Acaban de salir al patio y, tras columpiarse unos minutos, se ponen alrededor de Felipe, cada uno con su bocadillo de cuatro onzas de chocolate con leche dentro de un currusco de pan, y le empiezan a cantar el Cumpleaños feliz. Cumple ocho años y lleva unos días viviendo en la que será su casa como mínimo todo este curso y como máximo hasta que termine el Bachillerato. Es uno de los alumnos más pequeños de la Escolanía de Santa Cruz del Valle de los Caídos, un colegio dirigido por monjes benedictinos que lleva desde 1958 educando a varios miles de alumnos y cuya función está, desde el pasado martes, en tramitación para ser considerada Bien de Interés Cultural Inmaterial por la Comunidad de Madrid. 

Este movimiento está lleno de simbolismo. El lugar donde se encuentran estos 36 niños está en la diana política por la intención del Gobierno socialista de reformular el monumento dentro del marco de la Ley de Memoria Histórica - por la que el nombre oficial ahora es Valle de Cuelgamuros- y desalojar a la orden religiosa y con ella a la escolanía. Con esta declaración, la Comunidad de Madrid intenta protegerlos de algún modo, aunque desde el ministerio de Ángel Víctor Torres aseguran que "no afecta a las políticas de resignificación que está llevando a cabo el Gobierno de España".

La escolanía es una escuela de la que muchos desconocen su funcionamiento, hasta su existencia, y que tiene una manera de enseñar que difiere bastante de la educación convencional actual. Aquí se encuentran alumnos desde 3º de Primaria -siete u ocho años- hasta 1º de Bachillerato -dieciséis o diecisiete- , que viven la mayoría en régimen interno y que llevan una vida que dista mucho de la del resto de niños de su misma edad.

El primer timbre suena para todos a las 7:30 de la mañana y en las habitaciones, que se encuentran en la segunda planta, todos se ponen en pie. Tienen veinte minutos para ducharse y vestirse y a las 7:50 hacen juntos un rezo cantado de Laudes antes de bajar al comedor para desayunar. De 8:30 a 10:30 tienen formación académica basada en la enseñanza de Humanidades. Después, bajan los seis pisos que les llevan a unos túneles por los que cruzan por debajo de la inmensa cruz de 150 metros que corona el monumento, y que siempre ven desde las clases y el patio, hasta llegar a la Basílica del Valle de los Caídos.

Nos reciben al volver de misa, donde cualquiera puede ir a escucharles cada día, y tanto el lugar -tranquilo, gigante- como los paseos silenciosos por los pasillos de los monjes, hasta el pan con chocolate, nos llevan a otra época, como si el tiempo hubiese pasado de largo por estos lugares. Son, por decirlo de alguna manera, niños cantores y su día a día está totalmente condicionado por esta función. Cada mañana son los encargados de los cantos gregorianos que se escuchan en la misa de la basílica y para poder hacer frente a esta responsabilidad dedican gran parte de la tarde al estudio de Música. 

Varios niños en el patio de la Escolanía de Santa Cruz. ISRAEL CÁNOVAS

"Aquí hay niños de todo tipo. No tenemos una clase social determinada ni siquiera una nacionalidad, tampoco nos regimos por sus dotes musicales para aceptarlos. Este año, por ejemplo, tenemos a un ucraniano que apenas habla español pero al que poco a poco vamos consiguiendo meter en la dinámica de las clases", cuenta fray Miguel Torres, de 31 años, que dirige el centro desde hace dos. Todos tienen en común su devoción religiosa, algo que el director considera el punto fuerte para determinadas familias a la hora de decantar la balanza hacia ellos.

Explica que llevan empleando el mismo método desde su creación, hace más de sesenta años, y que tienen claro que, además de la excelencia académica, su labor es la de la enseñanza cristiana. "Los padres que traen a sus hijos es porque consideran que tienen que recibir este tipo de educación, la formación musical suele ser algo secundario", comenta. También que, aunque algunos acuden a las clases y luego duermen en sus casas, no es lo habitual. "Esto está lejos y las clases acaban a las ocho de la tarde, lo que genera dificultades para muchas familias. Además, tenemos chicos de Zaragoza, Barcelona... Lo normal es que vivan aquí con nosotros", añade.

Así lo corroboran los niños. Telmo Zorrilla lleva siete años en el colegio. Fue el primero de su familia en entrar y ahora comparte el edificio con tres de sus hermanos pequeños. "Ellos van a dormir a casa, no vivimos muy lejos, pero yo decidí quedarme interno cuando entré en 1º de Bachillerato. Me concentro mejor, pero también supone un ahorro para mis padres", dice y explica que así cena y desayuna en la escolanía. 

"Nos llaman muchísimo para ir a bodas, no podemos decir que sí a todas porque no llegamos a tantas", dice fray Miguel

El colegio tiene un coste de 360 euros al mes para los más pequeños y unos 380 para los más mayores. Esto incluye desayunos, comidas, cenas, alojamiento, clases, material escolar y las excursiones, obligatorias, que se realizan una vez al mes y que muchas veces implican ir a cantar a bodas o a alguna otra ceremonia religiosa. "Nos llaman muchísimo para ir a ese tipo de celebraciones; no podemos decir que sí a todas porque no llegamos a tantas. Nos han intentado llevar hasta Palma de Mallorca pero, claro, llevar a los niños hasta allí no es fácil y los novios tenían que hacerse cargo de todos los costes", recuerda fray Miguel, que ya está preparando viajes para Córdoba o Sigüenza.  

Los otros tres fines de semana se dividen en "libres completamente", en los que los niños se van a casa desde el viernes a las 18:30 hasta el domingo a las 21:00, y los fines de semana convencionales, cuando tienen que volver el domingo a las 9:30 para cantar en la misa. "Cuando era pequeño había cosas que me costaban más pero ahora me gusta tener horarios y orden", explica Telmo, sentado al lado de Carlos Pardo, que cursa también 1º de Bachillerato pero que no lleva tanto tiempo en la Escolanía del Valle de los Caídos como su compañero.

Telmo Zorilla y Carlos Pardo, alumnos de 1º de Bachiller de la Escolanía de Santa Cruz del Valle de los Caídos. ISRAEL CÁNOVAS

"Yo quise venir aquí, cantaba en otro coro y me hablaron de este colegio y me informé. Me gustó mucho y se lo dije a mis padres. Al principio iba a venir por un año pero ya llevo cuatro y me gustaría acabar aquí mis estudios antes de ir a la universidad". Comenta que viene de una familia de ocho hermanos y que el resto han ido a otro tipo de colegios, aunque siempre religiosos. "Soy el único que ha tomado esta decisión y estoy contento".

Su idea de terminar el Bachillerato en el colegio la comparte con otros alumnos aunque son, o parecen, ajenos al revuelo mediático que genera la permanencia de los monjes benedictinos en el Valle de los Caídos. "Los niños no saben mucho, las familias sí que han preguntado. Ha habido cierta inquietud pero al final nuestra labor es seguir formando a los niños y si en algún momento nos encontramos con ese problema... Pues ya veremos qué hacemos. Ahora mismo no hay un plan B", explica fray Miguel y añade que ellos "intentan vivir en paz, en silencio, confiando en Dios". "No nos consta de manera formal su intención de expulsarnos, pero pase lo que pase intentaremos seguir adelante, y eso es en lo que estamos", sentencia.

"Ha habido cierta inquietud por si nos expulsan, pero al final nuestra labor es seguir formando a los niños. Ahora mismo no tenemos un plan B", explica el director

Para él, el anuncio de la tramitación de la escolanía como BIC es una gran noticia. "La actividad que realizan los niños es poco habitual, no existe en otro lugar una misa diaria con canto gregoriano. Este es un canto muy selecto que muy pocas personas interpretan y, además, los niños lo hacen en su contexto real que es la liturgia. Este tipo de formación supone para los chicos que no sólo reciban una formación académica para su vida profesional sino que integren la música en sus vidas", asegura. Aunque no considera que esta declaración tenga una "connotación política" sino exclusivamente cultural "porque es un bien que está amenazado por ciertas razones y que podría desaparecer".

Dice que se alegra de que también la de El Escorial vaya a recibir la misma protección. "Estamos hermanadas, ellos tienen el colegio separado de la escolanía pero allí hacen el mismo trabajo", afirma. Pero remarca que ambos sitios no reciben el mismo trato por parte de Patrimonio Nacional. Los techos de gran parte de las instalaciones del Valle de los Caídos sufren humedades que acaban por tirar abajo el yeso, las vallas están oxidadas y algunos suelos levantados. "Les avisamos cuando es algo externo, del interior nos encargamos y lo costeamos nosotros porque no podemos tener aquí a los niños con un cristal roto. Ellos vienen y comprueban lo que decimos. Luego, nos quitan los escombros pero no vemos que haya una actitud de preservar esto lo mejor posible. No tiene nada que ver cómo se cuida El Escorial a cómo se cuida este lugar", denuncia fijando el problema en la "estigmatización" del monumento, antes de llevarnos a las clases de música. 

Algunos de los desperfectos en techos y suelos del edificio de la Escolanía de Santa Cruz del Valle de los Caídos. ISRAEL CÁNOVAS

Los niños acaban de terminar de comer, lo hacen todos juntos a las 14 horas y, tras un rato de deporte, empiezan con la formación musical. Los mayores enseñan gregoriano a los pequeños y otros monjes hacen lo propio con los cursos intermedios. "Al principio les cuesta: el latín, el tono... Pero al final se sienten parte de algo y les gusta. De aquí han salido especialistas en música muy buenos", comenta orgulloso el director. 

Justo cuando sale un niño de siete años de una de las aulas y se acerca a Carlos Pardo, que es su profesor de Música. Le dice que ayer no le dio tiempo a estudiar mientras le tira de la camiseta. Es el hermano pequeño de Telmo y lleva aquí apenas unos días. Otros como él se han ido antes de cumplir la semana. "Les cuesta mucho alejarse de sus padres, esto es muy exigente; no ven a sus familias durante muchos días aunque se comunican con ellas varias veces", confiesa. 

"Muchos amigos de fuera nos dicen que si no es muy raro que no estemos con nuestras familias, pero yo no siento que me haya alejado de ellos", asegura Telmo

Porque aquí los teléfonos móviles se requisan y solo se dan media hora los lunes, los miércoles y los viernes para hablar con sus padres (muchos niños de familias que no son de Madrid no vuelven a sus casas los fines de semana) y el que no tiene teléfono, siempre analógico, lo hace con el fijo de la escolanía. "Muchos amigos de fuera nos dicen que si no es muy raro que no estemos con nuestras familias pero yo no siento que me haya alejado de ellos. Hablamos mucho y no tengo esa sensación", alega Telmo. Aunque es una de las partes más complicadas de este tipo de colegios donde han llegado a albergar 50 alumnos algún año y donde ahora son 36, aunque se esfuerzan por atraer a los máximos alumnos posibles. 

Alumnos de la Escolanía de Santa Cruz durante una de sus clases junto a una profesora. ISRAEL CÁNOVAS

Le preguntamos si no ha pensado en abrir el coro a las niñas, como ha hecho la escolanía de Montserrat (Barcelona), pero alega no tener ni sitio ni tiempo para una "formación mixta". Las únicas mujeres que se ven por los pasillos de este centro situado en el Valle de los Caídos son las maestras. Son las encargadas de las clases de Lengua, de Ciencias Sociales o de Ciencias Naturales que imparten a grupos mínimos de entre cinco y diez niños en Primaria y la ESO y que solo cuenta con tres en 1º de Bachillerato. Y recuerda a alguna profesora que vivía en el colegio pero dice que "ahora todas se van a su casa".

Nos vamos cuando les queda una hora para empezar con el tiempo libre, cuando suben a sus habitaciones a estudiar. "Aquí no hay distracciones, si tuviésemos una videoconsola creo que acabaríamos todos peleados", bromea uno de los mayores. Y se ven apenas dos o tres pantallas de ordenador desperdigadas por las aulas.

Algunos salen fuera, justo debajo de la inmensa cruz, e interpretan un canto gregoriano. Se mantienen serios pero cuando nos despedimos se acercan rápido a preguntarnos si van a salir en la televisión. Este fin de semana ninguno volverá a casa, es uno de los obligatorios. Ahora les queda estudiar, la cena y acabar el día con un rezo cantado de Completas.