Cinco veces se casó y cuatro se divorció. La vida conyugal de Ingmar Bergman (Suecia, 1918- 2007) no fue ningún camino de rosas. Quizá gracias a eso fue capaz de construir en Secretos de un matrimonio (1974) un auténtico tratado sobre el funcionamiento de las crisis maritales. Aunque si echamos mano de su historia, tal y como él mismo decidió retratarla en lo que se conoce como la "trilogía familiar" (La buena voluntad, Niños de domingo y Confesiones privadas), es fácil darse cuenta de que el origen del problema viene de mucho antes de su primer casamiento.
Si en La buena voluntad reconstruye los primeros años de la turbulenta relación de sus padres, en Niños de domingo, novela de aprendizaje que refleja su infancia y la relación con su severo padre, Confesiones privadas cierra la serie con un retrato de su adorada madre y la recreación del adulterio que marcó para siempre la desgracia de su matrimonio.
La editorial Fulgencio Pimentel acaba de cerrar, con la publicación de esta última, la recuperación en español de esta obra esencial en la vida de Bergman que se encontraba descatalogada (editada por primera vez a finales de los 90 por Tusquets). En ellos, el cineasta sueco realiza un honesto ejercicio de reconocimiento emocional, rebuscando entre las heridas que arrastran sus orígenes, para acercarse de la mejor manera que sabe, a través de la ficción, a su propia historia.
Secretos de un adulterio
"Soy una esposa infiel, vivo con otro hombre. Engaño a Henrik. No tengo remordimientos o cosas así. Sería ridículo. Pero sí angustia. Ya no sé qué hacer", reconoce Anna en la primera de cinco partes que conforman este Confesiones privadas. A partir de ahí, los hechos, pensamientos y revelaciones se precipitan dejando al desnudo las miserias de un matrimonio infeliz. Pero también las preocupaciones y miedos de una mujer sensible e inteligente que, a pesar de la culpa, del pecado, la locura y la enfermedad, no quiere resignarse a perder su libertad.
Cinco confesiones en momentos distintos articulan el desarrollo de este desgraciado adulterio. La primera se da en julio 1925, cuando una desubicada Anna confiesa su pecado ante el tío Jacob, el veterano sacerdote que la ha visto crecer y que es al mismo tiempo jefe de su marido. La segunda de las confesiones se produce un mes después, cuando Anna se sincera con Henrik, su marido, que también es pastor luterano. La tercera llega dos años después, en marzo de 1927, cuando el fallido matrimonio se ha convertido en infierno y Anna encuentra consuelo en su madre, Karin Åkerblom, cuyo nombre es el mismo que de la madre real de Ingmar.
La cuarta vuelve al pasado, para sincerarse con Tomas, el amante y seminarista que es a su vez amigo de Henrik, y con su mejor amiga Märta. En la última confesión, una Anna más madura, vuelve a acudir a tío Jacob en octubre de 1934, ya moribundo, para contarle el final de la historia, desde la relatividad del tiempo pasado. Y como broche final, un "epílogo-prólogo" final vuelve a la infancia de Anna y los días anteriores a su primera comunión en mayo de 1907.
Contra la moral cristiana
A lo largo de este recorrido, Ingmar Bergman imagina todo aquello que le han contado, lo que ha podido descubrir después o ha experimentado él mismo en su infancia, tratando de descifrar los sentimientos y pensamientos más profundos de todos los implicados, con especial atención en los de su madre.
"Mamá es preciosa, la más hermosa de todas las personas que puedas imaginar, más hermosa que la Virgen María", escribía Bergman en Niños de domingo sobre su madre, anticipando una adoración y un amor incondicionales por su progenitora.
Igual que se puede ver a lo largo de su filmografía, la omnipresencia de Dios y la religión cristiana se encuentra de una forma tanto simbólica como real. Y al igual que ocurre con la mayoría de sus personajes, Bergman admira y redime a los personajes que se atreven a cuestionar la rígida moral cristiana desde una devoción y santidad basada en su humanidad.
Por eso, se esfuerza por mostrar a una mujer en lucha contra su contradicción, por un lado no se arrepiente del amor que supone la traición, pero sí de haberse casado demasiado pronto con la persona que le ha cortado las alas, al igual que es consciente de que sus actos pueden generar una situación de desgracia en su familia.
"He pensado en el arrepentimiento, pero no me arrepiento, he pensado en el pecado, pero ya no es más que una palabra. Todo ha mejorado desde que me di permiso a mí misma para amar a Tomas", se reafirma Anna en una de sus confesiones. En la infidelidad no solamente hay lujuria, hay una necesidad de escapar, de salirse del papel que la vida le ha dado, de rebelarse contra Dios y su destino.
No hay acto de contrición, pero sí un gran sentimiento de culpa por las consecuencias que su adulterio pueden traer a su familia. Por un lado se siente liberada, pero al mismo tiempo es muy consciente de la responsabilidad y eso le consume.
Cuando el amor se convierte en dolor
Confesiones privadas dibuja el mapa emocional de una mujer educada para ser libre que se ve encerrada en la prisión de un matrimonio precoz e infeliz, dominado por la austeridad y la rectitud cristiana de un marido que más que una esposa, necesitaba una madre.
"No estábamos en absoluto hechos el uno para el otro. Nos llevábamos muy mal. Henrik me rodeaba por todos lados con todas sus susceptibilidades. Yo tenía que ser su madre y él podría al fin ser el hijo. Era como una cárcel emocional", reconsidera Anna en una de las reflexiones más duras sobre su matrimonio. "Lo amaba de una manera infantil y arrogante. Pero yo no sabía nada sobre él ni sobre mí misma", sentencia.
Entonces, aquella mujer asediada por la culpa y los remordimientos se confiesa con su esposo. Y aunque al principio el desconcierto y el miedo de Henrik aparentan una extraña forma de comprensión, no tarda en desatarse el horror y lo que había sido amor se convierte en el más punzante de los dolores.
Ingmar Bergman, protagonista ausente
Un estilo muy descriptivo y visual, pero también ágil y preciso. La escritura de Bergman, al igual que su cámara, domina toda la escena, los cambios de luz en los que la intimidad precede a la confesión, los detalles minúsculos que ocurren durante la conversación, la delicadeza de los cabellos que se descuelgan del moño de su madre mientras habla, el reflejo del atardecer que se cuela por la ventana, o la sensualidad triste de los amantes infieles.
Pensamiento, narración y diálogo se entremezclan en una inmersión integral, sin separaciones, pausas ni distracciones. Incluso él mismo se cuela como observador y narrador en alguna de las partes del libro, dejando claro que todo lo que vemos, sentimos y pensamos, pasa por él. Porque, aunque Confesiones privadas sea un libro sobre su madre, en esencia no deja de ser su historia.
Bergman utiliza los problemas conyugales de sus padres para reflejarse en ellos en un ejercicio de empatía mucho más complicado de lo que parece. Las frustraciones, desencuentros, los puntos de vista que los separan no son tan perceptibles como parecen, pero una vez los conoces te parecen un mundo. No son dos personajes simples, no es un culebrón morboso sobre el desencanto matrimonial. El retrato psicológico que hace de sus padres va más allá, él mismo se refleja en sus virtudes y sus defectos, volcando sus preocupaciones existenciales más profundas sobre la conciencia de Anna, pero también hay una parte importante de él en el dolor y la frustración de Henrik.
En esta historia adúltera, ella no es el prototipo de mujer puritana arrepentida ni temerosa de la cólera de Dios. Él tampoco es el hombre insensible y ajeno a los sentimientos de su esposa. Son dos adultos que han crecido juntos en una situación hiriente muy particular donde la desilusión y el dolor intensifican y confunden sentimientos y pensamientos.
"¿Cómo describo la ponzoña que imperceptiblemente inunda el hogar como un gas que ataca los nervios y que corroe los sentidos de todos durante largo tiempo, quizá toda la vida? ¿Cómo recojo las opiniones y el ponerse a favor o en contra cuando necesariamente todo se vuelve borroso e incierto, ya que los que juegan en segundo plano no tienen jamás la posibilidad de enterarse de la verdad real? Nadie sabe..., todos ven", se pregunta ese narrador aparentemente ausente que firma la novela.
Publicada por primera vez en 1992, Confesiones privadas funciona como una especie de revelador epílogo para entender mejor la que fue su última y más personal película: Fanny y Alexander (1982). Aquella en la que quiso contar el drama familiar de vivir bajo el yugo del fanatismo religioso de su padre y la tortuosa manera en la que los trataba. Sin embargo, aquí algo ha cambiado, Bergman se permite dudar y cuestionarse de una forma abierta y descarnada qué fue lo que salió tan mal en aquel matrimonio que marcó su vida para siempre.
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