de tantos amos que no puede moverse sin montar un concilio, sin despertar a Bolaños para que traiga los llavines del sotanillo de la Moncloa y convoque al Espíritu Santo con un golpe de gong). Lo importante es figurar, el postureo, como si en vez de presidente y esposa fueran dos ganadores de la quiniela en el barrio que aparecen en quad con abrigo de visón. Se puede pillar de lo público, o retorcer lo público (retorcer incluso los fundamentos de la democracia) sólo para el frac de escayola, para el aplauso de una platea de casino de pueblo, para la falsa orla salmantina, para estar en Doñana como un cacique de plantación o para estar en la OTAN como en un yate de Maluma, que a mí siempre me suena a princesa Disney. Sigue siendo mancillar lo público, aunque ellos lo consideran inocente o desprendido, amor al arte de uno, amor al progreso del otro y amor por lo “sostenéibol”, que parece un amor de floricultora, de la otra.

A veces lo público no financia tanto el negocio sino la vanidad de estos aguilillas, pero eso da una categoría de enchufado o gorrón diferente

A veces lo público no financia tanto el negocio sino la vanidad de estos aguilillas, pero eso da una categoría de enchufado o gorrón diferente. Una especie de gorrón de telediario, como si fuera Mocito Feliz, o un gorrón de aplausos catetos, como de Luis Cobos, o de aplausos comprados, como de esposa de Charles Foster Kane. Al hermano de Sánchez, músico tan sutil que quizá sea intrascendente o inexistente, le miran los contratos públicos, que más parecen contratos de mecenas loco o enamorado; le miran el puesto de trabajo al que no acude (un artista no tiene despacho como un jefe de estafeta), le miran el patrimonio que no casa con un músico ni de buhardilla ni de corte, y le miran los impuestos que no paga porque aún más musicalmente gloriosa que Badajoz, o que toda España, que sólo ha dado guitarristas castizos e imitadores de lo francés, es Portugal, donde el artista reside por amor al arte. Pero lo que no va a encontrar la UCO es el alma de un músico malo al que le montan una ópera para que pueda extender sus hermosas, lentas y tristes mangas como la Butterfly de Puccini.

Del hermano de Sánchez, músico misterioso que viene del frío y del anonimato como un espía, era normal sospechar desde el principio. Quizá desde el mismo nombre artístico, David Azagra, nombre de divo de carátula dorada, de recopilaciones zarzueleras o joteras, quizá de Luis Cobos. El músico que empieza por inventarse cascabeles en el nombre ya se va a inventar cascabeles para todo, y los cascabeles, salvo en Mahler, no suelen quedar bien en la música seria. El hermano de Sánchez era aún más sospechoso por haber elegido una ópera de Donizetti, L'elisir d’amore, una ópera de chinchinpón, de organillero, de vals de Martes y Trece, como capricho subvencionado para sí mismo, como regalo a las masas y como presentación de su talento (luego los críticos lo pusieron a parir, pero le aplaudían las damas de orfeón y los esnobs ignorantes con toda la colección achampanada de Los Tres Tenores).

Si hay algo más vistoso, o más ridículo, que ponerle a tu santa el estanco de las santas o menos santas, o la policía de una primera dama filipina, es ponerle a tu hermano una ópera de juguete como la Sinfonía de los Juguetes, algo que está entre darle el capricho y llamarlo tonto con campanillas. El pastón de la ópera se fue todo en vibrato mal llevado, orquesta mal llevada y vulgaridad mal asumida. No, con eso no se va a hacer rico, ni famoso, ni siquiera músico. Pero David Sánchez, como Begoña, yo creo que no quiere hacerse rico, sino sólo ser un profesional de éxito con vida de profesional de éxito, entre el concierto y el cóctel, entre el premio y la conferencia, entre la expectación y el absentismo. David Azagara, con nombre de modisto de éxito, quería, como Begoña, ser profesional de éxito, pero le salía un éxito sincronizado con el de su hermano. Ya desde ahí resultaba un éxito sospechoso, como el de Begoña, y más ridículo que vistoso. Casi como Luis Cobos, sólo que hasta Luis Cobos, aun asesinando también en frac a los compositores, como un vampiro, es capaz de tener una carrera por sí mismo.