Miércoles por la tarde, las calles de Madrid por encima de los 30ºC para la primera y temida ola del calor del verano. Unos quince jóvenes de diferentes puntos de la capital se reúnen en el Gilda Haus, uno de estos locales chic pero bien caros del centro. Solo por aspecto costaría identificar qué tienen en común, porque los estilos son muy diferentes. Pero lo que les une es que no piensan que las aplicaciones de citas funcionen, apuestan por el slow dating.

Esta iniciativa, organizada bajo el paraguas de ¿Quieres ser mi amiga? "Sabemos que Madrid es una ciudad que puede ser muy solitaria así que queremos conectar gente", aseguran en su Instagram. Es la verdad. En una reciente entrevista con el creador de Guiris de mierda también compartía esta sensación. Siempre se dice que las capitales más grandes son las peores para hacer amigos, y hay cierta etapa de la vida en la que la situación se complica aún más.

Porque incluso si estudiaste en la capital o si eres de aquí de toda la vida surgen los mismos problemas. A partir de los 27 parece que todo el mundo se ha ido a otras ciudades, o a vivir en el extrarradio, ha tenido hijos o se ha casado. El tiempo empieza a distribuirse de otra manera, las etapas vitales ya no van tan a la par y muchas veces es fácil sentirse descolgado. Mara Mariño, sexóloga, escritora y periodista, encargada de presentar y guiar este slow dating, lo menciona con frecuencia en sus redes sociales.

Relaciones insuficientes o de calidad deficiente

La soledad no deseada afecta al 25,5% de los jóvenes de entre 16 y 29 años y los porcentajes son mayores, por ejemplo, en mujeres. Y lo peor es que, a menudo, la gente que la sufre no responde a los patrones que imaginamos. La soledad no deseada no quiere decir que la persona esté solitaria, estrictamente sola: es la percepción de que las relaciones interpersonales que mantenemos son insuficientes o no son de la calidad o intensidad que desearíamos que fueran.

En un mundo en el que las redes sociales están a la orden del día, plataformas que pretendían acercarnos y facilitarnos el contacto, parece que para mucha gente el efecto ha sido el contrario. He aquí el motivo de este plan de slow dating, o de citas lentas, si se quiere traducir. Pero, ¿qué significa eso?

Contrario al speed dating, es decir, a las citas rápidas que a veces vemos en películas o series, esto significa tomárselo con calma. No hay prisa para empezar una relación o para dar pasos hacia delante en el plano físico, es más una cuestión de conocerse y de crear conexiones que merezcan la pena. Sin importar a dónde lleven. "Tener una cita sin la inmediatez ni el consumismo al que nos han acostumbrado las pantallas, apostando por el cara a cara y teniendo conversaciones significativas que te permitan abrirte con la persona que tienes enfrente que, como tú, también prefiere conocer a alguien sin prisa, pero con dedicación", comenta Mara Mariño.

"El slow dating esquivale a un Estrella Michelín"

"Si las aplicaciones de ligar son como un restaurante de comida rápida, el slow dating sería el equivalente a un restaurante Estrella Michelín", comenta la sexóloga. Básicamente, nos hemos acostumbrado tanto a tener acceso a alguien nuevo a través de las pantallas que hemos dejado de apreciar a quien tenemos delante. De ofrecerle el tiempo y la atención. Casi parece un acto revolucionario, así de lejos ha caído la manzana del árbol.

Y se aprecia en la dinámica ese interés por conocer a la gente. Aunque hubo algo de timidez inicial, las chicas se sentaron con las chicas y los chicos hicieron su propia piña, rápidamente fueron cayendo las barreras. Tras escuchar a Mara Mariño en un pequeño taller sobre cómo mostrar interés en una primera cita, cómo conocer a la gente de verdad o incluso cómo rechazar a alguien con responsabilidad emocional, empieza la dinámica. Por grupos, para que nadie se sienta incómodo o presionado, se forman tres pequeños círculos donde se invita a hablar de uno mismo. Hay una guía con preguntas para hacer si la conversación se diluye, pero no da tiempo a que ocurra. Y eso que era slow.

Mara Mariño, minutos antes de que comenzara la dinámica de 'slow dating'.
Mara Mariño, minutos antes de que comenzara la dinámica de 'slow dating'. | @meetingmara

El ambiente que se aprecia es efervescente, ilusionante. Hay gente de todo tipo, con profesiones y pasados muy variados. Se ríe y se habla incluso de temas más profundos, como salud mental o feminismo. Se discute incluso sobre por qué nuestro trabajo a veces no nos hace tan felices como nos gustaría. O de cómo los círculos en los que uno se mueve a veces lo son todo y a la vez se quedan pequeños. Son debates de una juventud que no termina de encontrar respuestas y que todavía está saliendo de las secuelas emocionales de la pandemia.

Pero hay buen rollo, hay risas, hay interés, hay atención. Y se aprecia, sobre todo, porque cuando termina la dinámica se forma un círculo. Nadie quiere irse todavía, a algunos incluso se les ha quedado corto, por eso de que cuando te lo estás pasando bien... Sigues buscando esa conexión. "Me ha parecido no tan slow y no tan dating", dice una de las personas que ha participado. Porque en ningún momento ha sido incómodo, o forzado, y la conversación ha fluido como si de un grupo de amigos se tratara.

¿Sabemos ligar sin aplicaciones?

Peor aún, ¿es posible que estemos perdiendo las cualidades para relacionarnos cara a cara? Es difícil encontrar una respuesta a este tipo de preguntas cuando los jóvenes de entre 25 y 30 años ya apenas recuerdan un tiempo en el que no existían las redes sociales.

Pero el slow dating es un espacio seguro que viene para recuperar ese cara a cara. Hasta el punto en el que uno escoge con quién compartir su información, no se ofrece automáticamente. Ahí es donde cada uno tiene que dar el paso, y se intercambian algunos contactos, aún con la distancia que ofrece Instagram. Darle a alguien el número de teléfono parece, quizás, demasiado íntimo todavía. Una muestra más de que estamos tan ultraconectados que a veces necesitamos el espacio.

Uno de los participantes menciona algo que lo refleja a la perfección, pero que a la vez da algo de miedo. El manifiesto de Ted Kaczynski, más conocido como Unabomber. El asesino en serie, que fue hallado muerto en su celda el pasado año, escribía diciendo que la tecnología nos esclavizaba más que ayudaba. Concretamente, dice que uno de los posibles futuros es que dependamos tanto de las máquinas que llegará un momento en el que simplemente no se podrán apagar.

"Tendrán tal dependencia que desenchufarlas equivaldría al suicidio", decía en su texto, publicado en 1995. Hasta Elon Musk se planteaba el pasado año que Unabomber podría haber tenido razón en sus predicciones. Escalofríos mientras se termina de escribir este texto en el portátil, con la tele encendida y el móvil vibrando sin parar.