Se va notando ya la reconciliación que trae Salvador Illa con su cosa de juez de paz del Oeste, entre la desgana, el soborno y el entierro. La fuga de Puigdemont, sin más que disfrazarse de sí mismo como Groucho se disfrazaba de Groucho, aún podía parecer torpeza o despiste. Sin embargo, la chavalería lanzando cócteles molotov a la policía, siquiera simbólicamente, como una actividad más de las fiestas de un pueblo con ayuntamiento socialista, ya nadie puede negar que señala inequívoca y luminosamente el nuevo tiempo. En el ferragosto neoindepe o tardosanchista de Granollers, en la fiesta que podría ser de pestiñada o de virgen de mandilillo, allí han preferido montar un taller de “guerrilla urbana” y una actividad dedicada al cóctel molotov como si se la dedicaran a la gaita o al soplado de vidrio. Yo creo que el empeño de Sánchez ya no tiene vuelta atrás y vamos a reconciliarnos todos o a arder en el intento.
Granollers puede no ser un lugar muy mitológico ni muy volcánico, pero resulta que allí el ímpetu y el espíritu de concordia de Sánchez e Illa han tomado la forma de una llama olímpica, alta, sagrada y festiva, entre fuego de Vesta y hoguera de San Juan, con los jóvenes empuñando el cóctel molotov como la antorcha de la República, de la Ilustración, del Concierto Económico, de la España federal o confederal o sólo gamberra, quién sabe, que todos los grandes cambios parecen al principio gamberradas. La derecha y la ultraderecha sin duda hubieran preferido una cucaña con jamón, que es visualmente algo tan potente, pringoso y español como un encarte con bastos; o la sosa Virgen ahogada en su vinagreta de flores, como una mariposa ahogada, o el taller de cerámica casi achelense, que conecta a la raza con la tierra a través de los pies y las manos mojados. Todo muy rancio, por supuesto. Menos mal que el bloque de progreso aún puede interponer el cóctel molotov como bella y poderosa espada flamígera.
Eso es lo que quieren la derecha y la ultraderecha, jamones y dolorosas, naipes y botijos, siempre mirando al pasado y a la charca. El cóctel molotov, sin embargo, es el futuro, es como el cohete que los niños empiezan a hacer con cartones soñando con la democracia real, formada no por ciudadanos leguleyos sino por tribus con hogueras y cuentos ante las hogueras (la derecha españolista añora el pasado, mientras que los pueblos verdaderos y libres poseen la eternidad, que no es lo mismo ni mucho menos). El cóctel molotov es un obús de Banksy, es una flor de plomo, es una granada realmente frutal, es la dulce queimada de la democracia verdadera, que es una democracia de almas ardiendo, no de libros cerúleos y constituciones de mármol.
El cóctel molotov es la purificación de la destrucción, cuya llama soplan los ángeles, y por eso las imágenes que hemos visto del taller de Granollers son sobre todo de jóvenes y niños. Eso, la purificación, es lo que yo creo que significa la reconciliación de Sánchez e Illa, que en la pureza nunca hay conflicto. Por eso la Cataluña gobernada por Illa será indistinguible de la Cataluña soñada por los indepes. La asimilación es hasta más barata que el enfrentamiento, claro. El cóctel molotov es la Cataluña del futuro, el socialismo del futuro, la democracia del futuro. Quiero decir que hasta ahora lo conocíamos como gamberrada o como impotencia, pero era un arma sin sentido, arrojada a lo loco, sólo para quemar maniquíes, no sistemas ni ideologías. Ahora, sin embargo, puede tener un sentido trascendente, el de la violencia santificada no ya por una parte de la sociedad sino integrada en la sociedad, en la iconografía de la sociedad, como la bandera con cimitarra o el etarra con fiestón.
Ni siquiera hay que quemar a un guardia de verdad con fuego de verdad, que es lo más interesante de este taller, porque arrojar el bote con trapo al guardia de trapo produce esa sensación de juego, esa alegría y benignidad del juego, que tiene la violencia cuando es más que el acto violento, cuando es ya el espíritu aceptado de la violencia, de su utilidad, sea de fuego o de bravata. Eso es porque se ha pasado de la violencia sin más a la violencia teológica, de la violencia anecdótica a la violencia sistemática, que, como en el País Vasco, nos damos cuenta de que ha triunfado justo cuando ya no hace falta ejercerla, cuando no se recuerda que se ejerció o cuando nadie es consciente de que aún se ejerce. Entonces es cuando puede ser verbena.
Una actividad con cócteles molotov como con papel maché, son a la vez algo simbólico y práctico. Son el entierro vikingo del españolismo/franquismo
Un taller de guerrilla urbana contra la policía en medio de las fiestas del pueblo, una actividad con cócteles molotov como con papel maché, son a la vez algo simbólico y práctico. Son el entierro vikingo del españolismo / franquismo, que dicen ellos, y el lúdico entrenamiento en este nuevo y cínico tiempo en el que la violencia será llamada paz, fiesta y democracia. Aunque teniendo todo el dinero, teniendo todos los recursos y teniendo, sobre todo, la razón, que es lo más valioso que les han dado Sánchez e Illa a los indepes, no habrá ni que prender una llama. Yo creo que el PSOE no entiende todo lo que ha conseguido, o no piensa que lo entendamos, por eso aún se excusa por este taller que no se les ha colado, como Puigdemont, sino que simplemente los define.
Un taller de cócteles molotov como de mojitos, celebrando la nueva democracia caribeña y privada de Sánchez y sus socios, me parece un gran homenaje, casi un monumento. Ante las llamas sólo deseadas o sólo simbólicas, ante la violencia espiritual o agazapada que supera a la física y directa, ahora caigo en la mayor verdad que nos deja este taller: estos aguerridos revolucionarios ciertamente sólo se atreverían a pelear contra muñecos, que ya se cagaron ante el funcionario con bicicleta de alambre de pregonero que les traía el papel del 155. Afortunadamente para los indepes, Sánchez les ha permitido no tener que usar la violencia para alcanzar el éxito. Al menos, más allá de los púlpitos y las verbenas.
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