La Jesi, musa de asador, Dulcinea subvencionada de Ábalos, ángel de edredón como un gusyluz, resulta que además estaba enchufada en Adif. A lo mejor todo lo que les pasa a nuestros trenes es que las infraestructuras y proyectos pasaron un día por los guantes de sangre y esmalte de una estudiante de odontología de amplias miras y aún lo estamos arrastrando. Jesi cobraba 1.500 pavos diarios por acompañar o ayudar a Ábalos con el dietario, el jamonero o los pantalones; la trama le había puesto un piso en la Torre de Madrid, como a la querida de un ministro de Franco, y además le compraba el iPhone, aunque fuera el medianito, algo que hacía que la princesa de brillibrilli se rebelara. Pero aquí no hay tradición ni mandanga hasta que hay un enchufe, que eso sí que es español, no pasear una escort o una camarera con patines por Segovia, que es algo así como pasear una fallera por Rodeo Drive. Además, por ese enchufe, o por todos los otros, lo mismo se nos están quedando sin tensión los trenes y el país entero.

El pisito altísimo de ángel de batamanta, la facturación de esas apariciones o traslados también de ángel, ángel anunciador o ángel de las friegas, los eructitos y las cuatro esquinitas de la cama de Ábalos; todo eso, y hasta los teléfonos para el selfi en la bañera de espuma (ya no hay teléfonos rococós en las bañeras de las estrellas ni en las de las odontólogas con futuro), son una cosa muy respetable. Pero no hay nada como el contrato y la nómina que vienen del enchufe, con ese sello de la administración, hermoso, poderoso, antiguo, intimidante, igual que un escudo ducal o aquellos billetes de 10.000. La administración o el chiringuito público dan igual, que la cosa es el prestigio estatal, el comer de la gran olla como del gran bufé de un embajador, más si el que come es un pillo que se ha colado, que sería como la condecoración nacional de la pillería. A veces no importa ni el sueldo, aunque Jesi se nos queje de que “esos rojos comunistas” le han puesto un sueldo de mileurista. Yo me la imagino satisfecha en el fondo, allí en su piso gratis, con su iPhone 128G gratis y su sueldo que no es un sueldo sino una posición, como el sueldo simbólico de una infanta que no necesita trabajar. La realeza en esta España de la mandanga es, en realidad, el enchufe.

A Jesi la han nombrado marquesa de refuerzo en tareas administrativas de análisis, control y tramitación de Adif, que es un título que no cabe ni en las mesas de las cenas de gala

Jesi enchufada es como Jesi con un título nobiliario, una cosa que, igual antes que ahora, te pueden dar cuando prestas servicios excepcionales al Estado. Justo eso es lo que ha estado haciendo ella, un poco como Bárbara Rey pero al nivel de ministro con babero. El reconocimiento y el agradecimiento por esos servicios que ha prestado ella, con sus alas rebosantes de ángel rebosante y sus ojos de gusyluz consolador, eso es lo que significa este contrato. Estos pejes y pájaras ya saben que pueden cobrar de otras formas más o menos sutiles o escabrosas, y de hecho lo hacen, pero el enchufe, eso es lo que convierte en aristocracia patria a los brutos inútiles y a las princesas de las ferrallas, de los pompones o de las perillas de alcoba. A Jesi la han nombrado marquesa de refuerzo y apoyo al equipo en tareas administrativas de análisis, control y tramitación de documentación administrativa de Adif, que es un título que no cabe ni en las mesas de las cenas de gala. No se trata del sueldo, sino del estatus, y enchufada de ministro es un poco elevar al ángel de edredón o cabecero a arcángel de nubecilla estatal. 

Yo no sé si la Jesi trabajaba verdaderamente en Adif, quizá de lo suyo, poniéndoles ortodoncias a nuestros trenes de grandes morros, o de administrativo, llevando papeles un poco como tartas en la bandeja, con esa cosa de camarera en patines que ya digo que tiene ella. O si trabajaba sólo de marquesita, sentada en la oficina como al piano. O si no trabajaba en absoluto, sólo figuraba, que es lo que me pega a mí por ser, como es, una figura simbólica. Sí, esa figura simbólica de la señorita enchufada por el jefe amante, por el político poderoso, una especie de madonna castiza de nuestras corruptelas, como una Venus primigenia, casi neolítica, de nuestra partitocracia. Y esa figura simbólica preside el escalafón y las estancias no despanzurrando archivadores sino limándose las uñas en el escritorio o, todavía mejor, en su casa, y atendiendo algún recado a través de su IPhone mediano como a través de un teléfono de góndola. A mí, la verdad, me parecen ya muchos trabajos para la Jesi, entre ponerle la servilleta o los calzones a Ábalos, hacer y deshacer angelicalmente las camas, como para pintar luego escenas de acuarela, más lo de los estudios de odontología, que no sé cómo los lleva ella de cara a su futuro profesional, y encima de todo el complicado engranaje de los ferrocarriles españoles, que aún parecen la encomienda de un virreinato. 

Jesi estaba enchufada en Adif, haciendo lo que fuera, revolotear o no estar, escribir a máquina con uñas ballerina o pasear el plumón de ángel que se le salía por las costuras. O quizá sólo pensar en su IPhone y su nómina, mediocres pero simbólicos como ella, desde su palomar de pichona o desde los mesones en los que Ábalos le ofrecía un cochinillo como su alma abierta en canal. Nos faltaba el enchufe, más grande o más pequeño, pero que es como la póliza oficial que te reconoce no ya como espabilado sino como figura mítica de este país, como el bandolero, el tuno o el butanero. Habrá quien vea tráfico de influencias y otros delitos que añadir a la montaña de delitos que van cercando o cubriendo a Ábalos como una montaña de costillitas peladas, y que incluso van tocando a Sánchez porque ya no hay nadie más detrás. A mí lo que me parece es que el país y los trenes van peor que nunca, pero la Jesi, patrona de todas las chonis y de toda la clase política, leyenda de la enchufada encamada, se merecía no una casita ni un ministerio como Irene Montero, sino una glorieta como la Cibeles.