El miedo se expande a menudo a la misma velocidad que la amenaza. En enero de 1995 un hecho lo hizo propagarse por lugares que hasta entonces solo merodeaba. El día 25 de aquel mes, de aquel año, ETA asesinó en la Parte Vieja de San Sebastián al concejal del PP de San Sebastián, Gregorio Ordóñez. Había comenzado un nuevo ciclo de terror de la banda a la que meses más tarde su brazo político daría respaldo con un 71% de apoyo a la Ponencia ‘Oldartzen’ que incluía la necesidad de ‘socializar el sufrimiento’. A partir de ahora, la amenaza terrorista no recaería sólo en militares y los CFSE sino que abarcaría a otros ámbitos de la sociedad. Los políticos serían los primeros en temerlo. Después vendrían los jueces, los empresarios, los intelectuales, los periodistas,… De la noche a la mañana, Euskadi se convirtió en un lugar repleto de amenazados necesitados de protección.   

En Euskadi y Navarra se estima que en los peores años de la amenaza etarra trabajaron hasta 3.000 escoltas privados a los que se suman cerca de otros 2.000 vinculados a Cuerpos policiales. El País Vasco llegó a ser una de las zonas de Europa con mayor presencia policial y de servicios de seguridad. A los escoltas, en su mayor parte procedentes de la seguridad privada, se sumaban cerca de 7.500 ertzainas, 1.500 policías y 3.000 guardias civiles.

En esos años “la demanda de escoltas llegó a desbordarse” en Euskadi: "Se necesitaron un montón de escoltas. Hubo gente muy preparada pero otros muchos llegaron sin la necesaria cualificación”, recuerda José María Lobato. La amenaza de ETA era real y la banda procuraba priorizar los objetivos más sencillos y carecer de escolta era “tener más boletos”. Lobato sabe de lo que habla. El perteneció a los primeros escoltas que trabajaron en Euskadi. “Hasta 1997 éramos apenas 47 para todo el País Vasco para cubrir el servicio del PP. Lo hacíamos con los pocos medios que se podía entonces. Todos éramos vigilantes jurados que trabajábamos de paisano”.

Concejales de grandes ciudades y de pequeños municipios tuvieron que aprender a vivir protegidos. La presión y el riesgo se incrementó. Las medidas de autoprotección ya no parecían una garantía suficiente. La insistencia de algunos cargos en continuar sin protección pronto se demostró que era una sentencia mortal. ETA seguía matando y buscando para sus atentados los objetivos con menos riesgo.

"Si lo llegan a saber..."

Uno de los mayores problemas fue que no siempre se disponían de los recursos materiales necesarios. Tampoco del personal humanos más cualificado. La protección más profesionalizada y los mejores medios se reservaron para los amenazados de más rango, pero ETA había puesto su diana en un sector amplio de la población, desde el presidente de un partido hasta el concejal del municipio más pequeño. Por eso toda ayuda a la protección, todo ofrecimiento a jugarse la vida para proteger otra fue bienvenida.

Muchas de las personas que ejercieron esa labor procedían de ámbitos poco relacionados con la seguridad. Lobato asegura que la demanda de protección era tan elevada que apenas “hubo filtros” adecuados en la capacitación: “Había que cubrir una necesidad imperiosa que era proteger la vida de muchas personas y había que hacerlo, esa era la urgencia. Hubo casos como el de un electricista o un fontanero que hacían un curso de vigilante de 90 horas y uno de escolta 60 horas y ya está. Llegaban aquí sin conocer el entorno, sin apenas nociones de seguridad. Aquí no ha pasado más porque los malos no lo sabían. Si lo llegan a saber…”.

El riesgo que asumían era alto. Alrededor de una docena de escoltas ha muerto a manos de la banda terrorista. El de los escoltas es uno de los colectivos menos reconocido en la lucha contra ETA.

"Yo no les habría contratado"

La demanda de escoltas fue cubierta en gran medida por servicios de seguridad privada. En el mejor de los casos este tipo de profesionales recibían cursos de formación de servicios como los de la Ertzaintza y el cuerpo de protección de élite del Cuerpo, los ‘Berrozi’ o de otros cuerpos policiales. La llegada de cada vez más empresas de seguridad al País Vasco dispuestas a ofrecer escoltas también derivó en muchos casos en problemas de descoordinación entre los cuerpos policiales y los servicios de protección de los políticos.

Juan Manuel Hueso fue escolta durante trece años. Entre 1997 y 2000 ejerció en el País Vasco. Recuerda cómo al principio sí se intentó buscar personas con mayor preparación pero finalmente se rebajó ese nivel de exigencia en aras a no demorar la protección a las miles de personas que estaban amenazadas por la banda terrorista: “En las academias según estaban terminando su formación los estudiantes las empresas ya les estaban llamando para que se incorporaran. En ese momento los filtros eran los justitos. Recuerdo el caso de una camarera en una cafetería que pasó a ser escolta, lo hizo de un día para otro como quien dice. Legalmente podía serlo, pero si fuese el responsable de una capsula de seguridad, a muchas personas que entraron a trabajar en esos años yo no les habría contratado”.

Las condiciones salariales fueron en muchos casos el gancho para atraer a personas dispuestas a jugarse la vida ejerciendo de guardaespaldas: “En realidad más que un sueldo alto lo que sucedía es que se hacían muchas horas extra y por eso se ganaba dinero”.

"Txapote" caminó hasta situarse detrás de mi"

Algunos pagaron un precio muy alto por su trabajo. Lobato daba protección a una concejal del PP en San Sebastián cuando el 5 de diciembre de 1997 resultó gravemente herido durante un enfrentamiento con un comando de ETA: “Ese día sabíamos que iba a haber movida porque habían detención de la Mesa Nacional de HB, había habido ‘kale borroka’ con explosivos en el área de San Sebastián. Sabíamos que nos iban a dar”. Han pasado 27 años pero lo recuerda con detalle. Aquel vehículo mal estacionado y los hombres en su interior les levantaron sospechas. Pronto, escolta y terroristas se cruzaron: “Yo había evitado el tiroteo pero ‘Txapote’ caminó hasta situarse detrás de mí, llegue a oír el ‘click’ de su arma, me revolví para desenfundar y disparar pero él me disparó antes y caí. No perdí el conocimiento. Me ahogaba con mi sangre, no podía hablar. Me hice el muerto, no veía. Me cubrí con la chaqueta y empuñé el arma con la zurda por si venían a rematarme. Les dispararía, pero estaba ciego, no veía y con dolor. Fue horrible”, recuerda. Hoy tiene secuelas muy graves en un ojo y se revuelve cada vez que escucha el nombre de García Gaztelu, “imagínate cuando escucho eso de ‘Que te vote Txapote’”.

Esa misma semana, mientras él estaba hospitalizado, ETA asesinó al concejal del PP en Rentería, José Luis Caso con quien tenía amistad. “Le solía decir ‘¡José Luis, cómo sigues sin escolta, debes ponerte escolta que está la cosa jodida!’. Pero no quería, decía que se sabía cuidarse”.

El atentado de Lobato cambió algunas cosas para los servicios de protección en Euskadi. Las escoltas compuestas por dos personas –hasta entonces era individuales- se normalizaron y los controles de habilitación de escoltas se extendieron. Lobato afirma que la falta de formación fue un riesgo innegable. Está convencido de que si hoy está vivo es por haber tenido la fortuna de haber recibido una formación previa adecuada: “Yo la vida se la debo a la gente que me preparó, eran personas cualificadas. Desde el primer momento interioricé qué suponía ejercer un servicio de este tipo y las circunstancias en las que lo estaría desempeñando, además de conocer las medidas que debía tomar. La prioridad era que no me matasen a mí, es lo más importante, porque si me matan a mí, matan a mi protegido. Esa es la premisa”.

12 escoltas asesinados por ETA

La lista de escoltas muertos en atentados de ETA es larga. Los primeros fueron los dos escoltas del presidente del Gobierno en 1973, Luis Carrero Blanco, Juan Antonio Bueno y José Luis Pérez. Tres años después, en el atentado contra el presidente de la diputación de Gipuzkoa, Juan María de Araluce, fallecieron cuatro de sus escoltas, todos acribillados a balazos –Alfredo García, Antonio Palomo, Luis Francisco Sanz y José María Elicegui-. Al año siguiente ETA atentó contra el presidente de la diputación de Bizkaia, Augusto Guillermo Uceta en un atentado en el que fallecieron sus dos escoltas, Antonio Hernández y Angel Rivera.    

En 1980 el escolta del General Fernando Esquivias, José Luis Ramírez, murió en el atentado en el que salvó la vida el militar. El 7 de mayo de 1981 Antonio Noguera escoltaba al teniente general Joaquín Valenzuela. La bomba que Henri Parot y otro etarra colocaron en su vehíùclo acabó con su vida. En 1982 el atentado contra el delegado de Telefónica, Enrique Cuesta costó también la vida de su escolta, Antonio Gómez. El 22 de febrero de 2000 ETA atentó contra el entonces consejero de Educación del Gobierno vasco, Fernando Buesa en un atentado en el que también asesinó a su escolta, Jorge Díez Elorza. El 30 de octubre de ese mismo año, en el atentado contra el magistrado del Tribunal Supremo José Francisco Querol y Lombardero también falleció su escolta Jesús Escudero.