David Bisbal ya era ese elfo con ricitos que duerme en un calcetín, entre la ingenuidad y la pillería, así que cuando apareció en el balcón ribeteado de rojo de la Casa Real de Correos, en la Puerta del Sol, era como si hubiera aparecido en el bolsillo de Papá Noel o de Ayuso. Madrid pasa de la cerveza al caramelo, de las brujas a los duendecillos, de ser esa derecha fiestera que dicen que vive ahí, en la soledad o en la abundancia de su Polo Norte, a una Navidad como de Kansas y a un Bisbal entre Luis Miguel y Mariah Carey. Bisbal le ha cedido a la Comunidad de Madrid su villancico festivalero, Todo es posible en Navidad, para que sea el sonajero de sus luces o para ser él mismo el ángel con zambomba de sus fiestas. Pero cantarlo él mismo, bajo el reloj mítico o astronómico de Sol, como el reloj del museo / estación de Orsay, era ya entrar en las Navidades eternas, como de Martes y 13, que son las Navidades de Madrid. O entrar en la categoría de artista orgánico, como el Papá Noel corporativo de la Coca-Cola, pero en ayuser

Eso de que parezca que la Navidad te la trae un político, con o sin ángel de luz, de rizos o de fama, a mí me parece un poco meternos también en el calcetín de la ingenuidad. De ese calcetín era de donde Bisbal sacaba igual los peces en el río que la bandera, igual la Virgen entre cortina y cortina que a Ayuso vestida de rojo y verde, como una protagonista de telefilm navideño que encuentra el amor verdadero en un carpintero del pueblito de montaña al que ha escapado. Del calcetín, del bolsillo de gnomo o del portoncito de reloj de cuco que parecía el balcón, también sacaba Bisbal gorgoritos sin motivo y felicidad sin motivo, felicidad estacional, que toca como toca el frío y te obliga a ser feliz como a ponerte la bufanda. Yo creo que lo principal para disfrutar de la Navidad, antes que nada, es saber que es mentira. O sea que las canciones son canciones, no profecías, y las luces sólo son chiribitas, no heraldos, y que la Navidad no es un milagro, sino sólo infancia, y entonces, sí, divertirse y saborearla. Bisbal estaba allí para engañarnos con todo eso o para hacernos conscientes de todo eso, que las dos cosas se pueden hacer con el mismo calcetín navideño.

Madrid parece ahora un pueblo de jengibre con imposible corazón de aluminio, y a lo mejor sólo por eso merece la pena que Bisbal o Ayuso nos engañen un poco con la Navidad o con las chuches. Si uno se fija bien, los papanoeles acorchados, los ositos tamborileros y los trenes de madera de la cabañita de Callao parecen un poco derretidos, que la felicidad enseguida se derrite, como los helados en las manos de los niños. Si uno se fija bien, las luces de la calle Preciados parecen un poco pobres y chorreantes, como harapos arrancados a una gogó con lentejuelas o a un Santa Claus mendigo. Si uno se fija bien, las perfumerías y las tiendas de regalos parecen haberle robado a la Navidad todas sus estrellas de cristalería, y por eso fuera el cielo parece más oscuro y la gente parece que tiene más frío. Si uno se fija bien, hasta la misma Puerta del Sol parece que respira a la luz de vela del árbol de Navidad, salvo cuando toca el espectáculo, en el que la Casa de Correos se ilumina más como una barra de bar que como un milagro. O sea que fijarse demasiado en la Navidad hace que no veamos la Navidad. Igual que fijarse demasiado en la política hace que no veamos la política. Toda fantasía necesita engaño o autoengaño, incluso esta fantasía un poco de ama de casa que es tener a Bisbal en el balcón.

En la Puerta del Sol desembocaba la gente como desembarcada de muchos barcos, gente con gorro ruso o frío malagueño, un turisteo de espectáculo de Los Morancos, que no sé si siguen teniendo espectáculo en Madrid, entremezclado con un turisteo de Manhattan equivocado. No todos sabían que iba a salir Bisbal, siquiera a hacer cucú, a cantar su hit cascabelero, un poquito de los peces en el río y un poquito del burrito sabanero. Pero yo creo que Madrid en Navidad tampoco necesita mucho a Bisbal, que la gente termina allí como cayendo por un tobogán acuático (la calle estaba un poco mojada de agua sucia o de cielo acanalado). Madrid, ya digo, es la Navidad eterna de la España eterna, con su Versalles de luces o su Versalles de Televisión Española; con su reloj de vedete, de Mecano o de borracho de relente y burbujas; con su cola de Doña Manolita, que es la cola eterna del español, justo frente a unos jamones de escaparate que son también los jamones eternos del español. La Navidad eterna de Madrid huele a señorita de El Corte Inglés, a churro flotando en el cielo, a velador de mármol de diosa de fuente y a tren expreso lleno de toreros y andaluces. Me cuentan que ahora la gente se va a hacer el tour de las luces navideñas en coche, como si fueran en trineo, provocando unos lentos atascos de caballos más que de automóviles. Yo creo que la mayoría de la gente se encontró a Bisbal cuando sólo esperaba encontrarse el Madrid encerado por sus porteros, sus floristas y sus locutores, que ya les vale.

La verdad es que la Navidad no lo hace todo posible, como cantaba Bisbal entre los cascabeles de su pelo y de su voz, a la luz como de campamento del árbol de Navidad de la Puerta del Sol, ante una gente que llenaba toda la plaza y se subía extraña o mágicamente a las farolas, como en un musical de faroleros con blusón. La verdad es que tampoco la Navidad nos la trae Ayuso como una Mamá Noel con ojos de regaliz y piernitas de bastón de caramelo. Eso sí, fue Ayuso la primera que salió al balcón, como si fuera la Pedroche, y presentó ella misma a Bisbal, igual que una presentadora de Rockopop (ella es una política rockopop, un poco chica de ayer y un poco reina del keroseno). Luego, se unió a unos niños en el balcón contiguo, a bailar como si fuera Teresa Rabal o Rita Irasema, que ya la juventud no sabe ni quiénes son. 

Hasta la Navidad de Madrid, que remite como a trenes de la infancia, no deja de ser felicidad falsa, y la felicidad falsa no es tanto el negocio de los dioses ni de los grandes almacenes como el negocio de los políticos

Hasta la Navidad de Madrid, que remite como a trenes de la infancia, no deja de ser felicidad falsa, y la felicidad falsa no es tanto el negocio de los dioses ni de los grandes almacenes como el negocio de los políticos. De aquel calcetín o bolsillito de delantal que parecía aquel balcón, sacó Bisbal lo mismo una Virgen de villancico entoallada de bandera que una presidenta recibida o celebrada como la estrella de Belén, y esa felicidad de Bisbal con el momento o el lugar podría ser una felicidad ingenua, una felicidad política o seguramente las dos cosas a la vez. Los políticos no nos traen la Navidad en el gorro aunque nos traigan a Bisbal en el bolsillo, como un saltamontes, pero en la Navidad hay que dejar que nos mientan un poco o no hay manera de disfrutarla. Otra cosa es que nos mientan todo el tiempo, como Sánchez, que tiene a muchos más artistas orgánicos y además sólo nos deja Navidades de avaro o de Maduro.

El cantante almeriense David Bisbal (d) ofrece este jueves un concierto gratuito desde el balcón de la Real Casa de Correos, ante la presencia de miles de madrileños y turistas que se han agolpado en la Puerta del Sol.
El cantante almeriense David Bisbal (d) ofrece este jueves un concierto gratuito desde el balcón de la Real Casa de Correos, ante la presencia de miles de madrileños y turistas que se han agolpado en la Puerta del Sol. | EFE/ Kiko Huesca

Se volvió a meter Bisbal en el bolsillo de Ayuso, y Ayuso en su reloj victoriano, y yo pensé que la Navidad pasa rápido, como patinando, y pronto nos quedará un enero de resaca y barrenderos y una España otra vez sin milagro y casi sin calcetín. Me fijé en que allí, en la Puerta del Sol, negando o contradiciendo a Bisbal, había un Papá Noel como enfermo o apocalíptico que parecía un fantasma de Harpo Marx con campanilla o un damnificado de Nochevieja adelantado a su día. A lo mejor los deseos de Navidad nunca se cumplen porque son deseos de niño o de borracho. O de elfo, que es un poco las dos cosas a la vez.