En la copa de Navidad de la Moncloa, ahí al baño maría que hacen el azúcar de estas fechas, la política y el periodismo, como un tocinillo de cielo, Pedro Sánchez, el gran tahúr, se ha quejado de que el PP juega "con las cartas marcadas" gracias a los jueces. Supongo que luego se le caería un lagrimón como una estrella de Navidad cristalizada, hasta hundirse en la copa igual que en un mar bíblico, como la estrella Ajenjo del apocalipsis. Sánchez tiene en la Moncloa el diván de desmayos como otros tienen un diván tántrico o una neverita de playa, siempre a mano para cuando el cuerpo caiga con el peso de la naturaleza. El presidente de la resiliencia, la fortaleza y el bamboleo, capaz de parar a la ultraderecha y hasta a Franco en su caballo de bronce de cañón, se desarma sin embargo con un suspiro, como una margarita de enamorado. Sánchez está solo, apenas tiene a todo el Estado como arma contra el adversario y como parapeto personal. Y el PP, que sigue sin enterarse de nada, que vemos que no se entera de nada; el PP de Feijóo, que todavía no sabe dónde dejó las gafas, resulta que juega con las cartas marcadas. Como para no quejarse por la desventaja.

Bajo el muérdago que une a veces a la política y al periodismo, como entre piquitos de cuco o de compañeros de oficina, Sánchez ha confesado que está preocupado, y habrá que creerlo. Estos eventos son propicios para la confesión, incluso para la confesión devastadora y contraproducente, como para el rollete devastador y contraproducente de la oficina. En estos corrillos, atrapados por periodistas feroces como el lobo del turrón, los políticos se suelen ver obligados a decir lo que menos les conviene. Por ejemplo, en el caso de Sánchez, que está acosado, indefenso y solo, apenas con la Fiscalía, la Abogacía del Estado, los ministerios, los carguitos colocados, el Tribunal Constitucional, la RTVE, el CIS, la Agencia Efe, los presupuestos, la prensa de granero y la cultureta que sigue en La bola de cristal. Cómo no creer a Sánchez, conociéndolo. Y, además, viéndolo vestido de tules y soponcios en su propia casa, entre pianos lánguidos, Mirós podridos, árboles de Navidad transparentes, medio robados también por la ultraderecha, y retratos de Begoña con halo de bondad internacional, entre Grace Kelly, Teresa de Calcuta y azafata de vuelo.

Uno, la verdad, no se cree a un PP capaz de urdir un párrafo, menos una conspiración. Pero, sobre todo, es que siguiendo la regla de Occam, uno intenta no multiplicar entes, espantajos ni confabulaciones, sobre todo si la cosa tiene una explicación bastante sencilla. En el acoso y la conspiración contra Sánchez entrarían ya demasiados jueces, salas, peritos y jurisconsultos, además de mucha ingenuidad y desmemoria sobre nuestra política en general y sobre Sánchez en particular. Mientras, en la explicación sencilla sólo entra uno mismo y lo que han visto sus ojitos. En realidad, podríamos hacer el ejercicio de borrar mentalmente todo ese lawfare que dicen Sánchez o Bolaños, al que uno ya sólo le escucha bocinazos y cuacuás, como a Harpo Marx o a un pato de goma. Borrar a los jueces y su persecución, y nos daríamos cuenta de que aun así Sánchez tendría que haber dimitido. Pero ya ven, está confesándose acosado y contuberniado en sus fiestas de pañuelito, jaquequita y croqueta, como una marquesa tiesa.

El PP, no se engañen, no tiene ni mucha vista ni mucha previsión, pero es que lo que estamos viendo se ve incluso sin gafas

Si les quitáramos a los jueces el mazo que no tienen; si les arrebatáramos el impulso fachosférico de perseguir a Sánchez, jaleados o no por el PP (no sabe uno muy bien si el PP iría reclutando jueces o los jueces, con sus hechuras y vuelos mefistofélicos y tentadores, como un Diablo de Silvia Pinal, se les aparecerían y ofrecerían al PP); incluso así, sin más que lo que ya sabemos, lo que hemos visto y leído y se ha verificado, el escándalo es tal que Sánchez debería haberse ido por simple vergüenza. Si de alguna manera, como en una especie de amnistía mágica e imposible (esas cosas no ocurren en democracia), sacáramos a Begoña, al hermano lírico, al fiscal general, a Ábalos, a Koldo, a Aldama, a los trabajadores de la Moncloa y hasta al propio Juan Lobato fuera de la poderosa y arbitraria potestad de los jueces, que en realidad se llama jurisdicción, aún quedarían los hechos, que en muchos casos ni si quiera el coro de voces blancas y los palmeros palmípedos se han atrevido a desmentir.

A Sánchez no sólo lo acusan los hechos, se acusa también él mismo, que sólo es capaz de decir "bulo" como el crío que dice "caca" y luego echarse a llorar sobre la tarta, que es lo que parecía eso que dijo en la copa de la Moncloa, moco sobre la tarta y las faldas de las titas. Nunca hubiera uno pensado que lo que estamos viendo, que se hila solo y se desenreda solo, incluso sin conocer los precedentes y la personalidad de Sánchez, necesitara ningún complot, menos con este PP que no sabe qué hará mañana o si acaso
es mejor no hacer nada. El único complot lo inició Sánchez tras sus cinco días de resfriadito de pecho, que ya que no tenía mucho con lo que defenderse se levantó queriendo embridar o disciplinar a los jueces y a la prensa y en ello sigue aplicándose.

A Sánchez no lo acosan los jueces ni los bulos, sino los hechos. O sea, que si el PP avisa de un "calvario judicial" no es porque sepa algo que no sabemos los demás, sino simplemente porque ve lo que puede ver cualquiera, a menos que esté ciego, quizá ciego de mirar las estrellas de la Moncloa, que enseguida se te meten en el ojo como cucharillas de plata. El PP, no se engañen, no tiene ni mucha vista ni mucha previsión, pero es que lo que estamos viendo se ve incluso sin gafas. Si a los hechos les añadimos sólo un poquito de Estado de derecho, o sea eso que hace que cuando hay indicios de
delito, como los hay, como puede ver cualquiera que los hay, se investiga, lo que tenemos es esto, que no es acoso, complot ni lawfare sino un día cualquiera en un país medio civilizado. Sánchez se siente solo, acosado e indefenso en su palacio de hielo y caramelo, cuando la realidad es que estamos más cerca de estar todos solos, acosados e indefensos ante él. Él sí que tiene todas las cartas marcadas.