La mejor noticia sería que todo esto fuera un montaje. Que la llegada, tocata y fuga de Carles Puigdemont estuviera pactada. Que le hayan dejado entrar y escapar y que lo que han contado durante este jueves agostino haya sido una mentira. De lo contrario, España ha televisado uno de los mayores ridículos de su historia reciente. Una enorme prueba demostración de su debilidad y de su incapacidad para controlar lo que sucede en su territorio, algo que se encuentra en la definición de lo Estados fallidos y que se traduce en la imposibilidad de las autoridades para que se cumpla la ley en su territorio.

Si el CNI y las autoridades fronterizas no han sido capaces de detectar la entrada de Puigdemont; y los mossos d'esquadra no han podido evitar su fuga -¿cómo se les puede perder un vehículo al entrar en una circunvalación?- significa que esos cuerpos están llenos de incompetentes. De émulos de Mortadelo y Filemón; y de funcionarios que no están capacitados para cumplir con la labor que tienen asignada. En el caso del cuerpo armado, de policía judicial con Puigdemont.

Lo que ha sucedido hoy no es responsabilidad del fugitivo. Es del Estado, que ha demostrado ser pequeño, mínimo e incapaz. Una panda de amigos, un grupo de funcionarios demasiado bien pagados. Es triste y risible. Los enemigos de este país -empezando por los secesionistas- deben reír a carcajadas a esta hora. Es uno de los mejores días de su vida.

Merece la pena relatar los hechos que han sucedido este 8 de agosto porque pudieran parecer increíbles, pese a que son reales, tristes y hasta cómicos. Describen una humillación y no por parte de un gran líder, sino de un personajillo venido a menos cuya presencia causa molestias incluso en una parte de las bases de su propio partido. España ha sido vacilada este jueves por alguien menor, por un agitador. Un follonero.

¿Qué dirá Pablo Llarena?

Digamos que pesaba una orden de detención sobre él -emitida por el juez Pablo Llarena-, pero a nadie ha parecido importarle, dado que las autoridades catalanas habían preparado un escenario en Barcelona para que el prófugo pudiera dar un discurso tras su aparición, que estaba prevista para las 9.00. Así ha sido y así ha comparecido Puigdemont con el puño en alto, con un tono mitinero y con la impunidad con bandera.

No fue detenido en la frontera ni aparentemente los servicios de inteligencia ni 'las policías' sabían de su paradero (o eso hay que creerse). Se presentó ahí, sin más, en pleno centro de la segunda ciudad española, rodeado de diputados y alcaldes de Junts. Ningún mosso d'esquadra se acercó para identificarle y para detenerle en cuanto emergió de entre las sombras. Le dejaron pasar hasta el estrado y ofrecer su discurso, que fue el de siempre, el que apela al derecho de autodeterminación de Cataluña y denuncia el carácter represor de la justicia española.

Esto sucedió frente al Arco del Triunfo, en el Paseo de Lluís Companys. A 15 minutos de allí, en el Palacio de la Generalitat, el prófugo reaparecido se reunió el 26 de octubre de 2017 con dos supuestos emisarios del Kremlin que le prometieron 10.000 soldados e inversiones multimillonarias en Cataluña en caso de que declarara la independencia. Nunca se supo si eran unos oportunistas que le engañaron o si hablaban en serio. El caso es que les escuchó y al día siguiente escenificó la DUI. El 28, se fugó. El CNI tampoco se enteró. Pedro Sánchez dijo entonces que a él no se le hubiera escapado.

Casi siete años después de aquellos hechos -que no parecen inquietar a nadie-, Puigdemont subía a un escenario en Barcelona, burlando su condición de huido de la justicia, y pronunciaba unas palabras ante su público (escaso). Es curioso esto. Jaime Giménez Arbe, El solitario, atracador de bancos, también estaba en paradero desconocido y buscado por la justicia en su día. Cuando le localizaron, tenía un discurso incendiario contra el Estado, pero no le dejaron hablar. Hubiera sido algo estúpido y paródico. Sin embargo, el prófugo independentista lo ha podido hacer. Le han preparado tribuna, micrófono, escenario y hasta perímetro.

Al terminar, su abogado, Gonzalo Boye -también el de Pablo González, Pavel Rubtsov, escuchen a Dmitri Medvédev, todo empieza y acaba en Rusia- le agarraba del brazo y se perdía la pista de él. Ninguna cámara y ningún policía captaron la maniobra que realizaron para escabullirse de ese lugar. Allí estaban Rull, Artur Mas, Quim Torra, Laura Borràs y demás tropa, pero ya no había ni rastro del expresident. ¿Por qué no había ningún agente policial a su lado? Dicen los mossos que le persiguieron sin éxito y que hay un agente detenido por ayudarle a escapar en un vehículo blanco. Hay que hacerse el tonto (y mucho) para creer todo esto.

Operación jaula, agente

Se estableció unos minutos después un dispositivo al que llamaron 'Operación jaula', sin saber exactamente si el huido estaba camino de Francia o escondido en una vivienda en la capital barcelonesa. Sorprendentemente, un equipo de Radiotelevisión Española apareció casi de forma simultánea en la frontera para mostrar imágenes de un grupo de agentes que ordenaban a los conductores bajar de sus vehículos para abrir el maletero. Querían asegurarse de que Puigdemont no viajaba escondido ahí.

Asumían por tanto que a lo mejor -y aparentemente tampoco lo sabían- se les había escapado y podía haber decidido poner rumbo al exilio de nuevo. ¿Cómo es posible que le perdieran la pista en el centro de la Ciudad Condal? Es una gran pregunta. En realidad, es la misma que se planteó al principio de este artículo.

Mientras esto sucedía, Salvador Illa ofrecía su discurso de investidura en el Parlament e incitaba a los jueces a cumplir de forma íntegra la Ley de Amnistía, lo que -se intuye- permitiría a Puigdemont beneficiarse de esa medida, estuviera donde estuviera en ese momento. A eso no se refirió. Se mostró ajeno a lo que sucedía en el exterior. Unos minutos después, el portavoz de Junts, Albert Batet -espiado por los detectives de Método 3 a iniciativa de las CUP en su día-, se expresaba con recochineo: “Ahora buscan a Carles Puigdemont de la misma manera que la Policía y la Guardia Civil buscaban las urnas antes del 1 de octubre”.

Todo es absurdo

Pensarán en otros países esta mañana que España no es un país serio; que un Estado que permite que estos comediantes campen a sus anchas no es un socio de fiar. Que este lugar del mundo es ineficiente, fallido y cutre. Un Estado en el que los prófugos aparecen y se vuelven a esconder; en el que lo impredecible gobierna sobre lo racional y en el que su futuro está condicionado por unos personajillos que, desde Moncloa hasta Sant Jaume, son paródicos y caricaturescos. Una broma pesada que respaldan los ciudadanos, también flojos, también ignorantes y también manipulables.

Es evidente que Puigdemont es un clown. Un político escuálido que recurre al esperpento para que todavía le escuchen. A media mañana, todavía no se sabía si estaba dentro del Parlament, en las inmediaciones, camino de Francia o metido en un camión frigorífico. Tampoco si estaba huido o si, en realidad, la autoridad estaba haciendo la vista gorda para evitar que el independentismo tuviera la fotografía de dos mossos conduciendo al expresident hacia un coche de policía. Sea como sea, esto no deja bien a España. Les convierte en algo muy parecido. En una compañía de teatro de aficionados. Y eso resulta todavía más patético.

¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Gran pregunta. Puede ser detenido en minutos o no. Pero hay algo que parece innegable: esto ha sido un ridículo absoluto y España ha demostrado una proverbial debilidad o permisividad -calculadas o no- ante un friki.