La alarma suena a las cuatro de la mañana en medio del desierto. Pantalones cómodos, sudadera abrigada y a la puerta del hotel con los ojos aún entrecerrados. La idea es disfrutar del amanecer en un vuelo por las nubes, observando las dunas, los animales corriendo libres y, al final del horizonte, el mar. Del resort Bab al Shams, un romántico espacio situado en el yermo terreno que rodea Dubái, construido con arquitectura tradicional de Emiratos Árabes, conducimos en silencio a través de kilómetros y kilómetros de arena.

Pese a la hora resulta imposible cerrar los ojos. A cada lado del coche parterres de flores, árboles y plantas de todo tipo que claramente necesitan riego artificial. Sobre todo porque más allá solo hay desierto. Durante varios kilómetros la carretera consiste en una línea recta cruzada cada cierto tiempo con rotundas igualmente decoradas con vegetación. Pocos coches conducen a esta hora, pero los hay. Cuando el paisaje cambia y empiezan a aparecer algunos pequeños pueblos de casas bajas y blancas se oye la llamada al rezo.

El Dubái más auténtico

Estamos en Dubái en pleno ramadán, por lo que el rezo, más que nunca, es importante. Con las primeras luces del amanecer tendrán que dejar de comer y beber durante todo el día. Da igual lo que hagan. Este es la parte más auténtica de la cultura de Emiratos Árabes, la que no ha sucumbido al dinero y a la globalización. Se trata de un ritual de purificación religiosa que todo el mundo con quien hablamos lleva a cabo con orgullo. Desde el interior del coche se ven pasar a tres personas montadas sobre camellos acercarse a una pequeña mezquita a un lado de la carretera. Aún es de noche.

Al llegar a la enorme explanada donde comenzará la aventura en globo el primer paso es tomarse un café a su estilo. Sin leche, solo con unos dátiles para endulzarlo. Aún en tierra comienza un pequeño resumen sobre cómo funcionan los arneses, con la noche aún oscura y el frío del desierto empezando a vencer a las sudaderas. Le sigue un espectáculo de drones sobre el cielo negro con el que se oyen las onomatopeyas de sorpresa y los aplausos.

Al terminar llega, por fin, el momento de empezar a hinchar los globos. El fuego asusta por su enorme tamaño y potencia, sobre todo mientras la gigantesca tela que forma la cúpula sigue en el suelo. Al menos una decena de personas se encarga de poner en funcionamiento cada uno de los vehículos aerostáticos que pondrán rumbo a los cielos unos minutos después. Las instrucciones son muy claras: en cuanto nos avisen tenemos que subir a la cesta con rapidez, y no hay una puerta por la que entrar tranquilamente, hay que auparse.

Nos explican que este inverno ha llovido más que nunca y lo impensable ha ocurrido: ha salido hierba en el desierto

Pero en cuestión de minutos todo pasa muy rápido y el globo está cogiendo altura. El 4x4 no es más que un puntito en medio de las dunas junto a manchas de un verde apagado dispersos por la arena. Nos explican que este inverno ha llovido más que nunca y lo impensable ha ocurrido: ha salido hierba en el desierto. En medio del vuelo una cadena de camellos aparece en el campo de visión, con la explicación de que utilizan estas grandes expansiones de terreno para entrenar para carreras.

Otro de los tesoros que se vislumbran es una de las residencias del emir de Dubái, como un oasis en medio del desierto, entre cuyos árboles se vislumbra una jirafa. Y corriendo por la arena un grupo de pequeñas gacelas de arena, que nos explican que son diferentes a las normales. Un tipo de animal que es tan especial que en todo el mundo se cree que hay menos de 3.000 ejemplares salvajes.

Un aterrizaje difícil

La luz del sol es cegadora y se aprecia ya, al fondo, sobre la línea del horizonte cubierta por la calima, el mar de Dubái. Tal y como nos explica el guía, girando la mirada se ve también la frontera con Abu Dabi. Hay cierta paz en el aire a pesar de que el encargado de mantener el vuelo está constantemente atento a las corrientes de viento. Resulta impresionante pensar que este método de viaje existe desde el siglo XVIII, pero muy comprensible que ya no se use más que para ocio y aventuras. Sobre todo cuando nos admiten que hay bancos de calor que van a complicar el aterrizaje. Y cuando nos dicen que cada uno posa el globo como puede y donde el viento le lleve.

Tras un breve recordatorio sobre los sistemas de seguridad, y una admisión de que probablemente la cesta caerá al suelo en el aterrizaje, solo queda tomárselo con humor. El suelo no es plano, hay dunas que van cambiando, y lo que más preocupa es tener que comer arena. Pero finalmente el globo toca el suelo y, tras varios rebotes, termina volcando entre las risas de los que íbamos dentro.

Rápidamente llegan los Land Rovers para llevarnos al campamento de inspiración beduina donde, como parte de la experiencia, hay un pequeño recorrido en 4x4 por una reserva natural con animales en semicautividad. Gacelas que se acercan a mirar a la valla, curiosas, reafirman lo que previamente había dicho el guía. Hay muy pocas que vivan salvajes. También hay camellos e incluso un halcón, que representan la cultura nómada de Dubái antes de que apareciera el petróleo el siglo pasado.

Después llega el desayuno que nos recuerda que no hay nada 100% auténtico en Dubái. Porque aunque la disposición es sentados en el suelo con cojines y alfombras, en la comida hay huevos benedictinos, tortitas y otros manjares internacionales.