El primer gran cisma entre los seguidores de Bob Dylan llegó en 1965 cuando decidió cambiar su guitarra acústica por una Fender Stratocaster. Los más puristas nunca le perdonaron que abandonase la pureza del folk para contaminarlo con el ruido del rock and roll. Y aunque es probablemente el momento crucial que más se recuerda de su carrera, no tuvo nada que ver con lo que llegó 13 años después, cuando aquel artista judío que se había convertido por petición popular en el gran profeta de la contracultura abrazó el cristianismo.

Aquellos tres años, los que transcurren entre 1978 y 1981 entre los lanzamientos de Slow Train Coming (1979), Saved (1980) y Shot of Love (1981), han pasado a la historia como "los años cristianos de Bob Dylan". Una etapa infravalorada e incomprendida en la que nadie parecía saber qué estaba sucediendo en la cabeza de un artista que había pasado de representar los principios de la lucha social progresista a convertir sus conciertos en sermones, sus canciones en salmos y que se obsesionó con la salvación.

'Bob Dylan y la cruz de Jesús'

"El paso que estaba a punto de dar era mucho más radical, mucho más escandaloso para quienes le habían seguido desde el principio. Al fin y al cabo, no se trataba de abrazar una de esas doctrinas espirituales esotéricas que tanto gustaban a los hippies ni de largarse a la India con cualquier gurú pacifista y vegetariano de mirada bonachona. No, él estaba allí para evangelizar, para mostrarse en público como un pecador al que Jesús había redimido, para remachar que en la vida siempre sirves a alguien y que hay que elegir a quién hacerlo, no hay alternativa, no hay términos medios", escriben Luis Lapuente y Ana Aréjula en Slow train coming. Bob Dylan y la cruz de Jesús (Efe Eme), un libro exhaustivamente documentado que bucea en las razones por las que muchos de sus seguidores quisieron «crucificar» a Dylan tras el disco que dio comienzo a un camino del que el artista realmente nunca llegó a apartarse.

Y es que la historia de Bob Dylan siempre ha sido una especie de mezcla entre leyenda y verdad que él mismo se ha encargado de cubrir con un velo de indefinición y misterio. Un revolucionario de culo inquieto cuyas decisiones son tan impredecibles como confusas.

"La gloria del Señor me derribó y me levantó"

La conversión cristiana de Dylan llegó en un momento en el que el mundo se le estaba viniendo encima a aquel judío de Dulluth. Por un lado estaba la resaca de la Rolling Thunder Review, una gira en caravana caótica y libertina en la que se terminó de fraguar su divorcio de Sara Lownds. Por otro lado, la muerte de Elvis también fue un duro golpe difícil de superar para un fan que llegó a decir que "oírle por primera vez fue como salir de la cárcel".

"Me preguntas sobre mí, pero es que yo me voy desdibujando cada vez mas a medida que Cristo se va definiendo más y más"

Bob Dylan en una entrevista de 1980 recogida en 'Slow train coming. Bob Dylan y la cruz de Jesús'.

El 10 de noviembre de 1978 en San Diego, en plena gira por Street Legal, un disco arriesgado y con una clara influencia góspel que fue injustamente menospreciado por la crítica, alguien le lanzó un crucifijo al escenario. Él lo recogió y se lo guardó en el bolsillo. Algunos días después, en Arizona, afirmó sentir una presencia de la que dijo que «solo podía ser Jesús»: «Jesús puso su mano sobre mí. Fue algo físico. Lo sentí. Lo sentí sobre mí. Sentí todo mi cuerpo temblar. La gloria del Señor me derribó y me levantó».

La crisis generacional de los 70

Al de Dulluth le llegó la iluminación en un contexto marcado por la desilusión del movimiento hippie de los sesenta. El mensaje de paz y amor se diluyó con el abuso del alcohol y las drogas duras, el vacío espiritual que dejaron sus excesos dejó a un juventud perdida que avivó la necesidad de redención que ofrecía el cristianismo.

"Renació la figura de Jesús como un icono para los hijos del flower power: el 21 de junio de 1971, la revista Time publicó su famosa portada con el rostro de Jesús rodeado por el titular The Jesus revolution. La misma revista que cinco años antes había llevado a portada esta pregunta en grandes letras: "Is God dead?", recuerdan Lapuente y Aréjula en su libro con un recorte de la revista en el que se relataba una escena en la playa de la Cala de los Piratas en California: "Bajo un sol de poniente, varios cientos de conversos mojaban sus pies en el frío Pacífico, esperando pacientemente su turno para el bautismo. En los acantilados, muchos más observaban. La mayoría de los bautizados eran jóvenes, bronceados e informales, con vaqueros cortados, jerséis e incluso algún bikini".

Portadas de la revista Time en 1965 y 1971.

"En los años 60, la gente solía decir que yo era un profeta y yo protestaba: 'No, no lo soy'. Pero ellos insistían: 'Sí, lo eres'. Ahora salgo al escenario y les digo 'Jesús es la respuesta' y entonces ellos responden: 'Oh, Bob Dylan, él no es profeta"'

Bob Dylan durante un concierto en Omaha, Nebraska, en 1980.

Era la época de la Revolución por Jesús cuya trascendencia llegó a Dylan, que se pasó meses estudiando las Escrituras en la Comunidad de la Viña de Kenn Gulliksen. Desilusionado por la vacuidad de un movimiento que él mismo había llegado a liderar, se refugió en la Biblia, esa que tanto le había servido durante sus primeros años para encontrar inspiración.

La Biblia, mucho más que una inspiración

La presencia de las Escrituras Sagradas en la obra de Dylan no es algo que se pueda relegar a aquellos años. Siempre había leído la Biblia, pero la consideraba en clave literaria. Según un estudio realizado para el Museo de la Biblia por el pastor evangélico, activista por los derechos civiles y estudioso de la obra de Bob Dylan Bert Cartwright, entre 1961 y 1978, 81 de las 246 canciones compuestas por Dylan contenían referencias directas a la Biblia, es decir, un porcentaje del 36%, con alrededor de 387 alusiones bíblicas.

Según contó en 1969 la propia madre de Dylan, Beatty Zimmerman, cuando iba a visitarlo en los meses posteriores al accidente, Bob se pasaba horas y horas leyendo la Biblia: «En su casa, hay una Biblia inmensa abierta en un atril en medio de su estudio. De todos los libros que llenan la casa, esa Biblia es la que recibe más atención. Continuamente se levanta y se acerca para referirse a algo».

Pero si había una parte que le obsesionaba por encima de todas esa era la del Libro de Apocalipsis. Preguntado constantemente por su posicionamiento religioso, ya que lo de ser un judío mesiánico tampoco fue muy buen recibido por su entorno, respondió: "No creo haber sido nunca agnóstico. Siempre pensé que había un poder superior, que este no es el mundo real y que existe un mundo por venir. Que las almas no mueren. Todas las almas están vivas, bien entre llamas o en santidad. Además, hay mucho terreno intermedio. Esta vida no es nada, no hay modo de que me convenzas de que esto es todo lo que hay. Nunca lo creo así. Creo en el Apocalipsis. Los líderes del mundo acabarán por jugar a ser Dios, si es que no lo están haciendo ya, y al final llegará un hombre del que todos pensarán que es Dios. Hará determinadas cosas y dirán: 'Bien, solo Dios puede hacerlo, debe ser Él'».

"El camino, la verdad y la vida"

Aun así, nunca vivió su religiosidad como una serie de normas que cumplir o unos dogmas concretos en los que creer. Su nivel de entrega a Jesucristo le pertenecía solo a él y, después de recibir tanta incomprensión al confesar su fe, decidió recluirse en ella de una manera íntima e individual.

"Cristo no es una religión. No estamos hablando de religión. Jesucristo es el camino, la verdad y la vida, como dice el Evangelio de Juan [...]. La religión es otra forma de atadura que el hombre inventa para acercarse a Dios. Pero ese no es el motivo de la llegada de Cristo. Cristo no predicaba una religión, predicaba la verdad, el camino y la vida", aseguró en una de las crípticas entrevistas que ofrecía por entonces.

La reivindicación de una fase que nunca pasó

Su cristianismo anarquista, su herencia judía, su pasado beatnick, la confusión que generó escuchar al profeta de la contracultura hablar sobre la salvación de Cristo y el fin de los tiempos confundió a la mayoría de sus seguidores. Como consecuencia, aquellos años pasaron entre actuaciones boicoteadas por ateos que no comprendieron su conversión y duros reproches por parte de la crítica especializada relegando su obra cristiana a un lugar menos noble de su legado.

Con la intención de reivindicar y contextualizar aquel salto al vacío personal y artístico que significó Slow Train coming, este libro supone uno de los trabajos más completos sobre cómo marcó aquella época de conversión cristiana la carrera de uno de los músicos más importantes de la cultura popular.

Y es que, por mucho que se haya querido vender como tal, lo del cristianismo en Bob Dylan nunca fue solamente una fase. Después de 1981 dejó de girar durante un par de años y diluyó el contenido religioso en sus siguientes discos, pero este nunca llegó a desaparecer del todo y, en entrevistas y declaraciones posteriores, el cantautor siempre se ha mostrado bastante asertivo con respecto a su fe.

Una de las más recientes fue en 19 de diciembre de 2022, Bob Dylan declaró en una entrevista concedida al Wall Street Journal: «Soy una persona religiosa. Leo mucho las Escrituras, medito y rezo, enciendo velas en la iglesia. Creo en la condenación y en la salvación, así como en la predestinación. Los cinco libros de Moisés, las epístolas paulinas, la invocación de los santos, todo eso».