Venía de una familia en la que la actuación era algo desdeñable. Guapa, guapísima, aquello no importaba demasiado a los Bacall que requerían a sus miembros algo más que un físico agradable y le hicieron ver que lo importante no era nunca lo que se enseñaba. Quizás por eso su intención de ser actriz nunca estuvo promovida por su belleza aunque luego esta fuera esencial para su éxito.

La vida de Lauren Bacall, de la que ahora se cumplen diez años de su muerte, fue la de la nieta de una judía rumana que había emigrado a Estados Unidos y no había tenido que vivir en la miseria. También, la de la mujer que entró con 19 años en el cine y que conquistó a todos con las cejas anchas, el pecho pequeño y una mirada letal.

Porque nacida como Betty Joan Perskey, en 1924 en Nueva York, no vivió lo que se dice una infancia común para aquellos años veinte. Su madre, una secretaria, y su padre, un trabajador de ventas, se separaron cuando ella no acumulaba dos cifras de edad y jamás volvió a ver a su padre, aunque años más tarde lo intuyó en alguna obra de teatro.

Pero aquella ausencia no afectó a su ritmo de vida. La familia de su madre tenía el dinero suficiente para mantenerlas y la matricularon en un internado privado para niñas en Nueva York. Allí, tanto su abuela como su madre, querían que le inculcaran lo que era ser "una judía modélica" y dentro de aquella familia de abogados y secretarias de dirección, los sueños de actuar de Bacall sonaban a fantasías infantiles. Pero eso poco le importó, siendo ya adolescente comenzó a dar clases de actuación en Nueva York, en una academia en la conoció a Kirk Douglas y del que se enamoró temporalmente.

Pero su saltó a actuar profesionalmente no se lo dieron aquellas pequeñas obras de teatro sino la mirada de Diana Vreeland, entonces editora de Harper's Bazaar, que en 1941 se quedó deslumbrada ante la joven Bacall y se la llevó a St. Augustine a hacer una sesión de fotos. Aquellas imágenes llamaron la atención de Hollywood y, sobre todo, de Howard Hawks que no tardó en llamar a su puerta y pedirle que se fuera a California. "Todos tenían fe en mí. Todos me querían. Me dejaron marchar rodeada de bromas, alegría, confianza y alguna que otra lágrima", recordó en sus memorias sobre el momento en que se despidió de su familia, que ya había asumido que esto era más que un capricho, en Nueva York.

Howard Hawks y Lauren Bacall en 1943.

Hawks le dijo que quería llevarla al cine, rodar la que sería su primera película y que iba a estar acompañada de Humphrey Bogart o Cary Grant. Bacall prefirió a Grant pero al final la decisión del director fue la contraria y eso cambiaría su vida para siempre.

En 1944 comenzaron el rodaje de Tener y no tener. Bacall estaba histérica, le temblaban las manos, incluso confesó que en la escena de la cerilla no controlaba el pulso y que fue entonces cuando decidió bajar la barbilla y subir la mirada. Fue cuando creó ese gesto tan característico que la acompañaría siempre y fue cuando Bogart ya no consiguió dejar de mirarla. Pasaron semanas trabajando juntos, bromeando, disfrutando el uno del otro. Él tenía 44 años, ella 19, y un día entró en su camerino.

Así lo recordaría la actriz en sus memorias: "Cuando llevábamos unas tres semanas de rodaje, ya al final del día, yo estaba sentada peinándome en mi camerino. Bogie entró para darme las buenas noches. Estábamos los dos bromeando como de costumbre y, de repente, colocó su mano bajo mi barbilla y me besó. Luego sacó un paquete de cerillas del bolsillo y me pidió que escribiese mi número de teléfono".

Pero Bogart estaba casado y aquello se complicó. Tuvieron que pasar noches escondidos, él la llamaba y ella salía a su encuentro rápidamente. Bacall contaría años más tarde que su madre le pidió que dejará de verlo pero que ella no fue capaz de detener esa aventura que le llevaría a él al divorcio y a ambos al altar en 1945.

Tan sólo un año más tarde, y tras aparecer en la película Agente confidencial que fue un auténtico fracaso, ambos protagonizaron El sueño eterno donde ella se convirtió en un ícono del cine negro. Además, de aquel matrimonio nacieron dos hijos: Stephen y Leslie y se creó un grupo de amigos fortísimo entre los que estaban escritores, pintores, actores y políticos. Fueron la pareja de moda y, tal y como contó ella, tremendamente felices.

"Como pareja éramos combustibles. Siempre que entrábamos en una habitación, la gente se preguntaba ‘¿Estarán bien esta noche?’"

Pero Bogart comenzó a encontrarse mal y tras acudir a varios médicos le diagnosticaron un cáncer de esófago que no tardó en acabar con él. Bacall se quedó viuda en 1957. Tenía 32 años, dos niños pequeños y a Frank Sinatra de soporte. Porque durante la dolorosa enfermedad, el matrimonio Bogart había encontrado consuelo en el cantante y tras el fatal desenlace, Sinatra había empezado una relación con la viuda de su amigo.

Aunque aquello no fue todo lo idílico que esperaban. "Como pareja éramos combustibles. Siempre que entrábamos en una habitación, la gente se preguntaba ‘¿Estarán bien esta noche?’ Casi se podía escuchar un suspiro de alivio cuando nos veían sonreír relajados", recordaría ella. También como en cuanto la prensa les presionó demasiado, él se fue tan rápido como había llegado.

Al final de su vida, Bacall agradeció aquella bomba de humo porque encontró algo más tarde al que se convertiría en padre de su tercer hijo, Sam: Jason Robards. Se casaron en 1961, cuando ella había dejado atrás Como casarse con un millonario, el cine negro y a Hollywood y había hecho de Broadway su nueva casa.

Hizo una gran carrera en el teatro y consiguió dos Premio Tony. También volvió a separarse e hizo del icónico edificio Dakota, donde vivió y murió John Lennon y donde Roman Polanski rodó Rosemary's Baby, su hogar hasta su muerte. "Me doy cuenta de que he vivido mucho tiempo, pero sigue sin ser suficiente para mí", aseguró en 2005. Falleció el 12 de agosto del 2014, como una de las últimas integrantes de aquella edad de oro de Hollywood que conquistó al mundo.