Japón está enfrentando una crisis existencial. Con una población que disminuye a un ritmo alarmante, el país se dirige hacia un abismo económico y social del que podría no haber retorno. En 2023, la fuerza laboral japonesa disminuyó considerablemente, con la tasa de natalidad en mínimos históricos y una población envejecida que representa casi el 30% del total. Aunque el número de trabajadores extranjeros ha aumentado en un esfuerzo por paliar esta tendencia, alcanzando niveles sin precedentes en varios sectores, estas cifras aún son insuficientes para llenar el vacío creado por la disminución de la población activa nacional. Japón necesita mucho más que ajustes; necesita una revolución migratoria, y la necesita ahora.

El envejecimiento de la población es una bomba de tiempo. La tasa de natalidad de Japón, que en 2022 cayó a 1,3 hijos por mujer, es una sentencia de muerte demográfica. Los expertos advierten que, de seguir así, Japón podría perder un tercio de su población para el año 2050.

Sectores vitales como la construcción, el transporte y el cuidado de ancianos ya están sintiendo los estragos de la escasez de trabajadores, con una caída proyectada del 34% en la capacidad de transporte de mercancías para 2030, según un informe del Instituto de Investigación NK Logistics.

Nuevas políticas migratorias

En medio de esta catástrofe, las políticas migratorias de Japón parecen más un intento desesperado por tapar una grieta que se expande sin control. El programa de Trabajadores Específicamente Calificados (SSW por sus siglas en inglés), aunque bien intencionado, está repleto de limitaciones que revelan una falta de visión a largo plazo.

Bajo este programa, los trabajadores extranjeros solo pueden permanecer en Japón durante cinco años y, lo que es aún más problemático, no pueden traer a sus familias, lo que crea una barrera significativa para aquellos que podrían estar interesados en establecerse de forma permanente. Estas restricciones no solo desincentivan la migración, sino que también perpetúan la sensación de ser un "extraño temporal" en lugar de un miembro integral de la sociedad japonesa.

Este enfoque ha resultado en serios desafíos. Con más del 29% de la población mayor de 65 años, Japón enfrenta una disminución dramática de sus trabajadores. Por otro lado, según datos de la Agencia de Servicios de Inmigración, el número de trabajadores extranjeros superó los dos millones en 2023, un récord histórico que subraya la creciente dependencia de Japón de la mano de obra foránea.

En esta misma línea de acción, el 14 de junio 2024, el país asiático promulgó una reciente reforma significativa en su ley de trabajadores extranjeros, reconsiderando las duras condiciones requeridas para acceder a un puesto de trabajo en el país.

La reforma sustituye al programa anterior de pasantes técnicos, que había sido ampliamente criticado por permitir abusos laborales, como impagos y jornadas prolongadas. A finales de 2023, el número de pasantes técnicos en Japón aumentó un 24,5%, alcanzando los 404.000, reflejando una creciente demanda de este tipo de mano de obra. Sin embargo, a pesar de las nuevas medidas, solo 37 de los participantes en el programa de trabajadores con habilidades específicas han obtenido la residencia permanente, lo que evidencia las limitaciones persistentes en la política migratoria del país.

Con estas reformas, Japón espera no solo corregir los errores del pasado, sino también competir de manera más efectiva con otros países asiáticos que enfrentan desafíos demográficos similares. Sin embargo, aún está por verse si estas medidas serán suficientes para revertir el declive poblacional y asegurar un futuro estable para la economía japonesa.

España, en el polo opuesto

Mientras que el país nipón se enfrenta a una crisis demográfica que amenaza con desbordar su ya debilitada estructura económica, España, un país que comparte desafíos similares, ha optado por un enfoque que contrasta radicalmente con el del archipiélago del Pacífico. En lugar de cerrar filas y resistir el cambio, España ha decidido abrir sus puertas, adoptando una estrategia de acogida que ha transformado su paisaje demográfico. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), España ha logrado atraer a más de 5,4 millones de inmigrantes, quienes ahora representan el 11,5% de su población total.

Este movimiento no solo ha sido crucial para mantener a flote sectores vitales de la economía, como la agricultura donde los inmigrantes constituyen el 25% de la fuerza laboral, según cifras del Ministerio de Agricultura, sino que también ha proporcionado un respiro a un país que, de otro modo, se vería asfixiado por una tasa de natalidad en declive.

España no se ha contentado solo con atraer inmigrantes, sino que ha apostado fuerte por su integración, un esfuerzo que va más allá de las buenas intenciones y se refleja en las políticas implementadas. Los inmigrantes en España tienen acceso garantizado a la educación, la sanidad y otros servicios esenciales en igualdad de condiciones que los ciudadanos nacionales, como lo confirma el Ministerio de Sanidad.

Este acceso equitativo no es meramente simbólico; es una política estructural que ha contribuido a una mayor aceptación social, algo evidenciado en los resultados de encuestas del CIS, y ha consolidado la contribución de los inmigrantes al bienestar económico general.

En este contexto, Japón parece estar en una encrucijada decisiva. Las opciones son claras; seguir atrapado en un enfoque restrictivo que perpetúa su decadencia demográfica, o dar un paso hacia una política migratoria más inclusiva que permita no solo atraer trabajadores extranjeros, sino integrarlos plenamente en la sociedad japonesa.

Según el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar de Japón, la situación actual demanda urgentemente una reforma migratoria que trascienda los números y aborde las profundas necesidades estructurales de la nación. Las cifras son contundentes, pero lo que está en juego va más allá de lo cuantificable, es el futuro mismo de Japón lo que pende de un hilo.

¿Tecnología o muerte demográfica?

Japón, con su avanzada base tecnológica, parece haber puesto todas sus esperanzas en la automatización y la inteligencia artificial como solución a la crisis laboral. Pero confiar únicamente en la tecnología podría ser un grave error. La automatización puede reducir la necesidad de mano de obra en ciertos sectores, pero no puede reemplazar la necesidad de una población activa y diversa que sostenga el crecimiento económico y social.

El país necesita un cambio radical. Japón debe superar sus propias barreras culturales y adoptar políticas migratorias que no solo atraigan a trabajadores extranjeros, sino que también les permitan integrarse plenamente en la sociedad. Sin este cambio, el futuro de Japón podría estar en grave peligro, dejando al país en una posición de declive irreversible mientras otras naciones, como España, prosperan al aprovechar el potencial de una fuerza laboral globalizada y bien integrada.