En los años 70 Nueva York era una ciudad decadente, infestada de corrupción y delincuencia. En ese contexto, en 1969, nació uno de los autores vivos más importantes de Estados Unidos que ya tiene dos Pulitzer. Aquella Nueva York es el escenario de una ambiciosa trilogía del escritor cuya segunda entrega, Manifiesto Criminal (Random House), acaba de llegar a las librerías.

“Los años 70 fueron una época de mucho desaliento en la ciudad de Nueva York, triste por el nivel de criminalidad, de delincuencia, porque la ciudad ya estaba en bancarrota. Yo estaba escribiendo durante la pandemia cuando la ciudad también se veía pues atacada por por un virus y trabajando cada día en mi oficina y me sentía un poco como rindiendo tributo a la siguiente época de Nueva York. A mí me encanta Nueva York y eso me motivó”, asegura el escritor.

Ray Carney protagoniza la trilogía. En El ritmo de Harlem Whitehead retrata a este empresario vendedor de muebles y perista que quiere alejarse de los negocios turbios que le rodean en el barrio neoyorquino durante los años 60. Carney le empujó a más historias de las pensaba. “Rápidamente se convirtió en una trilogía y decidí perseguir a un personaje durante varias décadas. Un emprendedor que tiene una familia, su esposa trabaja, tiene un empleo, cambia de empleo, tiene hijos.. y a la vez la ciudad también está cambiando. La ciudad pasa por una bancarrota, se recupera en los 80. Parecía que tenía sentido tomar la vida de esta persona en los años 60, 70, 80, 90, tener toda esta pintura, esta tela, digamos, con diversos episodios de la historia de la ciudad de Nueva York y distintos momentos de su época. Un hombre joven en el primer libro, un hombre de mediana edad en el segundo y en el tercero y, por tanto, se cubre toda una vida”, explica el neoyorquino.

Durante las semanas del confinamiento el escritor trabajó mañana y tarde y dejó prácticamente las dos primeras partes de esa gran pintura de Harlem. “Nueva York para mí es una fuente de inspiración y mirando hacia atrás de los años 70, pues esa época difícil en la ciudad de Nueva York, en aquella época fue el nacimiento de hip hop y de la música disco. Es decir, que al mismo tiempo que la ciudad sufría, pues de ese sufrimiento también salió mucho arte estupendo”, reflexiona.

El tema racial es omnipresente en sus novelas y en esta está vinculado a la efervescencia cultural negra de la época. Uno de los episodios centrales de la obra es el rodaje de una película de blaxploitation o de explotación negra en la tienda del protagonista. 

“Cuando yo era chaval me encantaba ese boom de entre 1970 y 1975. Son películas divertidas, son tontas, con grandes actores y malos también. La mayoría no son arte con mayúsculas”, afirma Whitehead. “Cuando ya era mayor y empecé a trabajar como crítico, mi visión cambió. Son documentos de la época, informan, de la historia, de la vida negra, por tanto, son como grandes documentales de Nueva York en realidad y me trasladan a esa época cuando yo era chaval”, añade.

La ciudad de Nueva York, la historia americana, la raza y el humor forman parte importante de mi trabajo

Sorprenden las referencias a Michael Jackson en la novela, pero el cantante era un referente de la cultura popular negra del momento. “Michael Jackson al principio de los 70 es ese chaval muy dotado que baila, que canta, pero sabemos como gente contemporánea que abusó, que se convirtió en un monstruo corrupto. Buena parte de esta novela tiene que ver con la corrupción y lo que subyace a la superficie. Y en este sentido, Michael Jackson es una buena referencia cultural, porque en superficie es un genio dotado, pero sabemos que detrás es un monstruo. En cuanto a su contribución, era un gran cantante escribió temas muy chulos. También abusó de mucha gente y bueno, yo la verdad es que puedo escuchar su música, pero no lo contrataría como canguro para mis hijos”, bromea. 

En clave de humor

Las novelas anteriores de Colson Whitehead no son precisamente divertidas, como es el caso de sus dos novelas ganadoras del Pulitzer. En El ferrocarril subterráneo muestra el descarnado mundo de la esclavitud de los africanos en EEUU y en Los chicos de la Nickel, viaja a la Florida del comienzos del siglo XX para recordar la historia real de un reformatorio infernal en el que terminaban los niños negros por delitos menores. Sin embargo en este lienzo de tres novelas en el que todavía trabaja, está escribiendo la tercera parte, el humor es parte fundamental para recorrer los peores años de la historia reciente de esta gran urbe.

“Hay temas a los que vuelvo constantemente. La ciudad de Nueva York, la historia americana, la raza y el humor forman parte importante de mi trabajo. Si puedo meter algunos chistes raros, me encantan. Creo que el mundo es muy trágico, pero también muy absurdo. Esa es mi visión del mundo y si examinas mis libros, yo creo que esto se ve”, asegura.