Perdió el Madrid y ganó Trump. Algunos en el gobierno no tuvieron ayer su mejor día.

Las encuestas nos habían dado una visión errónea de la realidad. También en Estados Unidos fallan los sondeos. Se había pronosticado un resultado muy estrecho, casi un empate técnico; incluso se especuló con una victoria por la mínima de Kamala Harris, que, por supuesto, impugnaría el tramposo Trump... La madrugada del pasado día 5 ha despertado a muchos de su ensoñación. Trump va a ganar (aún hay estados contando papeletas) a Harris por amplio margen tanto en votos electorales como en voto popular. Los republicanos controlarán el Senado y muy probablemente la Cámara de Representantes. Si a eso se le suma que ya hay una mayoría republicana en el Tribunal Supremo, el cuadro no puede ser más rotundo: Trump tendrá todo el poder en la primera potencia mundial durante los próximos cuatro años.

La clave ha estado en que la candidata demócrata no ha sabido movilizar a su electorado. De hecho, es probable que tenga 15 millones menos de votos de los que obtuvo Joe Biden hace cuatro años. Mientras que a Trump no le han fallado sus votantes. Los demócratas tendrán que hacer autocrítica y analizar por qué ha sucedido eso, cuál ha sido la razón por la que muchos de los que piensan que Trump supone un retroceso se han quedado e casa y por qué Harris no ha sabido ilusionarles.

Este panorama, imprevisto por lo rotundo, ha dejado en shock al gobierno. Lo transmiten sin pudor: "Estamos noqueados", reconocen. ¡Tal era la fe que habían depositado en una remontada de Harris! ¡Tal la maldad, el machismo y el negacionismo que atribuyen a Trump!

Sin embargo, Moncloa cree que de este triunfo inapelable de Trump también se pueden sacar lecciones positivas. Por ejemplo, poner en valor, dicen, la importancia que adquiere Pedro Sánchez como valladar democrático frente a la ola ultra conservadora que amenaza al mundo como un imparable tsunami.

El argumentario de Moncloa es que la victoria de Trump pone aún más en valor la figura de Sánchez como muro frente a la ola ultra conservadora

Este es el argumentario que, de manera un tanto precipitada, transmiten desde Moncloa a los medios. Y ese, apuntan, será uno de los ejes del próximo Congreso que se celebrará dentro de cuatro semanas en Sevilla: Sánchez y su gobierno progresista como muro frente a la ola reaccionaria. Lo increíble es que piensan de verdad que eso puede movilizar a sus bases y votantes.

No le han venido mal al gobierno estas horas de inmersión norteamericana. Al menos ha bajado un poco la presión sobre su responsabilidad en el desastre de la gestión tras la gota fría de Valencia. Pero elucubrar sobre lo que ha ocurrido en Pensilvania dura lo que dura.

En las grandes catástrofes es donde se pone a prueba la eficacia de los gobiernos, su empatía con los ciudadanos, su capacidad de gestión. En todo ello, ha fracasado Pedro Sánchez. Su forma de afrontar el desastre ha sido, en una primera etapa, partidista, al intentar descargar todo el peso del caos en la Generalitat Valenciana; y, en una segunda etapa, oportunista, al intentar ligar las ayudas públicas a la aprobación de los presupuestos.

Como se ve, no hay nada, ni siquiera la victoria de Trump, de lo que Sánchez no pretenda sacar tajada.

El miedo a la ultraderecha le funcionó a Sánchez en 2023, aunque a un elevado coste. Tuvo que ofrecer la amnistía a Puigdemont a cambio de los siete votos de Junts.

Ahora quiere revestir el Congreso del PSOE, diseñado para ahormar aún más la dirección del partido a su figura, de una misión casi histórica: convertirse en el faro internacional del progresismo frente a los ultras. Internamente no sé si le funcionará. Los partidos están cada vez más alejados de los ciudadanos, así que sus dirigentes, con tal de seguir en el machito, son capaces de convertir a Sánchez en el líder mundial de la democracia. Pero la sociedad va por otro lado. Es ese miedo a poner a prueba su crédito lo que llevará al presidente a hacer todo lo que esté en su mano para alargar su mandato hasta 2027. ¡No sé si resistiremos!.