A primera hora de la mañana aparecía en Telecinco el doctor Gaona, prestigioso psiquiatra que participaba no hace mucho en la detección de poltergeist para el programa de Iker Jiménez y que hace unas semanas disertó sobre la utilización de médiums por parte del FBI. Hoy tocaba hablar de la condena a cadena perpetua a Daniel Sancho y en Mediaset han recurrido a este especialista en la mente humana y en la neurosiensia para hablar de la fortaleza psicológica que requiere el pasar los días, los meses y los años en el Bangkok Hilton, que es como se conoce a la cárcel más dura de Tailandia.

Encendí el televisor, observé la imagen y el tono de la conversación y me dije: no van a pasar cinco minutos antes de que cite a Viktor Frankl. Se va a atrever... Va a embestir. Va a comparar a Sancho con un preso de Auschwitz.

No lo hizo al quinto minuto, sino al sexto y con una ligereza terrible. “El hombre que pierde la esperanza está perdido. Incluso está demostrado que envejece más rápido”, comentó.

Así que la primera barbaridad del día ha consistido en equiparar las condiciones carcelarias a las que enfrentará Sancho -surfero, carnicero, cocinero- con las de una víctima del terror nazi como Frankl, quien durante su confinamiento en varios campos de concentración aprovechó para describir las diferentes estrategias que siguen los humanos cuando se sienten indefensos ante el horror.

Lo que sucede aquí es que Sancho no es una víctima, sino alguien que mató a otra persona, la descuartizó y se libró de los trozos para dificultar la labor policial. Lo hizo además en un país cuya concepción de las penas penitenciarias es distinta a la española. Diría que Sancho no estuvo obligado a cometer ese crimen y a lo mejor incluso contó con otras alternativas, pero al escuchar a los tertulianos este jueves por la mañana parece que no le quedó otro remedio.

Fue cadena perpetua

Los programadores de las -cada vez más vacías- televisiones españolas sospechaban que el tribunal podía sentenciar a Sancho a la pena capital, así que habían programado este jueves especiales que comenzaron casi en la madrugada. Las mayores bajezas se han visto en el programa Mañaneros, en La 1, donde una contertulia, con vestido rosa, gesto serio y vaya usted a saber qué tipo de manías, ha puesto a escurrir a los jueces y a la defensa: "La justicia cuando se convierte en venganza, deja de ser justicia", aseguró, mientras ponía en duda los indicios que han justificado la condena.

Podría decirse que a lo mejor la acusación de premeditación está justificada cuando el día antes del crimen acudió a una tienda para adquirir un cuchillo y bolsas de basura. Afirmaron sus defensores que todo ese material lo adquirió para grabar vídeos para su canal de cocina de YouTube, pero la justicia tailandesa lo relaciona con el asesinato y con el posterior desmembramiento del cadáver, a grifo encendido. Hay que ser osado -o algo peor- para realizar esa defensa a Sancho tras la condena. O para situarle como una víctima. Lo intentaron con el comisario -Big Daddy- y ahora también lo hacen con los jueces. Todo vale en el mundo mágico de la tele, donde a Jack ‘el destripador’ a lo mejor le pondrían a hablar de espiritualidad si fuera contemporáneo (o si hubiera existido).

Quizás comience ahora un serial con un tono similar al de El expreso de medianoche. El guión sería fácil de adaptar si existiera la voluntad suficiente: aquí hay un preso occidental, una condena 'excesiva', una cárcel insalubre, llena de elementos peligrosos, y un país que en una parte siente cierta lástima por el asesino y por su padre, al que habíamos visto en El ministerio del tiempo y algún culebrón de sobremesa.

"Era tu mejor amigo"

Sospechaba ayer que el 'caso Sancho' podría derivar en algo similar al de Alcácer, pero no ha sido igual. No ha habido pena capital. Pese a todo, se han producido algunas escenas que dan que pensar, como la que se ha podido observar también en Mañaneros. Ahí estaba el reportero, con el micrófono de RTVE entre las manos, en la casa de “la mejor amiga de Edwin Arrieta”, con el retrato del finado a sus espaldas y abrazándose con la mujer delante de las cámaras, mientras él la decía: “Viviste con Edwin muchos momentos divertidos”.

Se comprobó en la noche cerrada colombiana que sus amigos y familiares lloran todavía al muerto y se muestran impotentes, pese a la sentencia, algo que a lo mejor no le viene bien a quienes han intentado colocar a su asesino en el papel de sufridor, paciente y doliente, en uno de los ejemplos de patriotismo más penosos que se recuerdan.

Porque, como Sancho es español, parece que no es del todo culpable, sino simplemente un muchacho que cometió un pequeño error ante la actitud abusiva e improcedente de su compañero de habitación. ¿Quién no acumula algunos pecados de juventud inconfesables? Robar un libro en El Corte Inglés, beber un día más de la cuenta... Descuartizar a un cirujano... Desde luego, hay que demostrar una enorme inhumanidad para no ponerse en la piel de Sancho. O al menos así transmite la tropa defensora que ha participado en las mesas de tertulia.

¿Qué hubiera sucedido si el muerto hubiera nacido en España? Seguramente, no habrían aparecido en la televisión pública grafismos como el que decía: “Daniel Sancho: 'Lágrimas tras su condena, ha llorado al escuchar la sentencia y ha mostrado arrepentimiento'". Se habrían producido incluso manifestaciones y tuits de Bolaños y de asociaciones y observatorios de nombre extraño.

Aquí, hemos comprobado que, cuando es menester, por el mar corren las liebres, los asesinos son víctimas, los guapos son menos culpables en cuanto a su belleza... y la indulgencia cuesta mucho menos. No me refiero en este caso al comportamiento de la masa (todos somos masa y parte de un conjunto incontrolable), casi siempre aborregada, sino de los periodistas que, a veces, porque alguien les cuenta cosas o les pide un favorcillo o un trabajito, se convierten en un peligro público. He aquí el gran crimen mediático de los últimos años.