Uno de los cuentos que escribió Dino Buzzati relata la historia de un gacetillero fracasado que un buen día recibe la visita de un escritor llamado Ileano Bissàt. Era bajito, gordo y "de cara soñolienta e inexpresiva". Allí, en su despacho, le promete que redactará de forma periódica historias para él a cambio de un pequeño porcentaje de sus ganancias.

Aquel tipo disponía de un talento descomunal, así que los relatos alcanzaron el éxito casi desde el primer momento, lo que catapultó la carrera del periodista, que firmaba los artículos con su nombre, como si fueran suyos.

Un buen día, el escritor le reclamó un porcentaje mayor de sus ingresos, ante lo cual el trabajador del periódico no tuvo más remedio que aceptar. Al poco, exigió otro incremento, bajo la amenaza de que, si el 'plumilla' lo rechazaba, el acuerdo entre los dos se rompería y su carrera se hundiría de nuevo. Volvería el tiempo en que sus textos eran marginados en su diario y enmendados con correcciones, tachaduras e inserciones.

Hay un punto de la historia en el que la relación termina en algo parecido a la usura. Esa posibilidad siempre está presente. Siempre que alguien entrega poder a otra persona se expone a ese riesgo, que es el del abuso, de ahí que la independencia sea un bien tan preciado como fácil de perder.

Un código de conducta para los periodistas

Hay un conjunto de grupos de medios de comunicación que está decidido a renunciar a una parte de su libertad a partir de una medida que sólo serviría para contentar a Moncloa en este momento en el que Sánchez, un presidente débil y asfixiado por la presión de un juez y de nefastos compañeros de viaje, como Junts, ha emprendido una campaña para intentar destruir la reputación de sus contrapesos.

Encima de la mesa de la Asociación de Medios de Información hay actualmente un borrador de código deontológico para las empresas informativas que será debatido durante las próximas semanas, entre las presiones de los medios más progresistas y el estupor de los que consideran que esa idea equivale a ponerse, de forma voluntaria, un bozal y unos grilletes y tirar la llave al mar.

La idea de sus impulsores -los medios más pro-gubernamentales- es que este extenso documento -que destaca en su contenido la palabra 'autorregulación'- sirva para promover buenas prácticas en la profesión periodística, de modo que se pongan en negro sobre blanco una serie de pautas y conductas que seguir durante el ejercicio profesional.

El fin de AMI es que sus asociados adopten este código y de ese modo se comprometan a trabajar bajo una serie de parámetros, los cuales les diferenciarían de los 'pseudo-medios', consideran sus promotores.

La Junta Directiva de la Asociación de Medios de Información recibió hace unas horas el documento que se someterá a votación. Fuentes de este órgano reconocen la división de opiniones que existe en la patronal de la prensa con respecto a este Código y a la posibilidad de que tras su aprobación se instituya una especie de 'Comité' que vele por las buenas prácticas en la profesión.

La agenda gubernamental

Consideran peligroso -y ciertamente lo es- que AMI apruebe un texto de ese tipo en este momento, dado que implicaría la asunción de la retórica gubernamental sobre la actividad tóxica de los medios de comunicación y la necesidad de regular la profesión. De hecho, los grupos más cercanos a Moncloa -con Prisa y Godó a la cabeza, el primero más que el segundo- han sido los que más han presionado para que se apruebe este documento.

Los paralelismos que se pueden trazar en este sentido entre el proyecto de regeneración democrática que ha planteado Pedro Sánchez y el debate impulsado en la patronal de la prensa resultan, cuanto menos, sospechosos.

Diríase incluso que la prensa quiere ponerse normas y 'policías' en un momento en el que el Ejecutivo ha sembrado dudas sobre la honestidad y la diligencia profesional de los medios. Por supuesto, no lo ha hecho de forma genérica, sino señalando en exclusiva a la prensa "de la galaxia de la derecha y la ultraderecha", que es la que obedece a los intereses de poderes ocultos y la que no cumple con unos mínimos requisitos éticos.

La prensa quiere ponerse normas y 'policías' en un momento en el que el Ejecutivo ha sembrado dudas sobre la honestidad y la diligencia profesional de los medios.

En su estrategia de polarizar la sociedad por intereses demoscópicos y desbrozar el terreno de contrapoderes para imponer su discurso entre la opinión pública, Moncloa ha situado en la diana a la prensa conservadora, pero no así a la de izquierdas. La primera lanza bulos, mientras que la segunda se equivoca... porque se puede equivocar. A la primera le acusa de estar viva gracias al dinero público de las Administraciones del PP, mientras que sobre la segunda parece que no se plantea ninguna pregunta sobre sus fuentes públicas de financiación.

¿Y qué hay de esa afirmación de Sánchez, que incide en que hay tabloides digitales que tienen más inyecciones públicas que lectores? El último listado de GfK concede 1,7 y 0,6 millones de lectores a dos de sus principales aliados digitales. ¿Cuántas campañas ha recibido cada uno? Que cada cual haga sus deducciones.

Todo esto desprende cierto aroma a despotismo; a maniobra gubernamental para acallar a los críticos y para legitimar nuevas ayudas públicas para los aliados. Por eso llama la atención que la patronal de la prensa, en lugar de defenderse de esos ataques, se muestre, en parte, dispuesta a asumir la retórica del Ejecutivo y aprobar un código de conducta que permitirá a Sánchez afirmar aquello de: "si lo hacen, por algo será".

Podría decirse que los grupos de medios están actuando como el periodista describió Buzzati en su cuento. Hay quien pretende conceder un hueco en su cama al poder porque piensa que así va a estar más caliente en el frío invierno. Y es cierto que el frío aprieta en el sector desde hace muchos años. Los periódicos españoles ni siquiera son capaces de difundir, en conjunto, 1 millón de ejemplares diarios y, en internet, cada euro de ingresos se tiene que competir con las grandes plataformas digitales, a las que cada vez emigran más anunciantes.

Ahora bien, ¿de veras esperan sacar algo bueno de esa relación de camastro con Moncloa? Su apuesta es interesada, comercial, cortoplacista y profundamente equivocada. Porque, tarde o temprano, se darán cuenta de que han sacrificado su independencia (o lo que les quedaba) a cambio de un premio que, entonces, verán demasiado escaso.

Quieren hacer un guiño, además, ante un Ejecutivo muy debilitado, lo cual no parece lo más inteligente desde el punto de vista táctico. Evidentemente, tiene una explicación...; y es que hay quien necesita que el PSOE se mantenga en Moncloa para cuadrar sus cuentas y evitar males mayores, de ahí que todo lo que sirva para legitimar a Pedro Sánchez lo defiendan a capa y espada.