El presidente del Gobierno despidió el año 2024 haciendo un balance triunfalista en lo económico y dando leña a la oposición. Nada fuera del guion.

Pedro Sánchez se apoyó en un crecimiento del PIB que triplica el de la media de la UE y unos datos de empleo que elevan el número de afiliados a la Seguridad Social a 21,3 millones, para concluir que "España está mejor de lo que estaba en 2018".

Eludió que la deuda pública ha batido su récord y que el sector público cada vez tiene mayor peso en la economía, tanto por la vía del consumo como por la vía del empleo. Tampoco dijo una palabra del hecho de que para los jóvenes ahora es prácticamente imposible el acceso a la vivienda, a pesar de que ese era uno de los ejes ya en su primer gobierno.

Pero no vamos a echarle en cara a Sánchez que saque pecho de unos datos que, en líneas generales, no son negativos, aunque contienen el germen de una burbuja que podría estallar en un futuro no muy lejano.

Lo peor de su intervención es que evitó hacer un balance político de su gestión. A no ser que consideremos como balance los ataques constantes a la oposición, a la que acusó de "querer ganar en las tertulias lo que no ganó en las urnas". Repitió por enésima vez una frase que le chifla: "Ellos a los bulos, nosotros al BOE".

Ya en la ronda de preguntas, el presidente reafirmó la confianza se el Fiscal General, del que habló como si fuera un miembro más de su gobierno. El borrado de su teléfono móvil, según ha constatado la UCO, no es para Sánchez más que la prueba de que no hay pruebas... ni las habrá.

Mientras que Sánchez hacía gala de que durante su mandato ha aumentado la "cohesión territorial" (eso era para justificar las cesiones a los independentistas), dibujaba un país en el que sólo la mitad de los ciudadanos sabe reconocer los "datos empíricos", mientras que la otra mitad se alimenta de "bulos y destrucción".

Nunca antes había habido en España un presidente tan sectario. Un sectarismo que no sólo le enfrenta a los votantes de la derecha, sino que le lleva a trazar una línea divisoria también en los tribunales entre los jueces y fiscales que "cumplen escrupulosamente su función" y los que prevarican en connivencia con unos partidos prácticamente golpistas.

En 2025, por primera vez desde 2018, el calendario judicial pude condicionar el calendario político

No ofreció el presidente ninguna esperanza de que ese panorama de extrema polarización vaya a cambiar en el corto plazo. Más bien al contrario. Todos los pasos que ha dado hasta ahora van encaminados a consolidar un PSOE cada vez más fiel al líder carismático y más combativo contra la derecha. El ejemplo más claro lo hemos tenido en Madrid tras la sustitución de Juan Lobato por Oscar López.

Prisionero de sus obsesiones, en un momento de la rueda de prensa, Sánchez acusó a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, de "no haber asumido ninguna responsabilidad política por el caso de su novio". ¡Y lo dice él, que tiene imputada a su esposa por cuatro delitos!

No lo dijo explícitamente, pero insinuó que lo que nos espera en 2025 es más de lo mismo. Echará al fuego toda la leña posible para demonizar a la derecha y gobernará sólo para la parte del país que le vota o que vota a los partidos que le sostienen. Ahora bien, los meses, esperemos que no años, de legislatura que quedan por delante serán un suplicio para el presidente. Su mayoría en el Congreso se ha agrietado como consecuencia de las contradicciones que genera apoyarse al mismo tiempo en partidos de extrema izquierda y de otros que son incluso más de derechas que el PP. El equilibrio inestable está a punto de saltar por los aires y así es imposible gobernar. Por lo pronto, la aprobación de los presupuestos se presenta como un desiderátum. Si a ello le sumamos los casos de corrupción que se están instruyendo en los tribunales, el cóctel resulta explosivo.

Sánchez ha logrado sobrevivir gracias a su política de bloques, a la división del país en buenos y malos. Pero esa táctica ya no da más de sí.

2025 se presenta como el año más incierto desde que Sánchez llegó a Moncloa, que ya es decir. Por primera vez en muchos años, el calendario judicial puede condicionar absolutamente el calendario político. Precisamente como ocurrió en 2018.