Sucedió en abril de 1937. El bombardeo de la localidad vizcaína de Guernica por parte de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana estará siempre marcado por ser uno de los más bárbaros y recordados de la Guerra Civil española. Un ataque aéreo en el que se estima fueron 300 los fallecidos. Un ataque bélico que el arte se ha encargado de inmortalizar.

Antonio Caro Serrano tenía 18 años cuando se declaró la Guerra Civil y fue llamado a filas. Su habilidad con el dibujo y capacidad para levantar un plano casi de memoria captó inmediatamente la atención de los instructores de la Legión Condor, quienes le enseñaron el arte de la fotografía. Apiñado en un vagón de tren y con el cacareo de un idioma que no conocía, el sevillano recorrió una España que se destruía a sí misma.

Fueron los centroeuropeos los que le animaron a probar suerte con la fotografía, tanto aérea como documental en tierra. Del horror, Caro Serrano encontró una pasión. Y de su pasión, nosotros, la brutalidad de una guerra.

Fotografías que documentaron el exterminio

En Sevilla, hasta una decena de fotos de Guernica después de ser arrasada por 31 bombarderos y 26 cazas es conservada por los hijos del fotógrafo. Las fotografías forman parte de los cientos de imágenes que Caro Serrano coleccionó en su recorrido por España, entre las que destacan el resultado inmediato de los bombardeos de la Legión Cóndor en las localidades vascas de Durango, Sestao y Amorabieta. Todas panorámicas, muestran ciudades yermas y desprovistas de vida. El daño ya estaba hecho, y el sevillano buscaba precisión y exactitud en su colección. Un afán que ha hecho posible que esta antología se mantenga casi intacta y perfectamente fechada.

Trinidad Caro Pardo señala una foto en la que aparece su padre, el militar, fotógrafo, cartógrafo, topógrafo, delineante y dibujante sevillano Antonio Caro Serrano
Trinidad Caro Pardo señala una foto en la que aparece su padre, el militar, fotógrafo, cartógrafo, topógrafo, delineante y dibujante sevillano Antonio Caro Serrano | EFE

Entre otros escenarios bélicos, las instantáneas muestran también imágenes de tropas moras recién llegadas a las ruinas de la Ciudad Universitaria de Madrid, de los escombros del Alcázar de Toledo, de blindados de ambos bandos en Brunete, de la plaza de toros de Gijón habilitada como prisión y de Madrid los días inmediatos a la guerra.

Franco aparece también en varias de estas imágenes. Se le ve pasando revista a la Escuadra en Vinaroz el 16 de julio de 1938, y también en un frente de batalla, sentado en una silla de tijera y apoyado en un callao. Franco aparece en otra imagen abrigado con un capote de campaña, departiendo con un general de la Legión Cóndor.

La masacre que inspiró a Picasso

Fue el dolor de Guernica lo que inspiró a Picasso. Fue el horror de la guerra lo que plasmó en los rostros descompuestos y agonizantes del famoso cuadro. Fueron los gritos los que se escuchan a través de la pintura. El Guernica es ya historia del arte universal.

El injusto bombardeo contra los civiles vascos hizo que Picasso se viera obligado a documentarlo en un enorme lienzo de casi 4 metros de alto por más de 8 de ancho. La pintura, un arma en si misma, buscaba dar la sensación de realidad documental.

Soldados abatidos en un suelo casi de cristal, mujeres llorando mientras sostienen el cadáver de sus pequeños, animales, armas de fuego, una miserable bombilla para iluminarlo todo... El caos de un mundo que se empeñaba a acabar consigo mismo. Y, ahí, en el centro de la imagen, una diminuta flor para recordarnos que, pese a todo, la esperanza persiste. Y persistirá.

Cuando invadieron París, los nazis solían visitar a Picasso en su estudio. Todos querían ver el arte del pintor y, excusándose diciendo que buscaban judíos, contemplaban al genio hacer su trabajo. Se dice que este, con una sonrisa pícara en sus labios, les regalaba una postal con la reproducción del Guernica. "¿Ha hecho usted esto, Monsieur Picasso...? No —respondía el pintor— lo han hecho ustedes".