Pedro Sánchez, que es un presidente de mucho balconeo, paseo y besapiés, es normal que se reúna con empresarios entre diplomas y croquetas, confundiéndolos con concejales o con cardiólogos de congreso. Otra cosa es que Sánchez le imponga sus manos de rey Midas baloncestista a un empresario y a partir de ahí el empresario se haga de oro macizo, sucio y antinatural, como una muela de oro o un váter de oro, contratando con la Administración. Más si, a la vez, algo de ese oro del empresario, entre el negocio y el espolio, como un oro precolombino, va a parar a las actividades un poco académicas, un poco folclóricas y un poco inventadas de la señora presidenta, Begoña Gómez, de profesión captadora de fondos. Y aún más si la presidenta gusta de recomendar al empresario por carta, y hasta lo invita a la Moncloa a tratar temas privados en entorno público o temas públicos en entorno privado, que no sé qué es peor. Y más incluso si allí, como en una cama redonda, se juntan presidente, presidenta y empresario para beneficio mutuo. Pues sí que es para parar las rotativas, al menos las que no están hechas también de ese mismo oro monclovita de váter o muela de oro. 

Barrabés, ese empresario, minero de oro o mecenas complutense que en realidad está entre surfista con tienda y visionario de las puntocom, ha declarado ante el juez que se reunió en la Moncloa con Begoña Gómez y Pedro Sánchez, pero esto, para el PSOE, no significa nada. Esther Peña, portavoz socialista, ha querido usar la ironía y ha dicho que sí, que el presidente se reúne con empresarios, o sea “que paren las rotativas”. Cuando se usa la ironía pero la ironía sólo refleja la realidad exacta y pelada, el intento siempre queda un poco amargo y desesperado. Es como si, después de desechar la posibilidad de rebatir o explicar el suceso, sólo quedara admitir la verdad con tono irónico, por si el mero tono consigue lo que no pueden hacer los argumentos o las explicaciones. Esther Peña quiere llamar a la ironía cuando debería llamar a los abogados o al traumatólogo, ya sin ningún resquicio para el humor, sólo para el largo suplicio.

Barrabés, con la memoria un poco dispersa o evaporada (el genio es así), no recordaba muy bien las fechas ni los temas (el oro tiene poca memoria o tiene sólo memoria del último brillo, del momento, como el pez dorado, aunque esto parece que es un mito, como la mala memoria del personal ante los jueces). Barrabés, de todas formas, sí admitió reuniones con Begoña Gómez en la Moncloa a las que asistió también Pedro Sánchez. Claro que, seguramente, Sánchez sólo pasaba por allí convirtiendo en oro los jarrones y los empresarios con los que se cruzaba, que igual que le tocó Barrabés, el que le financiaba a su señora los alardes académicos de iletrada, le podría haber tocado Pedro Buerbaum y entonces la Administración se habría gastado millones de euros de dinero público en esponjosas y casi salomónicas pollas de chocolate. Pero claro, todo esto son ironías, que a lo mejor al final a mí se me dan tan mal como a Esther Peña.

Pedro Sánchez es un presidente de mucho postureo y manoseo, y es cierto que si hubiera que parar las rotativas cada vez que se reúne con un señor con corbata de lenguado o una señora con tocado europeísta, por ahí en hoteles con acericos de banderas o en su salón con los Mirós derritiéndose sobre los sofás blancos; si fuera así, decía, no íbamos a poder sacar periódicos. Aunque estas reuniones se suelen conocer, claro, no es como llevar a un empresario y a tu mujer a la bodeguilla de la Moncloa, ese sotanillo con humedades y amontillados sospechosos, como el de Poe, y que por allí fluyan el dinero y la alegría. Por supuesto que uno se puede reunir con empresarios y hasta con un campeón de pimpón o una Fallera Mayor, pero reunirse para dar dinero y recibir dinero ya sería negociete, y si el negociete se hace con dinero público ya sería corrupción, y si en la corrupción está tu señora además sería nepotismo. Y todo esto ya es más interesante, porque tendríamos ahí una corrupción como florentina entre príncipes, mecenas y emperatrices en la que sólo faltarían cardenales y enanos (a lo mejor los trae Ábalos). 

A este PSOE ya no le escandaliza nada, que al fin y al cabo qué es una corruptelilla de alcoba frente al lavado de los ERE y de los sediciosos

Barrabés, empresario de algún oro de las montañas o de algún oro de la Moncloa, se reunió en la sede de la presidencia del Gobierno con la presidenta y con el presidente, dándose la casualidad de que la presidenta lo recomendaba en cartas también muy florentinas, de que el empresario recibía millones de dinero público y de que, cerrando el círculo virtuoso, el empresario patrocinaba a la señora presidenta. Estas cosas no son “banalidades”, como dice Esther Peña, que tiene que tirar de ironía por no poder tirar de explicaciones y tiene que tirar de tópicos por no poder tirar ni de diccionario. No, esto es un escándalo, termine con una condena o se quede en la fea promiscuidad de una bodeguilla sucia de vinazo o de un colchoncillo sucio de pesetones. Pero, claro, a este PSOE ya no le escandaliza nada, que al fin y al cabo qué es una corruptelilla de alcoba frente al lavado de los ERE y de los sediciosos.

Una cosa es que un presidente se rodee de personas de éxito y otra cosa es que las personas de las que se rodea el presidente terminen teniendo éxito, tanto éxito. Es algo así como el equipo de éxito sincronizado de Sánchez, en el que también habría que incluir a su hermano, director de orquesta de espejito como Sánchez es presidente de espejito y su mujer es empresaria de espejito. Un empresario amacizado con contratos públicos, recomendado de la presidenta y patrocinador de la presidenta, se reúne en la Moncloa con la pareja presidencial, qué les parece la normalidad de la cosa. No es que esto sea para parar las rotativas, que además ya no se hace. Esto es para parar el país, si medio país no estuviera hecho también de ese mismo oro monclovita lúgubre y hortera, de sarcófago o mecherito de oro.