Hay mucho peligro en el vino de porrón, que a mí me parece como la representación cubista del vino y seguramente por eso te deja también la cabeza cubista, con los ojos en la oreja y el cerebro en las amígdalas. Y diría que también hay peligro en el vino de consagrar, que es un vino que te mete angelotes gordos y trompeteros de la teología o de la patria en la cabeza, como moscos quevedianos en una tinaja, zumbando entre el dogma y la borrachera de Caná. Será el vino o serán las cabezas, pero entre el alcalde de Vita, en Ávila, y el cura de Cascante, en Navarra, acaban de hacer como una vomitona de tuno y otra de fraile, o sea la España negra echando los higadillos. Con la España negra salen muchos tópicos, pero es lo que ocurre cuando los tópicos son reales. Siempre habrá que mencionar a Solana, con sus cuadros a la vez espesos y huesudos, y a Berlanga, cuyo truco era traernos esa España negra vestida de seda, como la mona, para que nos riéramos. Mencionarlos es tópico, kitsch e inevitable, porque si Solana y Berlanga funcionan es porque son verdaderos, como nuestros alcaldes y curas tarugos.

El alcalde de Vita y el cura de Cascante, la verdad, más que España negra, que es un término como muy trágico, que requiere al menos sangre humana, sangre policromada o sangre de gallos, parecen un dúo de sala de fiestas, a lo Simón Cabido y doña Croqueta. Hasta suenan a eso, aunque el humor y la provocación necesitan una intención y este dúo de garrota no la tenía. Los dos, eso sí, tienen en común lo rural y el fondo como de vidriera sagrada o mágica de lo tradicional, además de la vidriera también sagrada o mágica del vino tornasolado de las tabernas y los sacramentos. El alcalde canta una canción que por lo visto es popular allí, como en otros sitios se canta que “las vacas del pueblo ya se han escapáu, riau, riau”, y el cura navega como entre el apostolado sincero y una misericordia con el infiel que es más bien asco. Pero al fin y al cabo uno está en las fiestas, como siempre, y otro está en la Verdad, como siempre también. O sea que lo peor es que los dos parecían inconscientes de la burrada, ebrios de contexto tradicional o local como de vino caliente.

Esto es lo que ocurre en la España verdaderamente negra, que nadie quiere normas para todos, sólo ventajas para ellos y pegas para el otro

Uno no es que quiera salvar a la España negra ni condenarla de nuevo a las grandes llamas de los cirios y los faroles, sólo quisiera salvarnos de las excusas del contexto, de las excepciones de la tradición o de los localismos, porque así no sólo nos salvaríamos de alcaldes y curas cazurros sino, por ejemplo, de toda la tabarra catalana. Con estas cosas como las del alcalde y el cura, que parece que han sacado una película, una españolada, enseguida nos salen equipos de purismos y purísimos: los purísimos del pueblo y su autenticidad, los de la moralina y el escándalo, los de la tradición como refugio, muralla o cañonera, los de la libertad y del humor, los de la religión patria, y en ese plan. La verdad es que estos purismos suelen ser normalmente bizcos, y esto es lo que ocurre en la España verdaderamente negra, que nadie quiere normas para todos, sólo ventajas para ellos y pegas para el otro.

Vita, pueblo o aldea con un alcalde del PP que más bien sería presidente de escalera, no se salva por aldea, ni el alcalde se salva por ser el guardián de la única zambomba del pueblo. Aquí es cierto que hemos hecho mucho humor y mucho escarnio con lo rural, con el paleto y el ignorante, seguramente porque nuestra cultura nacional es rural, paleta e ignorante y aún nos esforzamos por quitarnos ese pelo de la dehesa histórica. A España llegaron tarde la Ilustración y la Revolución Industrial, o a lo mejor nunca llegaron del todo, y eso nos afecta no ya en las aldeas de Ávila sino en el orondo Madrid con toda su cultura reducida para la mayoría a la postal y la casa de comidas. O sea, que el pueblo no es chiste pero tampoco hay una verdad atávica y luminosa en la cabra del campanario o en los castellets.

El pueblo no se salva por pueblo, y la repugnante letrilla más o menos popular (popular para 80 habitantes al menos) tampoco se salva por popular. Tampoco el cura se salva por cura, aún diría yo que es más perverso al disfrazar su racismo con algo así como colores o parcelas naturales de los rebaños de Dios. Su intento de explicar que en el beso de una “mora” a su hijo no podía haber el mismo amor que el de una madre cristiana me recordó a lo que me dijo una vez un bobo y garrulo meapilas, que no es que hablara al revés sino que de verdad pensaba al revés: “para ser buena persona lo primero que hay que ser es buen cristiano”. Ni el cura se salva por cura, ni la religión por religión, que uno aún no entiende por qué las opiniones religiosas deben tener una consideración y una protección superior a las científicas, filosóficas o artísticas. Demasiada gente queriendo salvar lo suyo y sin aceptar normas para todos, eso es lo que nos pasa, ése es ahora el tópico de la España negra.

Ha pasado lo que ha pasado, dos burradas de la España negra de antes y de ahora, dos excesos concurrentes y cegadores como dos huevos fritos de Velázquez, y ya ven que enseguida el alcalde o los del alcalde han sacado lo de la tradición popular y humorística del pueblo, y hasta algunos del cura han sacado por ahí el brillo ambiguo o cegador de su Dios, ese blanco de blanca barba, para dar contexto cósmico al racismo. Hoy no estaba pensando yo tanto en la gradación desde el viejo verde al violador, ni desde el Dios nacionalcatólico al Dios bergogliano, como en este vicio que hay aquí de que cada uno destaque su situación, su fuero, su excusa, su diferencia, su privilegio. El sanchismo es precisamente esto, la ausencia de norma común, el triunfo de la particularidad, de la excepción, de la arbitrariedad. Estoy pensando que Sánchez podría llevarse a la niña de la coplilla de la mano, y además un porrón, si eso le conviniera a él o a sus socios.