“En mi caso, no viajo para ir a un lugar en particular, sino por ir. Viajo por el placer de viajar. La cuestión es moverse”
Robert Louis Stevenson
Última llamada a los pasajeros más perezosos. El Sea Cloud Spirit zarpa puntual a media tarde del puerto de Málaga. En el muelle los transeúntes observan curiosos las maniobras con las que el barco va alejándose tímidamente. No es un crucero cualquiera, ni siquiera a simple vista. Su esqueleto de tres mástiles y 28 velas asoma majestuoso metros antes de alcanzar la plaza de la Marina. Una mole de 125,7 metros de eslora que reivindica el viaje sin prisas y libre de hordas de turistas, sin más ataduras ni tiempos que los que establecen los caprichos del mar y el viento.
“Es muy especial. No hay muchos barcos así en el mundo. Resulta increíble sentir que un barco tan grande se mueve gracias a la fuerza del viento”, relata el capitán Vukota Stojanovic, patrón del Sea Cloud Spirit. Con dos motores eléctricos y la habilidad de su tripulación para izar y arriar velas, el buque alcanza una velocidad máxima de 14 nudos (26 kilómetros por hora). La cuestión, como escribió el autor de La Isla del Tesoro, es moverse. Dejarse llevar por noches de estrellas que titilan con vigor; dormirse entre el estruendo de gaviotas y suaves rayos de sol.
La nave se mueve durante todo el año por el mundo, según la temporada y el calendario que diseña su propietaria, la compañía naviera Sea Cloud Cruises desde su cuartel general en Hamburgo. “Va variando porque se trata de veleros. Tenemos que encontrar zonas que sean perfectas para navegar y en épocas adecuadas. No son barcos rápidos y nuestras zonas son limitadas”, explican desde la empresa. El Spirit cumple ciertas rutinas: llega a Europa a finales de abril y pasa el verano navegando por el Viejo Continente, entre la costa italiana, española o griega. En el invierno, en cambio, se escapa al Caribe y Centroamérica al abrigo de climas más benignos.
Travesía apacible hasta el Cabo de San Vicente
La ruta que zarpa de Málaga tiene como destino Lisboa. Un itinerario ibérico que requiere un fin de semana de navegación entre aguas del Mediterráneo y el Atlántico. Durante el trayecto el Spirit hace una única parada: Cádiz. El buque atraca en un Muelle situado a un tiro de piedra del centro de la ciudad. Es como si se necesitara apenas saltar del camarote para encontrarse de lleno atrapado por el callejero de Cádiz y el laberinto de “La Habana con más salero”, como cantaba Carlos Cano.
“Los barcos ofrecen un servicio de cinco estrellas y muchas actividades a nuestros huéspedes, pero lo que también es tan especial es la tripulación: la amabilidad de la tripulación y el ambiente a bordo son estupendos”, se jacta Stojanovic. Por su armazón, construido en un astillero gallego, se distribuyen 69 cabinas con capacidad para 136 pasajeros y 85 miembros de la tripulación; un salón interior con un piano Steinway; un restaurante protegido de las inclemencias del tiempo y otro en cubierta; una zona de hamacas para disfrutar de las jornadas soleadas y de mar calma; una pequeña biblioteca, un gimnasio y una sauna.
La travesía discurre entre apacibles jornadas de sol hasta que el Spirit dobla en el cabo de San Vicente, la frontera occidental del golfo de Cádiz que los romanos bautizaron como Promontorium Sacrum, consagrado al culto de Saturno y al que Estrabón (63 a. C. o 64 a. C. – 23 d. C.) llamó “el punto más occidental de todo el mundo habitado”. Escenario de batallas, sirvió además de sede para la escuela de navegación que desde el siglo XV alimentó las expediciones portuguesas. Entonces, al iniciar la ruta hacia Lisboa en paralelo al Algarve, los vientos se ceban con el esqueleto del barco. Y los pasajeros menos avezados en las tribulaciones del mar se encierran en sus camarotes. Una pastilla recetada por el médico a bordo, el doctor Ellendorf, basta para que el sueño libere del mal del mar a los sufridos viajeros.
Superado el trance, el Spirit ofrece a sus huéspedes una experiencia singular: desde observar el hipnótico paso de cargueros a las tentativas de trepar por las velas, como un miembro más de la tripulación, o surcar brevemente los aguas cercanas a bordo de una Zodiac. El barco invita, además, en cada expedición a un par de famosos -entre músicos o periodistas- para que impartan conferencias a bordo, adaptadas a la procedencia de los pasajeros -en esta expedición, alemanes en su mayoría-.
Debo volver al mar, al solitario mar y al cielo. Y sólo pido un velero y una estrella para timonear hacia ella
Fiebre marina, John Masefield
“Para quienes trabajamos a bordo, el principal reto es mantener un nivel tan alto. Todo en el barco debe ser perfecto en todo momento. Siempre intentamos ofrecer a nuestros huéspedes una experiencia vacacional inolvidable”, desliza Stojanovic. “Empezando por el punto de navegación, donde los vientos no siempre nos acompañan, el tiempo, el servicio, los conferenciantes, las actividades del barco como la natación, los deportes acuáticos, el safari fotográfico, subir a lo alto con nuestros huéspedes, etc… Es todo un desafío, pero siempre gestionado por una tripulación y una dirección excelentes”, puntualiza.
Bautismo en Palma de Mallorca
El Spirit -que el año pasado recorrió a vela y motor 43.306,70 millas náuticas, más de 80.000 kilómetros- tiene una singladura azarosa. Fue encargado en 2007 a un astillero de la ría de Pontevedra que quebró tres años después, arrasado por la marejada de la crisis económica. Su construcción no se reanudó hasta 2018 cuando entró en escena Sea Cloud Cruises y un astillero de Vigo. Otra calamidad, en este caso la propagación del coronavirus y el confinamiento, retrasó los trabajos. Su bautismo y su primer viaje, previstos inicialmente para el estío de 2020, no se acometieron hasta septiembre de 2021. Tuvo lugar en el puerto de Palma de Mallorca y, aunque la Infanta Elena iba a ser la madrina, la Casa Real rechazó el ofrecimiento.
Obra del ingeniero y arquitecto naval Iñigo Echenique, el Spirit ondea la bandera de Malta. El velamen -el conjunto de velas- tiene una superficie cercana a los 4.100 metros cuadrados. Asistir a la ceremonia en la que se pliegan y despliegan es un espectáculo que bien merece la travesía. El mástil principal se eleva 57,90 metros por encima de la línea de flotación. Junto a las velas, el buque dispone de un sistema de propulsión diesel-eléctrico, con dos motores de 1.700 kilovatios. Apurando ya su temporada en aguas europeas, el barco cruzará el charco en noviembre. “El crucero transatlántico es inigualable”, advierten desde la compañía. “Comienza en las Islas Canarias y se navega durante dos semanas en dirección al Caribe. Está diseñado para entusiastas que hayan navegado antes. El Caribe es un área perfecta para navegar. Puede haber lluvia y un clima agradable; un día estar en una isla con una estupenda selva tropical y a la jornada siguiente en una gran playa de arena”.
La última jornada de navegación de la ruta ibérica comienza a las 8 de la mañana. El reloj cambió horas antes, pasada la medianoche. La tripulación escala para izar las velas. Y la bella Lisboa comienza a intuirse. Apenas unas horas después, la nave se adentra en el río Tajo. En ruta hacia el muelle, el Spirit cruza la Torre de Belém. El castillo de San Jorge y la Alfama esperan a los pasajeros. Entre las bocinas de niebla, resuena Viaje a Portugal de José Saramago: "El viaje no acaba nunca. Solo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: 'no hay nada más que ver', sabía que no era así. El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino".
Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino
VIAJE A PORTUGAL, JOSÉ SARAMAGO
Una vez atracado en el muelle, junto a la estación de tren de Santa Apolonia, el buque que reivindica el viaje por “el placer de viajar” se hunde en el letargo. Despide a sus últimos huéspedes a la mañana siguiente. Lo hace entonando unos versos del inglés John Masefield y su poema Fiebre marina: "Debo volver al mar/ al solitario mar y al cielo./ Y sólo pido un velero y una estrella para timonear hacia ella,/ y el tirón de la rueda y el canto del viento y de las blancas velas al gualdrapear,/ y en el rostro del mar una gris neblina, y el alba cerrada que empieza a clarear…”.
La imagen de su armazón varado en el puerto lisboeta es terriblemente fugaz. No hay tiempo de dejarse embaucar por la saudade lusa. Esa misma tarde aguarda a una nueva procesión de viajeros. “La cuestión es moverse”, dijo Stevenson, tal vez como receta contra la melancolía. “La llamada de la mar al pasar,/ es una llamada salvaje y clara, un reclamo que no se puede negar./ Y todo lo que pido es el viento soplando, en un día de blancas nubes,/ salpicaduras de espuma que vuela y las gaviotas gritando”, escribió Masefield.
Las vidas del Sea Cloud, de buque de guerra a velero de lujo
Sea Cloud Cruises opera tres buques. El primero de los barcos, el Sea Cloud, guarda en su esqueleto una historia apasionante. Construido en 1931 a petición de un corredor de Wall Street, E. F. Hutton. Fue su esposa Marjorie Merriweather Post la que realmente le forjó la leyenda del Hussar. Dedicó dos años a diseñar el interior del velero. Alquiló un gran almacén en Brooklyn, dibujó un diagrama a escala real del interior del barco y colocó antigüedades cuidadosamente elegidas en sus siete camarotes. Una vez botado, llevó a la familia por las islas Galápagos, Hawai o el Mediterráneo. Tras el divorcio de la pareja en 1935, Marjorie se quedó con el velero. La soltería le duró poco. A finales de aquel año se casó con un viejo amigo, Joseph E. Davies. Cambió el nombre del barco por el de Sea Cloud y, dos años más tarde, la pareja se trasladó a bordo del velero a Rusia donde Davies ejerció como embajador estadounidense. En Leningrado se convirtió en su residencia flotante.
El estallido de la II Guerra Mundial afectó de lleno al Sea Cloud, que en 1942 "se alistó" en la contienda. La Guardia Costera le sometió a un rápido remozado: le quitaron los mástiles y lo pintaron de gris. Equipado con cañones y armas antisubmarinas, navegó por las aguas de las Azores y el sur de Groenlandia con el nombre de IX-99. Como estación meteorológica flotante, el barco enviaba datos actuales a Arlington, Virginia, cada cuatro horas. Superviviente de guerra, la familia propietaria lo volvió a usar hasta que en 1955 fue adquirido por el dictador de República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo. Bautizado como Angelita, Su hijo Ramfis lo convirtió en su residencia durante unos estudios en California que empleó más bien para celebrar fiestas a bordo a la que asistieron artistas de Hollywood. Arrebatado a la familia gobernante tras el asesinato de Trujillo, el Estado dominicano lo apodó Patria. Protagonista de una venta y un largo litigio, el Sea Cloud escapó del limbo en 1978, cuando un grupo de armadores y empresarios de Hamburgo lo compró. Desde entonces, y con varias renovaciones que han tratado de preservar su legado, surca los mares convertido en crucero turístico.
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Gracias por traernos ese relato.