Qué espectáculo tan lamentable y tan sonrojante. Y todo provocado por el fugado de la justicia, Carles Puigdemont, que está empeñado en que sean otros los que arrostren las consecuencias judiciales de someterse a sus órdenes y ponerlas en práctica. Porque lo chusco de este asunto es que los actuales miembros de la Mesa de la cámara de Cataluña, incluido su presidente Roger Torrent, pueden incurrir en un delito de desobediencia si finalmente aceptan y aplican el acuerdo que quiere imponer desde Waterloo el señor Puigdemont. Que carguen otros con las consecuencias, pero no él, que se escapó oportunamente el día que la Fiscalía anunciaba una querella contra él y sus 13 ex consejeros, además de contra seis miembros de la Mesa del Parlament por rebelión, sedición y malversación, después de que el entonces presidente de la Generalitat hubiera declarado la independencia de Cataluña, una independencia que dejó en suspenso unos segundos después.
La situación es bastante sencilla de explicar a pesar del barullo interminable en el que se han enredado los secesionistas de uno y otro partido, y consiste en lo siguiente: los diputados de ERC se someten a lo dictado por el juez instructor del Tribunal Supremo según lo cual los diputados encarcelados y el huido no pueden ejercer sus funciones como diputados. Pero el juez les permite que puedan ser sustituidos por otros representantes de sus respectivas formaciones para no alterar el juego de las mayorías parlamentarias existente. Por lo tanto, ERC acepta que sus dos diputados encarcelados, Oriol Junqueras y Raül Romeva, sean sustituidos. Pero Puigdemont lo que no admite es el haber sido suspendido y exige que Torrent y los miembros de la Mesa de su partido desobedezcan al juez Pablo Llarena y apliquen la fórmula de "delegación de voto". Pero un diputado suspendido no puede votar ni por sí mismo ni delegando su voto en otro compañero.
Un diputado suspendido no puede votar ni por sí mismo ni delegando su voto en otro compañero
Y lo que quiere Puigdemont a toda costa es que la Mesa y el pleno desobedezcan al juez y acepten la delegación de voto porque eso significaría que él puede seguir manteniendo su pulso al Tribunal Supremo y desafiando su autoridad. Quiere lío, cuanto más mejor, y manda meterse en él a los demás, que le obedecen como corderos pero que, a pesar de todo, son conscientes de lo que se juegan. Por eso no hay manera de llegar a un acuerdo sólido y por eso el Parlament ha vuelto a cerrar sus puertas un día más sin que se discuta ningún asunto que interese y afecte realmente a las necesidades de la ciudadanía catalana, que es olímpicamente despreciada de una manera sistemática por los que se supone que son los representantes de ese poble del que tanto hablan pero al que tanto ignoran.
Y aquí está la polémica que tenía como trasfondo la resistencia inicial, pero este jueves vencida, de los de ERC, incluido Torrent, de tener que vérselas con los tribunales, que es exactamente lo que les va a pasar si finalmente admiten la fórmula que Puigdemont quiere imponerles sin arriesgarse él ni un poquito porque está confortablemente atrincherado en su mansión de Waterloo. Porque lo que habría encima de la mesa sería un fraude de ley como una casa y será la Fiscalía la que analice si se ha perpetrado una ilegalidad. Si concluye que sí, van todos ellos de cabeza al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
El martes pasado apañaron un arreglo tramposo y chapucero, como todo lo que se produce desde hace tiempo entre el independentismo, por el cual decían que no acataban la suspensión de funciones de los diputados huidos o encarcelados pero al mismo tiempo tomaban las medidas necesarias para acatarla y ponerla en práctica. Eso es lo que les ha reventado Puigdemont, que no se conforma con esa trampa que, en definitiva, suponía someterse y obedecer el auto del juez. Él quiere una desobediencia, un desafío abierto, y sus compañeros de partido, incluidos los que están en prisión, le siguen sin rechistar y sin calibrar -o a lo mejor sí- lo mucho que les ha perjudicado mantener este tipo de estrategias de cara a obtener su libertad condicional.
Un fracaso persistente, obcecado, vacío. A esto se reduce el independentismo catalán
De ahí el espectáculo vergonzoso al que hemos asistido durante este jueves en el que se demostró una vez más lo que ya sabíamos: que Torra es un hombre sin peso político alguno, un mero lacayo de un patético Puigdemont que carece a su vez de la mínima altura exigible y es víctima en cambio de una extraordinaria miopía política que les está conduciendo a todos ellos con prisa y sin pausa al fracaso y al descrédito también entre los suyos, que ven cómo de las promesas recibidas no se ha cumplido ninguna y comprueban cómo sus dirigentes siguen enfrascados en sus pequeñas e inútiles tácticas de resistencia mientras nadie gobierna y nadie se ocupa de proponer y discutir medidas para enfrentar e intentar resolver los problemas de la población. En definitiva, un fracaso persistente, obcecado, vacío. A esto se reduce el independentismo catalán.
Así que el parlamento ha vuelto a cerrar sine die y, de nuevo, no ha habido nada más que una inmensa y arrolladora vergüenza.
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