Compareció Pedro Sánchez para ofrecer su balance del curso político y pronunció una frase que resume a la perfección los últimos meses en este país, que han sido de infamia y desparrame. Lo hizo con rictus duro, tono desafiante y mirada encendida, como le caracteriza en tiempos recientes, en los que parece más atribulado que nunca por la evaluación que realizan sus críticos sobre su Gobierno y sobre su persona.

Los periodistas le habían preguntado por su opinión sobre los recursos a la Ley de Amnistía que se presentarán ante el Tribunal Constitucional, ante lo que, con rotundidad, ha respondido: “En mi opinión, van a perderlos. Pero yo estoy satisfecho y feliz (…) con el pacto alcanzado con ERC”.

Le faltó añadir aquella afirmación que soltó, años atrás, en una entrevista televisiva, en la que aseguró: “¿Y de quién depende la Fiscalía General del Estado? Pues eso”. Con Álvaro García Ortiz y con Cándido Conde Pumpido aquí y allá no hay nada que temer. El primero torpedea los recursos y el segundo limpia, fija y da esplendor. Como la RAE. Como el KH7 o como el desatascador que utilizó con Chaves y Griñán. Por eso es posible aprobar la ley de amnistía e incluso defenderla frente a los avisos del Tribunal Supremo sobre su inconstitucionalidad.

Despreciar, como estrategia infalible

Resulta muy cómodo gobernar a sabiendas de que cada vez que un ministro se miccione en el Estado de derecho, va a haber una institución superior que ayudará a limpiar la huella o a firmar un papel en el que defienda que, en realidad, la orina no es tan corrosiva. ¿Lo de ERC y el concierto catalán? ¡Pero si ese pacto garantiza la solidaridad autonómica!

A todo esto lo llaman en el PSOE “hacer política”; y al resultado de pactos que se han forjado con esa filosofía -como el acuerdo fiscal con ERC- lo definen como “magnífico”. Es indiferente que María Jesús Montero calificara hace un tiempo como una “mentira de la derecha mediática” el hecho de que Moncloa se hubiera planteado el 'concierto catalán'. O que el propio Pedro Sánchez asegurara hace un año -durante la campaña electoral- que la amnistía no tenía encaje constitucional. La coherencia no es más importante que el sillón.

¿Y dónde queda el respeto a los instituciones y a los ciudadanos? Eso nunca puede prevalecer sobre el Ejecutivo.

Así que el camino a seguir no se decide en función de las necesidades del país, sino de lo que le convenga a Sánchez para mantenerse en su puesto. Si la cosa se complica, García Ortiz sale al rescate; y si la cuestión pasa a mayores, Cándido ya lo apaña, como en el caso andaluz. En caso de que la ímproba tarea de mantenerse en el poder requiera entregar un cheque en blanco a Junts y a ERC, siempre se puede afirmar que los socialistas han rebajado la tensión en Cataluña, al contrario que hizo el PP, que no pudo parar los sucesos de 2017.

En este último caso tiene razón Sánchez. Ahora bien, resultaría muy fácil terminar con las guerras si una de las partes accediera a colmar todos los deseos de la otra. Se puede rebajar la tensión entregando Ceuta y la llave de la caja en Cataluña. O incluso negando a los críticos la capacidad de transmitir sus mensajes y formular sus opiniones, llegado el caso. Así sería más fácil ser positivos e incluso imponer el “optimismo” que hoy defiende Sánchez como necesario.

¿Alguien replica a Sánchez en Moncloa?

Todo este discurso y esta actitud son disparatados. El problema es que no debe haber muchas personas alrededor del presidente que se atrevan a llevarle la contraria, lo cual es síntoma de que el gato está enfadado, con las uñas desencapilladas y la espalda contra el suelo... e inspira más temor que confianza.

Digo esto porque a la mínima réplica se enciende. Cuando le han preguntado por Emiliano García-Page ha respondido, altivo e iracundo: “La noticia sería que el presidente de Castilla-La Mancha diera una rueda de prensa apoyando al Gobierno de España”. Seguramente, ese estilo pasivo-agresivo -marca de la casa- habrá recordado a más de uno a un jefe o a un ex novio.

No debe haber muchas personas alrededor del presidente que se atrevan a llevarle la contraria, lo cual es síntoma de que el gato está enfadado, con las uñas desencapilladas y la espalda contra el suelo... e inspira más temor que confianza

Cuando el periodista Fernando Garea le ha trasladado algunas preguntas, incisivas y extraordinarias, le ha acusado de “hacer valoraciones”. Todo, entre otras cosas, por interesarse por su opinión sobre las cartas de recomendación a las empresas de Carlos Barrabés que rubricó Begoña Gómez. Sánchez no ha respondido a eso. Ha salido por peteneras. De hecho, ha atacado a la oposición y a quienes intentan derribar su Gobierno. Así ha hecho con las sucesivas preguntas. Ninguna respuesta al asunto, todo golpes a la oposición.

Sobra decir, que ha defendido su denuncia al juez Peinado. Hace falta tener un enorme contenido cárnico en la zona noble para utilizar a la Abogacía del Estado para presentar una querella contra el juez que investiga a tu mujer, con la excusa de que debe defender la institución de la Presidencia del Gobierno. ¿Por qué así? Porque Juan Carlos Peinado ha expresado su interés en las actividades profesionales que ha realizado Begoña Gómez desde que su marido ostenta ese cargo. El “desde que...” es muy diferente al “dado que” e incluso al relacionadas con...”.

Pero Sánchez no tiene en cuenta ese matiz fundamental. ¿Para qué? Su objetivo no es colaborar con la justicia, sino engordar su discurso victimista con acciones que intenten demostrar que hay una conspiración judicial- y de otros poderes oscuros contra él.

Su estrategia es hoy ésa. Puro peronismo ibérico. Cuando nadie le pregunta, expone logros, y está en su perfecto derecho. Pero cuando alguien manifiesta dudas sobre sus acciones o, al menos, formula alguna cuestión sobre su conveniencia o su legitimidad, 'le salta el chivato' y cambia de registro. Es ahí cuando dedica ataques furibundos hacia la oposición, compuesta por "pseudo-medios", ultras y "agonías".

Cuando alguien demuestra tal desprecio por los críticos y exhibe una piel tan blanda ante las palabras que no desea escuchar, a lo mejor necesita descanso y reflexión; o a lo mejor se ha convertido en un soberbio insufrible al que, desde luego, le urge más resolver sus propias cuestiones que ponerse a gestionar las de los demás.