Por mucho que el presidente Maduro culpe a Elon Musk o a los hackers de Macedonia del Norte de las irregularidades del 28 de julio, los únicos beneficiarios de lo ocurrido son él y su gobierno. Conocer a los agraciados da pistas irrefutables de quienes están detrás del fraude electoral, más aún tratándose de un país como Venezuela, donde poco de lo que ocurre en las instituciones escapa del control del gobierno.

Los compromisos de Barbados abrieron la puerta a un proceso de liberalización política –etapa previa a una transición democrática– al aceptar el gobierno la "libre" competencia electoral como arranque de la normalización política, social y económica del país. En ese momento, las esperanzas de cambio en Venezuela eran palpables, a pesar del permanente temor de incumplimiento por parte del gobierno, recelo que se está haciendo realidad y que muestra, sobre todo, que la coalición civil-militar que sostiene a Maduro en el poder no está dispuesta a ceder el gobierno bajo ningún concepto.

Aunque las elecciones no han servido para regularizar la política venezolana, sí muestran el afianzamiento de las tendencias autoritarias del gobierno y las aspiraciones de cambio de una población agotada. Viendo el vaso medio lleno, algunos encuentran en esta coyuntura la ventana de oportunidad para el cambio que no se dio con las elecciones, y han puesto los ojos en el papel de la "comunidad internacional" y en las movilizaciones y protestas que puedan ocurrir dentro de Venezuela.

Si bien es cierto que la teoría sobre las transiciones elaborada en la década de los ochenta contemplaba el factor internacional como elemento de cambio político, en la coyuntura actual, un escenario totalmente distinto hace que la presión internacional no tenga la misma efectividad. En las transiciones de la tercera ola el liderazgo de EEUU era claro a pesar de la URSS. No sólo se daba a nivel político, también era un líder económico de referencia y, en consecuencia, el potencial socio con quien todos querían tratar. A esto se sumaba su presencia hegemónica en los organismos multilaterales que, en ese momento, eran los únicos oferentes de financiación a unos países que comenzaban a sentir los efectos de la crisis de la deuda.

Ahora la situación es diferente porque esa "comunidad internacional" que podría presionar a Maduro –con EEUU y algunos países europeos a la cabeza- ya no es hegemónica debido al ascenso de China, un país cada vez más presente no solo como mercado de referencia para importaciones y exportaciones, sino también, entre otras cosas, por romper el antiguo monopolio de la financiación de las multilaterales de crédito.

Además, en torno a China orbitan países con una potente agenda internacional, como Rusia, Turquía o Irán, que no comparten unos claros postulados ideológicos, a diferencia de los países próximos a la URSS de los ochenta. Ese bloque de países, en su búsqueda de hegemonía internacional, tienen lazos programáticos más débiles, pero están unidos, sobre todo, por el enfrentamiento a EEUU, "Occidente" o "el norte" y no les interesa mucho la consolidación democrática. Es con este grupo con el que Venezuela mantiene magníficas relaciones: esos países ya son socios del gobierno de Maduro y le ofrecen permanentemente su apoyo, lo cual debilita cualquier intento de coacción externa.

En consecuencia, la "presión internacional" es cada vez más ineficiente. Basta ver lo que ocurre con las acciones internacionales contra Rusia o Israel. Es más, sobre Venezuela ya se usaron mecanismos como sanciones y embargos con muy poco éxito y, más bien, empeoraron las condiciones de vida de la población y enriquecieron a grupos de poder capaces de aprovechar la alteración de las condiciones de mercado. Esto no pasa solo con Venezuela. Por ejemplo, España compra más gas a Rusia que nunca en su historia, a pesar de las sanciones por la guerra, lo que ha enriquecido mucho a los intermediarios españoles.

El otro factor internacional que señala la teoría de las transiciones es la influencia del entorno próximo. La situación de América Latina es diferente a la de los ochenta, cuando se produjo una especie de efecto contagio en torno a la democracia. Ahora, la democracia en la región está cuestionada y, al aumento de países autoritarios, se suma el efecto contagio del modelo Bukele. Muchos gobiernos de la región han mostrado posiciones ambivalentes respecto a lo ocurrido en Venezuela, alegando distintos motivos: autodeterminación de los pueblos, rechazo a la injerencia de los EE.UU. y/o proximidad ideológica. 

La épica de la revuelta popular también está fallando. La razón principal es, sin duda, la brutal represión por parte del gobierno. En contextos donde los mecanismos de "voz", como las protestas, no funcionan, se activan los mecanismos de "salida", lo que está ocurriendo en Venezuela con millones de personas que han migrado, y no todas por su propia voluntad. Es común a todo entorno autoritario que los costes por participar sean muy altos, razón por la cual ha aumentado la desmovilización, más aún si se toma en cuenta que se trata de una población machacada durante dos décadas a través de múltiples mecanismos represivos que van, desde el ostracismo de las Listas Tascón, hasta la tortura y desaparición en el Helicoide.

Parece que mantener el pacto cívico-militar sigue siendo rentable a los integrantes de la coalición gracias a los beneficios económicos y de poder que reciben

El cambio de gobierno se podría producir si se rompe la coalición dominante (otro concepto de la teoría de las transiciones) que sostiene a Maduro. Sin embargo, parece que mantener el pacto civil-militar sigue siendo rentable a los integrantes de la coalición gracias a los beneficios económicos y de poder que reciben. Por tanto, no tienen ningún incentivo para dejar de controlar el país y cabe la duda de que a corto o medio plazo aparezca un actor interno que desestabilice esa coalición dominante. El hecho más cercano de producir ese efecto fue el intento de sublevación militar de abril de 2019, pero falló, entre otras cosas, porque Leopoldo López decidió precipitarlas. Ese fracaso, en lugar de debilitar internamente a Maduro, sirvió más bien para reforzar su poder luego de las purgas realizadas.

Personalmente, comparto el deseo de regularización política de Venezuela y, sobre todo, entiendo y participo de la desesperación de los venezolanos que, desde dentro o desde fuera del país, no ven mejoras en su situación social y económica. Por todo ello, espero estar equivocado.


Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.