Cuando a finales del mes de agosto se anunció el adelanto del Congreso del PSOE (que debía celebrarse en otoño de 2025), nada hacía pensar que su celebración se convertiría en un patético funeral.
Los estrategas de Moncloa, Ferraz ya sólo sirve como escenario para concentraciones patrioteras, diseñaron el cónclave con el fin de eliminar la poca resistencia interna que le quedaba al líder indiscutible, casi un paseo militar para afrontar el resto de la legislatura prietas las filas, dejando sólo fuera de la ecuación a García Page, infranqueable en sus dominios castellano manchegos.
Nadie preveía, ni Pedro Sánchez, ni Félix Bolaños, ni Óscar López, ni Santos Cerdán, la concatenación de acontecimientos que han convertido la cita de Sevilla en un evento por el que hay que pasar lo más rápido posible, como si fuera una visita al dentista.
La caída de Juan Lobato, líder de la tercera federación más importante del PSOE; su declaración ante el Supremo, que puede dar lugar a la imputación de la jefa de Gabinete de Óscar López, incluso la del propio Óscar López; la imputación del hermano del presidente; la citación por el juez Peinado de María Cristina Álvarez, a sueldo de Moncloa y asistente personal de Begoña Gómez, y el terremoto de las revelaciones de Víctor de Aldama, configuran un panorama aterrador, poco dado a celebraciones.
Dicen las fuentes socialistas que la cumbre andaluza servirá para "hacer piña en torno al secretario general". Y se lo creen. No se dan cuenta de que ese "hacer piña" al rededor del líder indiscutido e indiscutible es precisamente lo que ha llevado a esta situación, la causa del mal que corroe al Partido Socialista.
Haber llevado al PSOE al gobierno, contra pronóstico, en aquella moción de censura en la que ni él mismo creía, le dio a Sánchez un poder omnímodo, fuera de todo control. Él, que recuperó la Secretaría General apoyado en las bases, ha transformado al PSOE en una organización piramidal en la que sólo triunfan los más leales al secretario general.
Sólo en un modelo de partido personalista y acrítico puede entenderse un personaje como José Luís Ábalos. A cubierto de su cercanía al líder, alimentó una red de corrupción en la que destacan personajes como Koldo García o el ya mencionado Aldama, al que se utilizaba para todo, desde la compra de mascarillas a los contratos de empresas públicas en México, siempre comisión mediante.
El efecto balsámico del Congreso de Sevilla puede quedar frustrado por lo que diga Lobato en el Supremo o por lo que filtre Aldama a los medios
Ha dicho en la cadena Cope esta semana el "nexo corruptor", como le define la UCO, que Sánchez destituyó a Ábalos como ministro de Transportes por un informe del CNI en el que se describen algunas de sus andanzas. El presidente nunca ha explicado las razones de tan sorpresivo cese. Pero, de ser cierta la versión de Aldama, Sánchez habría incurrido en una irresponsabilidad casi delictiva. Porque no sólo no remitió a la Fiscalía los hechos que ahora conocemos, sino que le mantuvo en el Congreso de los Diputados y en 2023 le volvió a incluir en las listas del PSOE. ¿Estaba pagando el presidente con ese perdón el silencio del que fuera, además de ministro, secretario de Organización del PSOE? ¿Estaba protegiéndose a sí mismo?
Es el personalismo, el nepotismo de Sánchez el que ha llevado a la imputación de su hermano David y del presidente de la Diputación de Badajoz. Nadie rechistó cuando se le dio un puesto creado ad hoc para el hermanísimo. Todo se hizo para agradar al jefe, para que el jefe estuviera contento.
Como tampoco nadie puso freno, nadie advirtió del peligro que suponía que la esposa del presidente desarrollara sus actividades desde Moncloa, aprovechando su posición no sólo para conseguir financiación, sino para tener una ayudante que le salía gratis.
Esa forma de hacer política es la que llevó al Fiscal General del Estado a embarcarse en una sucia operación para desacreditar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Lo que hemos sabido en estos últimos días, gracias a que el Supremo ha decidido investigar un posible delito de revelación de secretos, es que en la operación contra Díaz Ayuso no sólo participaron García Ortiz y la fiscal jefe de la provincia de Madrid, sino la jefa de Gabinete del entonces jefe de Gabinete del presidente, el todo terreno Óscar López. De López, por cierto, también dependía hasta su nombramiento como ministro, la asistenta de la mujer del presidente.
Antes de que se supiera el envío de los whatsApp que se cruzaron Juan Lobato y Pilar Sánchez Acera sobre el documento en el que el abogado del novio de Díaz Ayuso propone un pacto al fiscal del caso para eludir la prisión por un presunto delito fiscal, ya se sabía que López era el elegido de Sánchez para decapitar al líder del PSM. Lobato no ha sido defenestrado por una supuesta falta de lealtad hacia una compañera de partido, no. Su pecado ha sido no ser todo lo sanchista que debe ser un dirigente para mantenerse en el puesto.
Pues bien, este presidente, este secretario general, es ante el que su partido se postrará de rodillas este fin de semana. Pero ni siquiera la apertura de los informativos le está garantizada a Sánchez en las próximas 48 horas. Todo dependerá de lo que diga Lobato en el Supremo y de lo que filtre Aldama a algún medio. No hay mayor prueba de fragilidad. El PSOE es ya sólo un proyecto que se sustenta sobre la ambición de un jefe sin escrúpulos.
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