Irán suspendió ayer todos los vuelos sobre su territorio en previsión de un ataque israelí. Un año después de la sangrienta masacre del 7 de octubre, en la que las milicias de Hamás asesinaron a 1.200 personas y secuestraron a más de 250, de los que todavía más de 100 permanecen en cautiverio, el mundo vive con expectación y miedo el posible enfrentamiento directo entre Irán e Israel.
Hamás sabía que Israel no permanecería impasible ante su brutal matanza. Fue una provocación en toda regla, una forma de evitar que Netanyahu siguiera sumando aliados árabes a su rediseño de Oriente Medio. Tras Egipto, Jordania, Emiratos o Marruecos, el siguiente en apuntarse a los llamados Acuerdos de Abraham sería Arabia Saudí, el enemigo tradicional de Irán, como centro de poder religioso, político y militar de los suníes, enfrentados secularmente a los chiitas. Eso no se podía permitir. Había que provocar no sólo un atentado, sino algo similar al 11-S, un golpe que hiciera temblar a toda la región. Sólo así se desencadenaría una sucesión de acontecimientos que llevarían a lo que ahora estamos a punto de vivir.
El ejército de Israel y sus servicios secretos interiores fueron humillados el 7 de octubre de 2023. Pero la respuesta no tenía que ser sólo la reacción ante ese fallo de seguridad sin precedentes, sino que debía ser los suficientemente contundente como para que los nueve millones de israelíes -no todos judíos, ya que un 20% de la población es árabe- siguieran confiando en su estado y no vivieran bajo la zozobra de la destrucción total, que es lo que persiguen organizaciones terroristas como Hamás o Hizbulá.
A diferencia de otras guerras, de otros enfrentamientos, ahora se trata para Israel de destruir totalmente a sus enemigos, no sólo de darles una lección. Ese sentimiento de que había que ir a por todas, de que no se podía dar una respuesta limitada al ataque del 7-O, fue aprovechado por un debilitado Netanyahu para ponerse al frente de la manifestación, lo cual quiere decir dar rienda suelta a las ansias de venganza de sus socios de gobierno, aún más extremistas que el propio Likud.
El valor estratégico de Israel subió tras la retirada de EE.UU. de Irak y Afganistán. Netanyahu sabe que el papel de su país como 'policía' de Occidente en la zona le da cierta manga ancha para actuar
En estos doce meses han muerto más de 41.000 personas en Gaza y hay casi un millón de desplazados. Pero Hamás no ha desaparecido. Las IDF (fuerzas armadas israelíes) se ven obligadas a nuevas operaciones cada día sobre el terreno, lo que obliga a mantener a decenas de miles de soldados en la franja.
Israel sabía que esa ofensiva no iba a ser suficiente. El enemigo inmediato a Hamás se encontraba en el Líbano: Hizbulá. Un ejército compuesto por más de 40.000 hombres bien armados y entrenados por Irán. El golpe se preparó durante semanas. Y ha sido tan eficaz como espectacular. Primero fueron los buscas, luego los walkie talkies,.. y después el bombardeo sobre el sur de Beirut para acabar con la vida de Hassan Nasralá, el supuestamente invencible líder de Hizbulá.
El ataque de la semana pasada con 180 misiles hipersónicos sobre Israel por parte de Irán es otro paso más en una escalada que tiene como siguiente episodio el enfrentamiento directo entre los dos grandes colosos.
El hecho de que el país que históricamente siempre ha estado del lado de Israel, Estados Unidos, esté en periodo preelectoral es también una baza que Netanyahu ha aprovechado para imponer su tesis de que sólo con la guerra total y la derrota del enemigo se puede llevar una paz duradera a la zona. Biden ya no manda y Trump y Kamala Harris no van a hacer ningún movimiento que les enfrente a la comunidad judía norteamericana. Mientras llegan las elecciones, EE.UU. sigue apoyando a Israel y aprobando paquetes de ayuda, además de prestarle un apoyo militar y táctico imprescindible para esta fase del conflicto.
Netanyahu tiene argumentos para sostener que hay que acabar con el régimen de los ayatolás. Irán podría tener listas armas nucleares en poco más de un año. La tesis de Israel es que hay que cortar la cabeza de la serpiente ahora, antes de que sea demasiado tarde. Si gana Trump, Netanyahu tendrá vía libre. Harris pondrá condiciones, pero no dejará de apoyar a Israel.
Estados Unidos, sea con un presidente demócrata o republicano, sabe que Israel es le última frontera en Oriente Medio. Si cayera Israel, Irán, apoyado por Rusia, se haría con el control de una zona estratégica y económicamente vital para Occidente. Con Israel derrotado, el siguiente aliado en caer sería Arabia Saudí.
Las amargas lecciones de Irak y Afganistán le demostraron a Washington que su ejército no está capacitado para mantener el control durante meses y años de zonas extensas infectadas por milicias islamistas. Tras la humillante retirada de Kabul, el valor estratégico de Israel subió muchos enteros. Netanyahu sabe que su país es la policía de occidente en Oriente Medio y, por tanto, es consciente de que puede actuar con cierta manga ancha, a pesar de lo que diga la ONU y el Tribunal Penal Internacional.
¿La causa palestina? ¡Ah, la causa palestina! En mi opinión esa causa es tan sólo una excusa para mantener vivos y armados a grupos terroristas como Hamás (Partido de Resistencia Islámica, o fervor), o Hizbulá (Partido de Dios).
Miles de palestinos viven en Cisjordania (muchos también en Israel) y no comparten ni la ideología ni las tácticas de esos grupos.
Es una vergüenza que una parte de la izquierda española (Sumar y Podemos plenamente, el PSOE de Sánchez de forma sibilina) se ponga de parte del pueblo palestino y no condenen con contundencia a grupos terroristas que no son democráticos, que lo que pretenden es el establecimiento de regímenes teocráticos en Oriente Medio y que no respetan los derechos de las mujeres, ni de los colectivos LGTBI.
Los que planearon y llevaron a cabo el ataque del 7-O no pretendían defender la causa palestina, sino provocar la respuesta de Israel para poner al mundo ante la tesitura en la que nos encontramos.
Netanyahu es un político sin escrúpulos, que ha aprovechado la situación para perpetrarse en el poder. Pero, entre Jamenei y Netanyahu hay todavía una enorme distancia. España no debería tener dudas sobre a quién debería apoyar. Yo no la tengo.
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