Si buscas en Google "tiktoker muerto" aparecen artículos de diferentes medios de comunicación informando del fallecimiento de diferentes creadores de contenido de la plataforma de vídeos cortos. Taylor Rousseau Grigg, de 25 años, o Arina Glazunova, de 24, y Demaris D. Martínez, de 27, son algunas de las últimas víctimas de este fenómeno. Las causas son diferentes, pero el motivo por el que protagonizan titulares es el mismo: los periodistas saben por experiencia que es un click fácil.
En algunos casos es incluso difícil encontrar el nombre de usuario de estos personajes o la historia original de donde sale la noticia, por lo que termina por convertirse en otra cosa totalmente diferente. Es el caso de Arina Glazunova, que falleció tras caer por las escaleras del metro pero no era influencer en absoluto. Los medios rusos y georgianos que han cubierto esta información la etiquetan como turista y no como tiktoker. Eran simplemente dos amigas grabándose un vídeo por diversión cuando un mal diseño de un espacio público acabó con la vida de la joven.
Algo parecido, aunque menos preocupante, ocurre con el caso de Demaris D. Martínez, que sufrió un doble atropello en Nueva Jersey. Tampoco era una influencer al uso, nada más lejos de una María Pombo estadounidense: tenía 15.000 seguidores en Tik Tok y 69.000 seguidores, con quienes compartía algunos detalles de su vida. Pero desde luego no tenía un volumen de movimiento que le permitiera vivir de las redes sociales. Eso no ha sido impedimento para que multitud de medios de comunicación españoles le hayan dedicado un momento y un titular.
Trasladar el drama internacional a nuestro país
La excepción de estas tres muertes en una sola semana es Taylor Rousseau Grigg, que tenía 1.4 millones de seguidores en Tik Tok y 216.000 en Instagram. Cifras que sí que la cualifican para llevarse el título de influencer. Una de las tres que aparecen en esa búsqueda rápida que se menciona al comienzo del artículo. Su familia no ha especificado el motivo de su fallecimiento, pero su marido ha publicado que la joven "luchó con más dolor y sufrimiento este año que el que la mayoría de la gente tiene que experimentar en su vida". Publica, además, un GoFundMe que ya ha recaudado más de 40.400 dólares en más de 900 donativos, por lo que es evidente que sí tenía un importante volumen de seguidores. Aunque probablemente no desde España.
Pero hay más casos. El de Kubra Aykut, que falleció con 26 años tras caer de un edificio en Estambul. O Caleb Graves, de 33 años, después de correr la media maratón de Halloween en Disneyland. Tatjana Klingler, tiktoker de 23 años, que falleció tras dar a luz a su primer hijo; Bella Brave por una infección pulmonar; Diego Santos, que cayó a un lago y fue arrastrado por la corriente... los casos son infinitos. ¿Quién había oído hablar de estos supuestos influencers antes de que todos los medios replicaran las noticias de su muerte?
¿Por qué nos fascina tanto la muerte de un tiktoker?
Parte de la narrativa que acompaña a estos artículos es esa idea de que los tiktokers hacen cualquier cosa por los likes. Fomenta también esa idea viejuna de que los jóvenes de hoy en día sólo prestan atención al móvil y no miran por dónde van, no valoran la vida, no son conscientes del riesgo... y un largo etcétera.
Es un concepto que existe desde antes de que existiera Tik Tok, previamente eran los instagrammers o los youtubers quienes sucumbían a esa "ambición desmedida", como diría C. Tangana. Y cuando la siguiente red social conquiste a la próxima generación será esa la que protagonice titulares.
Y, por supuesto, una muerte prematura siempre causa una emoción especial en el público: véase cómo personajes de la talla de Michael Jackson, Elvis Presley, Diana de Gales o Kurt Cobain son especialmente recordados por el shock que produjo su fallecimiento antes de tiempo.
Precisamente, si se miran los testimonios de artistas que han crecido en la industria se puede observar que han sido también víctimas de este concepto. Hace solo unos días Dakota Fanning desvelaba que, cuando era una niña actriz, sentía que le hacían preguntas buscando su desgracia. Por ejemplo, "¿cómo es posible que tengas amigos?", le decían. Deseando poder contar otro caso de "juguete roto de Hollywood".
Porque sí, como sociedad nos encanta la desgracia ajena. Pero sobre todo parece que nos encanta confirmarnos a nosotros mismos que no triunfamos porque, a diferencia de ellos, no estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por el éxito.
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