La noche de la ciudad es oscura, salvo por el brillo de los misiles,
silenciosa, salvo por el sonido de los bombardeos, aterradora, salvo por el sosiego de las oraciones, negra, salvo por la luz de los mártires.
Buenas noches, Gaza.

Heba Abu Nada

La operación Diluvio de al-Aqsa llegó en un momento oportuno para la coalición de ultraderecha que había accedido al poder en Israel pocos meses antes, en febrero de 2023. La guerra que se desencadenó zanjó, al menos de entrada, la crisis sociopolítica que estaba haciendo tambalearse el pacto social sionista que sostenía a Israel desde la época de Menachem Begin, que vinculaba la supervivencia del Estado judío al ultraliberalismo bélico-nacionalista. Los guardianes de estas esencias analizaron el estado de cosas previo al 7-O de la siguiente manera: la sociedad israelí sufría, por su pluralidad, una crisis identitaria trocada en crisis política, que había devenido una lucha por el poder y se había materializado en un intento de cambio de régimen, lo cual había llevado a todos al borde de una guerra fratricida.

Tomar Gaza se presentó así pues como una cuestión de supervivencia nacional, una “segunda guerra de Independencia” llegó a decir Netanyahu. La perturbación causada por la guerra fue total, todas las diferencias quedaron aparcadas y el objetivo de destruir a Hamás fue compartido por el 90% de la población judía de Israel, según una encuesta del Israel Democracy Institute realizada un mes y medio después del ataque, sin que los encuestados antepusieran la seguridad o la liberación de los rehenes. Los palestinos lo tradujeron de este modo: Israel busca culminar la Nakba.

ARMAGEDÓN IA

Para los dirigentes israelíes, la guerra del Génesis es una lucha apocalíptica en sentido talmúdico, la desolación total previa a la recompensa final en la era mesiánica. Si así la presenta el nacionalismo ultraortodoxo, también caen en esa visión sus opo- nentes laicos. Decía Israel Shahak, en su demoledora crítica de la judaidad del Estado, que ortodoxia judía y sionismo son sucesores por igual del judaísmo clásico, el cual sigue influyendo en la sociedad israelí-judía y cada vez determina más la política de Israel. El resultado sería una “sociedad cerrada” opuesta al ideal de Karl Popper, que “puede convertirse en un gueto completamente cerrado y belicoso, una Esparta judía sostenida por el trabajo de ilotas árabes y preservada en su existencia gracias a su influjo en el establishment político de Estados Unidos y a la amenaza del uso de su poder nuclear”. Esta premonición de 1994 se ha cumplido casi en su totalidad, aunque los ilotas árabes, confinados en guetos, han sido sustituidos por inmigrantes tailandeses, filipinos o indios.

El Armagedón es, según el Apocalipsis (16:14), el lugar donde se librará la batalla del final de los tiempos, que reunirá “a los reyes de toda la tierra para la guerra del gran día del Dios omnipotente”

Cuando Ehud Olmert, ex primer ministro del partido de Netanyahu, acusó de “hatajo de alucinados mesiánicos” a los más ultras del Gobierno por buscar un Armagedón, introdujo, con toda pertinencia, el vocablo que resume todo el proceso de teologización bélica iniciado con la Segunda Intifada. El Armagedón es, según el Apocalipsis (16:14), el lugar donde se librará la batalla del final de los tiempos, que reunirá “a los reyes de toda la tierra para la guerra del gran día del Dios omnipotente”. Por metonimia es la batalla misma. Estamos ante una profecía de origen tardío y de exégesis discutida. En general los cristianos ven en ella el anuncio de la confrontación final en que Dios hará que el bien triunfe sobre el mal. Los judíos relacionan etimológicamente el nombre Armagedón con Megiddo, una ciudad que aparece varias veces en la Biblia, que acogió al pueblo elegido y que, al final de los tiempos, será tes- tigo del triunfo de la casa de David y de los moradores de Jerusalén (Zacarías: 11-14). Los musulmanes relacionan el Armagedón con “la gran masacre” —mencionada en un hadiz (Sunan Ibn Mayah: 4072) y aludida en otros—, que acaecerá tras la llegada de un personaje oscuro, al-Dachchal, que los yihadistas identifican con el Anticristo y el triunfo del islam antes del día del Juicio Final.

En el Antiguo Testamento, la descripción apocalíptica de la intervención divina previa al tiempo de la salud mesiánica del pueblo elegido nos deja esta descripción: “Esta será la plaga con la que castigará Yahvé a todos los pueblos que lucharon contra Jerusalén: se les descompondrán sus carnes, estando aún sobre sus pies; sus ojos se pudrirán en sus órbitas; su len- gua se descompondrá en su boca” (Zacarías 14:12-13). Luego, se acaba anunciando que todos los pueblos enemigos super- vivientes subirán a Jerusalén en la fiesta de los Tabernáculos y adorarán a Yahvé; de no hacerlo, sobre ellos caerá la plaga de nuevo. Olmert sabía en qué registro hablaba al mencionar el Armagedón para criticar a los ultranacionalistas y la deriva del Gobierno. Las masacres de Gaza trasladan con siniestro mimetismo este paisaje apocalíptico: las fosas comunes, los cadáveres descompuestos al sol y con los miembros amputados, los buldóceres arrasando los hospitales con sus enfermos y enfermeros, todas las imágenes que el genocidio-LIVE nos ha proporcionado compiten con la desbordante imaginación de los textos sagrados.

Las masacres de Gaza trasladan con siniestro mimetismo este paisaje apocalíptico: las fosas comunes, los cadáveres descompuestos al sol y con los miembros amputados, los buldóceres arrasando los hospitales con sus enfermos y enfermeros...

En el actual mundo digital, la inteligencia artificial permite al Armagedón seleccionar sus objetivos humanos: seleccionar a quién, cuándo y cómo se masacra. Si hace veinte años las computadoras elegían nombres bíblicos para las “operaciones”, con la guerra de Gaza han pasado a determinarlas con criterios teológicos. No en vano los grandes programas de inteligencia artificial se fabrican en Israel, “el Estado-nación del pueblo judío”, según define la ley aprobada por el Parlamento en 2018.

El manejo bélico de referencias de la Torá o el Talmud se disparó en las semanas posteriores al 7-O, a medida que el Gobierno necesitó justificar posibles fallos de seguridad y aglutinar a toda la sociedad judía en su acción militar contra Gaza. En su discurso del 9 de octubre, el primer ministro mezcló conocidas referencias bíblicas: el pasaje del Primer Libro de Samuel (15:29) sobre los amalecitas y la gloria implacable de Israel, y las máximas del Eclesiastés (13) que sostienen que hay un tiempo para todo, incluido “un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz”. Él, Netanyahu, parecía medirse nada menos que con Samuel, en cuya boca pone la Biblia la gloria de Israel, y pasaba por alto que las palabras de Cohelet en el Eclesiastés recuerdan que todo es vanidad de vanidades.

El 25 de octubre afirmó en otro discurso: “Con nuestra fuerza combinada, nuestra profunda fe en la justicia de nuestra causa y la eternidad de Israel, cumpliremos la profecía de Isaías: ‘No se oirá más violencia en vuestra tierra, ni devastación ni destrucción dentro de vuestras fronteras; llamarás a tus muros Salvación, y a tus puertas Alabanza’” (Isaías 60:18). El 28 de octubre hizo una declaración pública en la que citó un controvertido pasaje del Deuteronomio (25:17-19), que desde entonces le ha persegui- do, para bien y para mal: “‘Recuerda lo que Amalec te hizo’, dice nuestra sagrada Biblia. Y lo recordaremos”. El pasaje concluye con este mandato de Yahvé: “Borrarás el recuerdo de Amalec de debajo del cielo. No lo olvides”. Sudáfrica aportó esta frase en las alegaciones de la demanda contra Israel por genocidio en Gaza presentada ante el Tribunal Internacional de Justicia (diciembre de 2023).

Los procuradores israelíes la refutaron siguiendo un patrón característico del sionismo. Primero, sostuvieron que no se puede interpretar literalmente la cita y que en la tradición judía la frase es un recordatorio de las persecuciones antisemitas sufridas por los judíos a lo largo de los siglos, que culminan en el Holocausto nazi. Hasta ahí no hay objeción posible. El problema surge con la continuación del discurso de Netanyahu, cuando identifica a los palestinos con los amalecitas, y convierte a Hamás en Amalec, en el patriarca inductor, él sí, de un genocidio, el genocidio multisecular del pueblo judío. El giro Amalec-Hamás con el Holocausto en juego incurre, una vez más, en la instrumentalización del Holocausto característica del sionismo nacionalista, denunciada por investigadores judíos como Norman G. Finkelstein o Idith Zertal. Su objetivo es perpetuar el carácter de víctima de Israel, y con él el estado de excepción en que se cifra su existencia, lo cual condena a los palestinos al papel de victimarios.

Los soldados que hacen la guerra en Gaza corean en los vídeos que publican en TikTok: "Voy a ocupar Gaza, a golpear a Hizbulá. Cumplo con un mandato divino: limpiar la simiente de Amalec..."

Hay un sector nada desdeñable del sionismo, el más ultranacionalista religioso, para el cual el cumplimiento de un mandato bíblico —un mitzvá o mandamiento divino, por ejemplo este: no olvidar lo que Amalec hizo y eliminar sin piedad a toda su descendencia— está por encima de cualquier norma del derecho. En el uso de la divinidad para que dé órdenes ad hoc, todos los fundamentalismos son idénticos. En nada afecta a los fundamentalistas judíos sionistas que el asesinato intencionado de civiles y la destrucción masiva de infraestructuras sean considerados crímenes de guerra, y las matanzas y las deportaciones sean un crimen de lesa humanidad. Los hay que vinculan la Torá con la llamada al genocidio, sin embozo alguno en el uso del término. El rabino Israel Hess escribió en 1980, en una revista de la Universidad Bar-Ilan, un artículo titulado “Genocidio: un mandamiento [mitzvá] de la Torá”. En él justificaba doctrinalmente los ataques contra palestinos y pronosticaba que llegaría un día en que no cabría elección. Baruch Goldstein, que asesinó a 29 palestinos que estaban orando en la mezquita de Ibrahim de Hebrón el 25 de febrero de 1994, también creía estar cumpliendo con este deber del Deuteronomio, que él ejecutó en fechas próximas a cuando este relato se lee en el calendario judío. Desde entonces, los grupos ultranacionalistas no han dejado de abundar en este mitzvá, y los amalecitas no son hoy solo los palestinos, sino que la sombra de Amalec cubre a iraníes y libaneses. Los soldados que hacen la guerra en Gaza corean en los vídeos que publican en TikTok: “Voy a ocupar Gaza, a golpear a Hizbulá. Cumplo con un mandato divino: limpiar la simiente de Amalec. Dejé atrás mi casa, no volveré hasta la victoria. Conocemos nuestro lema: ‘No hay civiles inocentes’”.

LA MUERTE ES UN ALGORITMO

En la guerra del Génesis la mitología y el ardor guerrero no se limitan a lo humano y lo divino. Con Gaza, la guerra se ha adentrado en una nueva dimensión, exterminadoramente humana y divina a la vez: el mundo virtual, aquello que es y no es. Los primeros pasos se habían dado en las últimas “operaciones” contra la Franja, pero con la guerra del 7-O la inteligencia artificial bélica halló un campo de experimentación ilimitado.

Entre el 7 de octubre y el 24 de noviembre de 2023 el software Lavender se usó para señalar a 37.000 palestinos y se empleó en al menos 15.000 asesinatos. Lavender había sido testado durante la operación Guardianes de los Muros (2021) para “detectar terroristas”, pero faltaba dar el paso de dejar en manos de sus algoritmos la toma de decisiones. No debe pasar inadvertido que lavender significa ‘lavanda’, otro giro en la macabra idealización naturalista al servicio de la guerra. La muerte es un algoritmo para Lavender: puntúa a los 2,3 millones de habitantes de Gaza según un baremo de 1 a 100 en función de sus previsibles inclinaciones políticas, y señala objetivos.

La muerte es un algoritmo para Lavender: puntúa a los 2,3 millones de habitantes de Gaza, según un baremo de 1 a 100 en función de sus previsibles inclinaciones políticas, y señala objetivos

El programa contempla que por cada dirigente de Hamás o Yihad Islámica muera un centenar de civiles. Previamente, la inteligencia artificial se ha encargado de trazar historias de vida y movimientos, y, en función de probabilidades, identificar adscripciones ideológicas y marcar objetivos, entre los que se incluyen familiares y allegados de los líderes palestinos. El nombre de otro de estos programas que eligen a quien matar, Where is Daddy? (‘¿Dónde está papá?’), habla por sí solo.

En esta guerra Israel ha dado el paso de automatizar las matanzas, después de haber probado la eficacia de la inteligencia artificial con objetivos materiales en la operación Guardianes de los Muros. Para estos fines materiales, se sirvió del programa llamado The Gospel (‘El Evangelio’), que hace de hospitales y escuelas de la UNRWA objetivos militares.

El Gobierno israelí ha negado que las máquinas tengan la última palabra en los ataques a humanos, pero no que se hayan empleado. La arquitectura algorítmica es rápida y eficaz, y en menos de quince años ha pasado de estar al servicio de la arquitectura forense diseñada por humanos a tener su propia independencia a partir de la información que manejan los ordenadores. Eyal Weizman, arquitecto israelí disidente, hablaba a principios de siglo de una “política de verticalidad” que trastocaba la imaginación geopolítica tradicional: subsuelo, horizonte y cielo creaban una geografía mutable al servicio de la Ocupación. En la guerra de Gaza de 2023, se ha impedido el acceso tradicional de camiones con ayuda humanitaria, mientras que se lanzaban lotes de alimentos en paracaídas y Estados Unidos construía un puerto flotante para que arribara una ayu- da que nunca llegó. Todo experimento por tierra, aire y mar es posible en el laboratorio gazatí.

Hoy esta “arquitectura forense” que instrumentaliza el espacio colonial incorpora además los datos humanos a la hora de acometer operaciones que integran superficie, movimientos y herramientas de guerra. Se calcula que desde el 7-O toda la población de Gaza ha sido reconocida por los ordenadores militares, que procesan las imágenes de las cámaras de vigilancia y rastreo desplegadas en el aire y sobre el terreno. Este salto cuantitativo en la alimentación de la inteligencia artificial es fundamental para la mortífera efectividad del armamento.

La tecnología militar que Israel exporta está testada en Palestina: los programas de espionaje, vigilancia o identificación han sido desarrollados en “el laboratorio palestino”

Porque la economía política global del armamento juega un papel crucial en la guerra de Gaza. La tecnología militar que Israel exporta está testada en Palestina: los programas de espionaje, vigilancia o identificación han sido desarrollados en “el laboratorio palestino” en que Israel ha convertido la Ocupación. En Gaza, el software testado en combate ha ampliado su gama. En febrero de 2023, unos meses antes del ataque de las milicias palestinas, los militares israelíes presentaban así el programa Lavender: “Es el polvo mágico para detectar terroristas”. Es evidente el guiño truculento de la definición, que recuerda el jabón y la cocaína. Al fin y al cabo las máquinas de fabricación israelí están programadas y gestionadas por técnicos con sentido del humor testado en TikTok…

Visto desde España, las reminiscencias son evidentes: la operación antiterrorista contra supuestas células yihadistas de Cataluña (2003), en plena “guerra contra el terror” tras los atentados del 11-S, fue conocida popularmente como “operación Dixán”, por la marca de jabón en polvo que los cuerpos de seguridad del Estado presentaron como prueba judicial de los explosivos que manejaban los terroristas. Son aspectos en absoluto anecdóticos, pues entran en la lógica de Israel, que desde 2001 ha manipulado la lucha internacional contra el yihadismo en su propio beneficio. Así, no solo Hamás y la Yihad Islámica están incluidas en los listados de organizaciones terroristas de Estados Unidos y la Unión Europea, sino el resto de grupos de la resistencia palestina, en absoluto islamistas, y que forman parte de la Sala Conjunta de Operaciones, constituida en 2006.

Llegados a este punto cabe recordar que el derecho palestino a la lucha armada se halla contemplado en la Resolución 37/43 de la Asamblea General de Naciones Unidas (1982), emitida a raíz de la invasión israelí de Beirut “considerando que la denegación al pueblo palestino de sus derechos inalienables a la libre determinación, a la soberanía, a la independencia y al regreso a Palestina, así como los repetidos actos de agresión perpetrados por Israel contra los pueblos de la región constituyen una gra- ve amenaza a la paz y la seguridad internacionales”. Fueron los Acuerdos de Oslo, hoy caducos y denunciados por todos estos grupos, los que impusieron la renuncia a todas las resoluciones relevantes de la ONU, excepto la 241 y la 338 ¡que no mencionan a los palestinos!

Netanyahu aplica la fórmula a su estrategia política para mantenerse en el poder y esquivar los procesos judiciales que arrastra. Es premeditado.

Pero estamos en la era del neoliberalismo militar desregularizado, consistente en diversificar, aumentar y prolongar el negocio. Netanyahu aplica la fórmula a su estrategia política para mantenerse en el poder y esquivar los procesos judiciales que arrastra. Es premeditado. Ha sido diecisiete años primer ministro, algo sin precedentes en Israel, pero muy acorde con las prácticas de los autócratas árabes de la región. Y sin duda, su personalidad ha modelado el arranque del siglo XXI en el país, en un tiempo de eclosión digital tras la era atómica de la Guerra Fría. Es narcisista, autoritario, paranoico, según los detractores de su propio partido, el Likud; carismático, con una memoria prodigiosa y una gran capacidad analítica, según otros obser- vadores, que destacan su carácter superviviente. Netanyahu es hijo de Benzion Netanyahu, un historiador seguidor de las tesis del sionismo revisionista de Zeev Vladimir Jabotinsky, quien propugnaba la creación del Gran Israel desde el Mediterráneo a la Transjordania. Pero sobre todo, como diría Ibn Jaldún que lo son los humanos, es más hijo de su tiempo que de su padre. En la Asamblea General de las Naciones Unidas de 2023 mostró un mapa de Israel con todos los territorios ocupados anexionados, una provocación innecesaria, reveladora del personaje: ni dos Estados ni Gran Israel, sino pura realidad, una realidad fabricada en “el paso de la época de las tarjetas postales a la era digital”, en expresión del militar que presentó Lavender.

A los intereses de Netanyahu, que ha logrado que los suyos sean los del Israel ultranacionalista de hoy, les conviene el estado de microguerras diversificadas, contiguas, transversales y digitalizadas. Se trata de un permanente estado de paraguerra que se naturaliza entre la población y que, con sus varios frentes (Irán, Líbano, los Territorios Ocupados, embajadas, hospitales, campamentos de refugiados) y formatos (operaciones, hambre, drones, inteligencia artificial, razias) disuelve la presión mundial sobre Israel para que cumpla con el derecho internacional, que viene conculcando desde 1948. El resultado es una necropolítica desregularizada, de decisiones dictadas sobre la mar- cha por hombres o por máquinas, cuyos efectos acumulados tienen un único objetivo: acabar con toda posibilidad de una existencia palestina sobre parte alguna del territorio que va del mar al río, del Mediterráneo al Jordán.


Extracto de Palestina: heredar el futuro de Luz Gómez García, publicado por Los Libros de la Catarata. El libro se adentra en la historia social, intelectual y política de Palestina/Israel para explicar, a través de las propias voces palestinas y judías, no solo la Ocupación y el apartheid, sino las condiciones materiales e inmateriales que garantizan que Palestina siga existiendo.

Luz Gómez García es catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid. Es autora de los libros Entre la sharía y la yihad. Una historia intelectual del islamismo (Catarata, 2018) y Diccionario de islam e islamismo (Trotta, 2019), y colabora en El País y otros medios de comunicación. Es Premio Nacional de Traducción por su versión de En presencia de la ausencia, de Mahmud Darwix (Pre-Textos, 2011).