En 1945, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, se dibujó una nueva Europa. Aquello que estaba más al este del Telón de Acero se convirtió automáticamente en el llamado "Este". Daba igual si se trataba de Berlín, Praga, Varsovia o Moscú. Todo estaba integrado en el Este, en el mismo bloque socialista, y por lo tanto era lo mismo un punto que otro. Erfurt, a pesar de estar en el corazón de Alemania, se veía más cerca de Moscú que de Bonn por estar más allá del telón.

Con la reunificación alemana en 1990, la frontera del llamado Este corría hasta la línea fronteriza Oder-Neisse, pero Viena era más occidental que Praga. Con el impulso de la Unión Europea, el corazón de Europa no estaba en Bohemia, estaba en el Benelux.

Pero llegamos a 2004, y los límites de la Unión Europea dejan de ser la línea Oder-Neisse. Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Malta, Polonia y República Checa entran a formar parte de la Unión Europea. La frontera continental ya no estaba en Alemania, la frontera estaba en Rusia. Finlandia y Suecia se unieron a la UE en 1995, y se da el paradigma que se considera más occidental Helsinki que Praga o Varsovia.

En 1999, Polonia, Hungría y República Checa se unieron a la OTAN, los primeros países del llamado Este. Daba igual la ampliación de la OTAN, la ampliación de la UE de 1995 y la ampliación de 2004. Más allá de Alemania, el Este. Hace treinta años que dejaron de ser "el Este", y hará veinte años que "el Este" forma parte de la misma estructura política que Madrid, Lisboa o París.

Hay quien incluso va más allá, y sitúa aún a Polonia dentro del mismo bloque exsocialista que Uzbekistán o Kazajstán. Como leí una vez, igual de irresponsable e irrespetuoso es definir Varsovia como espacio exsoviético, como definir París como espacio exalemán. Todo depende de los intereses y el relato que se quiera situar, y seguir creyendo que Varsovia forma parte del llamado Este de Europa es un error de concepción que aleja a cualquier de la realidad del país. Los principales socios diplomáticos de Varsovia son Berlín y París, y también Bruselas como sede de las instituciones, Londres y Praga.

Incluso después de la deriva autoritaria del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, con el cambio de gobierno polaco como consecuencia de las elecciones legislativas del pasado mes de octubre la alianza entre Varsovia y Budapest está débil. Después de la invasión rusa de Ucrania de 2014, y sobre todo la de 2022, incluso Kiev está más cerca de Washington DC que de Moscú. La frontera del Este ya no está en el Oder, está en el Narva, en Estonia.

Y el problema es que no es un asunto geográfico, los países europeos no han cambiado de lugar en 30 años, es un problema de concepción e imaginario colectivo. La visión del Este es de Estados grises, autoritarios, con sistemas políticos escasamente democráticos, con escasez de bienes y que miran políticamente hacia Moscú.

Cuando hayamos movido a Varsovia donde le corresponde en el mapa, entenderemos por qué Polonia se desarrolla a mayor velocidad que ningún otro país de la UE

Solamente cuando se haya hecho el clic mental, y asimilemos que no estamos en 1980, sino en 2024, y que los polacos votan a las elecciones del Parlamento Europeo como nosotros, entenderemos que no están en un bloque diferente al nuestro, y que tan centroeuropeos son ellos, como lo son los austríacos. Y cuando hayamos movido a Varsovia donde le corresponde en el mapa, y con las expansiones de la UE y la OTAN hacia Rumanía y Bulgaria aun es más central, entenderemos por qué Polonia se desarrolla económicamente a mayor velocidad que ningún otro país de la UE. Polonia tiene alianzas estratégicas con París y Berlín, y existe la voluntad de que la capital polaca sea un nudo de infraestructuras entre Helsinki y Estambul, y entre Kiev y Berlín.

Las fronteras cambian, y los marcos de análisis deben cambiar con ellos. De nada sirve quedarse en un momento estanco por cierto romanticismo de cualquier tiempo pasado fue mejor. Las elecciones polacas demuestran que nadie echa de menos aquello, que no hay un Good Bye, Lenin colectivo, y quizás haya gente más nostálgica de todo aquello aquí que allí.

Ahora mismo en Varsovia, y se puede apreciar andando por la calle, los nuevos edificios y rascacielos hacen sombra a los de la época estalinista y la de Gomulka. Incluso el Palacio de Cultura no se construyó como querían los soviéticos en 1953. Y ya quedó superado por edificios de oficinas y entidades bancarias. Ahora con su intención de presentar la candidatura a los Juegos Olímpicos de 2040, o 2044, Varsovia demuestra que quiere ser como París o Londres. De la misma manera que en el desfile del Día de las Fuerzas Armadas participaron británicos y estadounidenses junto a soldados polacos y rumanos.

Rumanía es otro caso de víctima de la nostalgia por el Telón de Acero, un Estado que a pesar de acabar fusilando a su último dictador socialista, aun lo definen y se trata como si estuviera pegado a Moscú. Pero quizás merezca otro artículo. 


Guillem Pursals es doctorando en Derecho (UAB), máster en Seguridad (UNED), y politólogo (UPF). Especialista en conflictos, seguridad pública y Teoría del Estado. Aquí puede leer todas sus columnas.