Deepak Chopra, el maestro de yoga de las estrellas más importantes del planeta, ese que tiene a Hollywood y a varios presidentes de naciones haciendo posturas imposibles mientras les susurra sobre el sentido de la vida, dice que "nos enamoramos de aquellas personas que poseen lo que ya tenemos, pero queremos más". Bueno, yo no me enamoré de Bryan Ferry, pero en aquellos 80, donde los de a pie por fin podíamos vestir con algo de estilo y permitirnos un equipo de sonido decente, Ferry era la imagen perfecta de la sofisticación moderna. Un James Bond capaz de hacer explotar bombas de rock y pasajes románticos en la misma película. Le vimos como el superviviente de algún Titanic perdido en su pasado, pero de esos que no se hunden, porque sus letras, entre amores imposibles y abandonos, decían con la mayor distinción: “Tu ausencia me mata, pero jamás me verás perder la compostura”.

Como en el caso del agente secreto británico, siempre fue capaz de seducir en pocos segundos, para después apretar un botón y hacer saltar por los aires la guarida de los malos pensamientos a golpe de glam, un movimiento que le influyó en sus orígenes.

Poníamos la punta de zafiro sobre el surco con la esperanza de que, al girar, el vinilo no solo transmitiera música, sino alguna señal secreta de cómo mantener la compostura bajo el peso del desamor, o de enamorar con una mirada a alguien que apenas había reparado en nosotros. Aspirábamos, de alguna manera, a aprender esa habilidad suya de decir que somos esclavos del amor, y que, a la vez, vivimos envenenados por una ausencia que lo impregna todo, la de algún ser misterioso que pasa y no dice nada, porque ni falta que hace. Así era el universo que Ferry nos ha mostrado durante más de medio siglo, un universo de amores imposibles, actitud imperturbable y miradas calculadas que se clavan como cuchillas.

'Retrospective', el cofre del tesoro

Ahora, tras tantas décadas, Ferry vuelve con un nuevo disco, como lo hacen todos aquellos que fueron grandes. Porque parece que ser una leyenda del rock no se trata solo de haber marcado una época, sino también de volver de vez en cuando, a la manera de un fantasma bien vestido, para recordarnos por qué nunca dejamos de escucharlos. Algo así como recordar que el baile no ha de parar. “Don’t Stop The Dance” es el tema de su repertorio que más versiones ha recibido.

Escribo sobre Bryan Ferry porque, contra todo pronóstico, y en una época en la que muchos de sus contemporáneos prefieren dictar memorias antes que sacar nuevos discos, él sigue su propio camino. Retrospective: Selected Recordings 1973-2023 no es cualquier álbum. Abarca más de 50 años de carrera en 81 canciones, incluyendo dos inéditas. Para aquellos que en los 80 invertíamos nuestro sueldo en chaquetas elegantes y equipos de sonido para disfrutar de su música, ahora bien podemos invertir nuestras ganancias en esta joya de coleccionista: una caja de lujo de cinco CDs, con un libro de tapa dura de 100 páginas, o la edición en vinilo, tan sofisticada como su estilo​.

“Star” es una de esas dos nuevas joyas que Ferry ha lanzado como quien irrumpe vestido de traje y corbata (desanudada, claro) en una fiesta donde todos van en camiseta haciéndose selfies estúpidos. Plagado de ritmos misteriosos, este tema empezó como una idea de Trent Reznor y Atticus Ross, los maestros oscuros de Nine Inch Nails, pero Ferry lo convirtió en una obra nostálgica y sofisticada. Y para darle aún más dimensión, contó con la colaboración de Amelia Barratt, una escritora y pintora británica que además presta su voz a proyectos intelectualmente estimulantes. Barratt no solo añade un toque etéreo con su interpretación vocal, sino que demuestra que Ferry sabe elegir a sus colaboradores con el mismo cuidado con el que selecciona sus corbatas​.

Si al lector le sorprende que Ferry mantenga tan buen gusto en todo lo visual, no se puede olvidar que estudió Arte bajo la tutela de Richard Hamilton, una de las figuras clave del arte pop británico. De hecho, hasta ha expuesto sus propias obras y siempre ha estado muy involucrado en el diseño de sus icónicas portadas.

Ferry con botas

Este lanzamiento, Retrospective: Selected Recordings 1973-2023, es una antología en cinco fases de lo más florido de su obra. Y lo escenifica subliminalmente como una invitación a entrar en el salón de su casa, donde él mismo te sirve un cóctel y se pone a desvelar sus gustos menos evidentes. Y ahí es donde lo encontramos jugando a ser Elvis en su versión de "Don't Be Cruel", que empieza como un homenaje y termina siendo pura reinterpretación. Ferry le añade esa melancolía crónica que transforma el tema en algo casi cinematográfico, como si Elvis hubiera cambiado el bourbon por un martini bien frío.

No es la única sorpresa. En esta retrospectiva, también veremos a Ferry entrando en el universo del country, un terreno en el que no le imaginábamos, pero que aquí explora con la calma de quien sabe que puede llevar un traje de vaquero sin desentonar (bueno, en teoría). Entre melodías de steel guitar y ecos de folk, se permite coquetear con el sonido americano y darle su toque personal, logrando algo que pocos consiguen: que el country suene sofisticado y, sí, hasta glamuroso. No se vestiría jamás como un cowboy, pero si él habla de sus raíces, ¿por qué no recurrir a las del rock, y hasta con cascabeles navideños?

Cinco discos, cinco facetas

Después de lanzar la avanzadilla a finales de agosto con "Star", Ferry nos invita a recorrer el resto de su laberinto musical, estructurado en cinco discos que parecen un testimonio de todo lo que ha sido y será. El primero, que también se vende por separado, reúne los éxitos, esos temas que no necesitan presentación porque ya los hemos escuchado cientos de veces y aún nos hipnotizan. En el segundo disco reivindica sus propias composiciones, el terreno donde el dandi británico da rienda suelta a su lado más introspectivo. El tercero, en cambio, lo coloca de nuevo como un maestro de las covers (incluido mucho Dylan, porque claro, todo artista británico tiene su fase dylaniana). El cuarto, por supuesto, es un capricho glorioso de jazz al estilo de los años 30, reimaginado a través de la Bryan Ferry Orchestra, porque si alguien puede reinterpretarse con un saxofón de fondo ese es Ferry. Su participación en la banda sonora original de la película El gran Gatsby con una versión de uno de los clásicos que lanzó junto a Roxy Music, “Love is the Drug”, es el mejor ejemplo.

Y finalmente, el quinto disco, el “baúl de las rarezas”, donde han ido a parar esas joyas menos conocidas y los inéditos. Aquí nos muestra que la retrospectiva no es simplemente un repaso al pasado: es una forma de decirnos que no se ha quedado varado en el salón de los recuerdos. Como él mismo explica, evitó el orden cronológico “para darle estructura”, y vaya si lo ha logrado: lo que podría ser un caos digno de una fiesta con temática de los 70 resulta ser un banquete ordenado donde cada plato nos muestra su sabor. Por ejemplo, un tema que paseaba lisérgico perdido por los platós de la televisión inglesa en aquellos 70 de Monthy Python y series de Thames, cambió radicalmente al incluirlo en Horoscope: "Mother Of Pearl".

"Slave to Love": lo prohibido y lo elegante

En resumen, este es el recorrido que uno debería hacer para entender realmente de dónde salen sus obras maestras. Por ejemplo, la que es para muchos su obra cumbre, un clásico como "Slave to Love": primero te enamoras del glamour, pero después, si sigues el rastro de estos cinco discos, llegas al auténtico sustrato que lo ha convertido en un mito musical. 

Esta no solo es una de las canciones más emblemáticas de Ferry, sino que tiene la capacidad mágica de encender cualquier escena de cine romántico, y si no, que se lo pregunten a los productores de 9 semanas y media. Este tema fue la columna vertebral emocional de aquella película, cuyo impacto fue tan grande que uno ya no sabe si el protagonista era Mickey Rourke (que nadie vea cómo le va) o ese saxofón envolvente de fondo. Y aunque la canción parecía hecha a medida para la sensualidad desenfrenada de la película, aquí va el dato curioso: Ferry no escribió "Slave to Love" para el filme. Había lanzado la canción justo un año antes, en 1985, en el álbum Boys and Girls. Fue el director Adrian Lyne quien decidió incluirla.

Lo curioso es que Ferry mismo nunca pensó que esa melodía suave y envolvente fuera a ser usada en una escena tan explícita, antes de que así lo fuera. Su idea de "Slave to Love" era más el amor que a veces nos arrastra, como algo trágico y pasional, y que se insinúa, no algo que llevaría a una generación a imaginar sus primeros pasos en el mundo del morbo. Pero 9 semanas y media convirtió esta canción en un himno para el romance en penumbra, y hasta Mickey Rourke confesó que había ensayado sus movimientos siguiendo el ritmo, aunque, ironía de ironías, a él siempre se le consideró más un tipo de rock duro que de pop sofisticado.

"Slave to Love" terminó no solo inmortalizando la película, sino que hizo de Ferry un sinónimo de lo prohibido y lo elegante al mismo tiempo, en una mezcla tan única que asombró al mismo dandi que la alumbró.

¿Pose o realidad?

Cuando uno se encuentra con alguien con una personalidad tan marcada como Bryan Ferry siempre queda la duda: ¿hasta qué punto lo que vemos es autenticidad o una actuación ensayada? Con estas figuras hay un truco infalible para descubrir al ser humano detrás del personaje: ver cómo actúan cuando están con sus hijos. Y Ferry no es la excepción.

Recuerdo perfectamente que hace años puso una única condición para aceptar una entrevista conmigo en la radio: poder asistir con su hijo Isaac, heredero de su pasión musical. No me sorprendió en absoluto cuando vi llegar a un muchacho de unos 19 años, con un traje, eso sí, algo más discreto que el de su padre. Ahí estaba, el heredero DJ Ferry, en versión más comedida, pero no menos elegante. Ferry predica con el ejemplo, y no hay duda de que su estudiado legado de estilo ha pasado de generación. No era solo una pose: fue una lección en directo sobre cómo uno puede ser imperturbable y glamuroso hasta en una simple cita de promoción en la radio. 

Ahora, Ferry nos deja ver que su regreso es como ese vino reservado para las grandes ocasiones: solo mejora con el tiempo, sin que él parezca envejecer ni un día. Que no pare el baile.