A Almodóvar, que es un cura, le han reñido los curas y lo ha aplaudido el ministro Urtasun, que es otro cura, o sea que a mí me parece que la supuesta polémica es más bien un concilio de curas entre dogmas y chocolatadas y entrar ahí es llevarse un cristazo seguro. La verdad es que uno está harto de cine santurrón y plomizo, como un Bizancio de la izquierda, de la política que es catecismo moral y de la religión que aún pretende ser guía y censora a pellizcos crueles o a caricias babosas, siendo apenas su propia reliquia. Ya no hay arte que no sea político (supongo que al arte sin más los artistas comprometidos lo llamarán “arte degenerado”), ya no hay política que no sea puritanismo, y seguramente ya no hay catolicismo que no sea mero folclore (esas vírgenes en ristra del mismo Almodóvar, como embutido o lotería del pueblo). A lo mejor, con tanto cura veneciano y de paisano, los curas de toda la vida están un poco perdidos, como si les hubieran robado a la virgen pastorcita de la ermita. Almodóvar parece más obispo que sus obispos y Urtasun parece más monja que sus monjas, y esto tiene que descolocar y fastidiar.

Almodóvar ya era un cura rosa que iba haciendo apostolado bamboleante y orondo, como un obispo jacobeo, y que aún se ha hecho más cura rosa (los curas rosas se llaman cardenales, en realidad) desembarcando en Venecia como un obispo de carnaval veneciano. Con la excepción de Buñuel y alguno más (Buñuel era el anticura, el antiicono, un destructor total de sistemas e ideologías, su propio ángel exterminador), nuestros genios (Almodóvar lo es) pecan mucho no tanto de política sino de teología de la política, de hacer de la política evangelio y biblias en pasta desde púlpitos campanudos y tablaos multitudinarios. Éste, el de la política teológica, es el verdadero pecado nacional, no la envidia. No me refiero a la política como interés, preocupación o incluso dedicación, sino a la política como vicio, como gula.

Igual que los curas tienen gula de dulce o asados, sustitutos del pecado de la carne, nuestros artistas tienen gula de política y en todo ven política como los curas ven en todo piononos o lechones, o algún equivalente más carnal. Almodóvar es como un cura de Agustín González en la mesa (nunca tuvo la Iglesia Católica un cura más cura que Agustín González), o sea entre la pedagogía inevitable a dos carrillos y el vicio de mojar pan. Nuestros artistas, además, no sólo ven política por todas partes, como el cura ve en todas partes al Diablo, sino que sobre todo ven la importancia de su mirada en la política, la luz de su arte en la política, la guía de su obra en la política, como el cura ve la luz de su sermón traspasar las vidrieras y dirigir las almas, ya como esquiladas de pecado, hacia su cielo dominguero. Esto hace a nuestros artistas insoportables, tanto más cuanto más inspirados se sientan, exactamente como un cura inspirado.

Almodóvar, cardenal enfajado, cura con chorreras, enviado del Cielo con problemas para andar, genio irregular como todos los genios (como Woody Allen, aunque Allen sí es un artista puro, es imposible imaginarlo con inspiraciones de vírgenes de estampita o de ideologías de estampita, es otro destructor total); Almodóvar, decía, aplaudido en Venecia como la Virgen del Rocío en barquita, como el Dalái Lama entre flores amarillas, lo que pasa es que le está haciendo competencia a los curas de aquí, que sólo se ven en las procesiones, como la señoras con mantilla, o excomulgando a gente, como al propio Almodóvar, y se están quedando sin parroquia. Almodóvar es el obispo con santa papada y santa mano crucífera, Urtasun es la monja con regletazo, y los curas de aquí se dan cuenta de que no pueden competir con eso, sobre todo si sólo tienen al cura de Cascante haciéndoles promoción.

Almodóvar iba de santos óleos y de casulla de patriarca porque trata en su última película el tema de la eutanasia, que es un tema, ya ven, de homilía (también es un tema de premio, como sabrá cualquiera que haya estado en un jurado, enternecido y agobiado por la mediocridad y a la vez la inevitabilidad de la circunstancia). Ya compararemos su película con Mar adentro de Amenábar, o con la brillante Million dollar baby de Clint Eastwood (más brillante todavía por estar pulida de moralina, por ahorrarnos mucho metraje de moralina y dejarlo todo casi en el propio instante de la decisión o de la liberación, o sea librándonos de la religiosa agonía moral). Pero eso son temas artísticos y aquí estamos hablando de misas y contramisas. El tema, decía, es la eutanasia, para la que Almodóvar ha reclamado una ley universal justo cuando las leyes universales son imposibles, siquiera yendo de Zaragoza a Barcelona, cosa que hace el intento aún más católico y dominguero. El presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, con el crucifijo como una cuchara colgando, con cara de pasar hambre de clientela, enseguida se ha quejado, y yo sigo diciendo que no es tanto por la eutanasia como por la capacidad apostólica de Almodóvar.

La nueva religión es la política, los artistas son como nuevos tallistas vaticanos, y un cura de Sánchez, como Bolaños, apenas se distingue de un cura con faralá, como Almodóvar

La nueva religión es la política, los artistas son como nuevos tallistas vaticanos, y un cura de Sánchez, como Bolaños, apenas se distingue de un cura con faralá, como Almodóvar, de un cura con tijeras, como Urtasun, de un cura de Montserrat o de un cura de cirio. Lo de la eutanasia es secundario y tampoco es tan complicado, o sea que los dioses tienen que ser los dueños de la vida y de la muerte para que ambas cosas las administren sus franquiciados en la tierra, aunque ahora el negocio decaiga. No hay que irse a Almodóvar ni a Cioran, es de sentido común que si se dice que la vida, o sea la voluntad, no le pertenece al individuo es porque alguna estructura quiere apropiarse de ella, sean iglesias o estados. Claro que no es igual decir esto que hacer romerías sobre el asunto en Venecia, a la luz encantada y enfermiza de su luna, como la de una aparición mariana.

Sí, a los curas les están quitando la parroquia de beatas, las primeras filas de rodillas desolladas y constipaditos de culpa en el pecho, las hogueras de impíos, los evangelios de expiación y calderilla, los escenarios grandiosos y lúgubres. A la Iglesia le están robando la clientela, los métodos, el folclore y hasta los curas vestidos de princesa.