Georgina es una afortunada. Por si no te diste cuenta en las dos primeras temporadas, en las que te muestra cómo pasó de ser una chica humilde de Jaca a vivir rodeada de lujo tras empezar su relación con Cristiano Ronaldo, se pasa toda la tercera entrega de su reality recordándotelo. Y en eso estamos totalmente de acuerdo. Pero hay otras tres palabras que no deja de repetir, y una de ellas es más difícil de encontrar en esta última parte de su documental.

Una es "familia", otra es "Cristiano" y la última es "conexión", incluso por encima de "Dios", "agradecer" y "feliz", que ocupan otro alto porcentaje de sus frases mirando a cámara. Todo en la vida de la influencer y novia de Cristiano Ronaldo es maravilloso, bonito, romántico e increíble, y necesita de las palabras porque las imágenes no bastan para que nos convenzamos de todo lo que ella resalta y no brilla ni en sus manos ni en su casa.

En esta tercera temporada, Georgina se ha trasladado a Riad siguiendo la estela de su novio, que ahora juega en el Al-Nassr. Dejaremos a un lado que es de las pocas mujeres, sólo se la ve a ella pero suponemos que habrá alguna más, que acuden al estadio. También que allí es el único lugar donde los escotes desaparecen y es en esta temporada donde los ibéricos pasan de un primerísimo primer plano a un sexto o séptimo.

"El futbolista les pregunta a sus hijos que quién es la persona más famosa que conocen, a uno de ellos se le ocurre decir: "Mamá", y la cara del portugués es lo más real del reality"

Tampoco están sus amigas y su hermana aparece en tres o cuatro tomas. Sí que están sus amigos gays –maquillador y peluquero–, que, cómo ya contó Juan Sanguino en El País, se han trasladado a un lugar donde su forma de vida es ilegal, algo que ni se intuye en ninguna de las siete horas de programa que parece patrocinado por Arabia Saudí. Aquí solo se habla de dinero y de esfuerzo y se ve siempre lo primero. La casa, que fue amor a primera vista, los coches, la piscina, el jet privado, las playas, los regalos... Hasta parece que hayan asumido el calendario venezolano porque la influencer coloca una pista de hielo –"como la de Colón", dice una de sus acompañantes– en su jardín y empieza a dar regalos un par de semanas antes de que el resto nos dignemos a sacar el árbol.

Mientras nos enseña todo, ella y su representante Ramón Jordana nos cuentan lo mucho que trabaja Georgina, lo mucho que se esfuerza, que ella decide qué hace con su vida, que ella maneja su dinero, se encarga de los niños, que no para en todo el día. Todo le hace parecer una mujer independiente, "dueña de su futuro", como asegura, hasta que sale Cristiano. Hay una escena maravillosa en la que el futbolista les pregunta a sus hijos que quién es la persona más famosa que conocen, a uno de ellos se le ocurre decir "mamá", y la cara del portugués es lo más real del reality.

Poco después ella se sienta ante la cámara asegurando que siempre les dice a sus hijos que ella es famosa por ser novia de su papá, que su papá es el mejor, que su papá es el que más se esfuerza. Incluso se dedica bastante parte del programa a que los niños recorran varios museos donde Cristiano Ronaldo es el protagonista mientras su madre les repite que su papá es casi un semidios y les compra posters con su cara.

La conexión

Todo gira en torno a él, incluso cuando ella es la protagonista siempre es bajo su sombra. Un ejemplo muy claro lo encontramos en su primer desfile como modelo, que lo hace luciendo una camiseta del futbolista donde él le ha puesto que la ama en la parte de atrás. Es decir, no desfila Georgina, sino la mujer amada por Cristiano. Él hace alguna broma sobre cómo ante las cámaras es más caballeroso, repite todo el rato que Netflix está en la sala y se le escapa un "joder" que provoca la risa nerviosa de Georgina. Pero ella siempre aparece después de una escena familiar –un desayuno, un paseo por la playa, una cena– asegurando que esos momentos son de "conexión absoluta", que tienen "mucha conexión", que les encanta pasar tiempos juntos porque "conectan como familia".

Incluso cuando ella se va de viaje sin Cristiano para celebrar su 30 cumpleaños, "la conexión" entre ambos es absoluta en cuanto llega un ramo de rosas. "Creo que en Italia me bautizaron como la Cenicienta moderna por mi historia de amor", dice, y al final de toda la temporada hemos visto apenas un beso entre ambos mientras el futbolista mira a cámara.

Hay tanta química entre ellos como la que tiene cuando se lleva a unos de sus hijos al Louvre de Abu Dabi y dedican unos tres segundos a mirar el San Juan Bautista de Leonardo Da Vinci. Luego se pasean por el edificio, hablan del techo "que parece un balón" y, al salir, asegura que su cuadro favorito "ha sido el de Da Vinci" por lo que le transmitía. Y esto te lo crees más que su conexión con Cristiano.