El silencio se mantuvo hasta prácticamente el final. Hasta ultimísima hora. Era una de las posibilidades, para desesperación del PSOE de Andalucía, que deseaba como agua de mayo —o como regalo de Reyes— que Ferraz emitiera una señal. Esa señal. La de que María Jesús Montero, vicepresidenta primera del Gobierno, ministra de Hacienda y vicesecretaria general del PSOE, mostrase su disposición a asumir las riendas de la federación, la más numerosa de todo el partido, para intentar sacarla de la postración y volver a hacerla competitiva. Devolverle la cualidad de máquina electoral perfecta que siempre fue, hasta que en 2018, la dolorosa pérdida de la Junta, y en 2023, el hundimiento municipal, hicieron de ella un motor gripado y de difícil arreglo.
Finalmente, sí, será ella. María Jesús Montero Cuadrado (Sevilla, 1966) se presenta este miércoles. Ella será la nueva secretaria general del PSOE andaluz. Ella será la única candidata real al cargo, sin necesidad de urnas —se prevé que el catedrático Luis Ángel Hierro no reúna los avales—, lo más temido por sus compañeros. Ella tendrá que componer una nueva dirección regional en el congreso del 22 y 23 de febrero en Armilla (Granada). Ella tendrá que levantar el ánimo de los suyos en una tierra fundamental para el proyecto socialista en España y compaginar su nuevo cometido con su ramillete de cargos en Madrid. Ella será, en fin, el relevo de Juan Espadas, el líder del PSOE-A de los últimos tres años, el hombre a quien Ferraz señaló para reemplazar a Susana Díaz y al que eligió después como portavoz en el Senado pero que se empezó a dar por amortizado hace meses, por los malos resultados electorales y, sobre todo, por las pésimas perspectivas. Pedro Sánchez había dado la orden a los suyos, y la explicitó el pasado 1 de diciembre, en la clausura del 41º Congreso Federal, en Sevilla, de que de cara al siguiente ciclo electoral había que construir candidaturas “competitivas”, capaces de volver a dar lustre al partido y de arrebatar el poder territorial al PP. En ese esquema, se concluyó, no podía entrar Espadas. El presidente ni siquiera lo respaldó en su discurso de cierre del cónclave. Un mensaje que muchos entendieron como definitivo.
La dirección de Sánchez hizo ver que ya no contaba con Espadas para el futuro, sabía del malestar creciente con él, que ya no era un activo electoral. Y el barón autonómico tenía una poderosa alianza en contra
La dirección federal sabía del malestar creciente con Espadas y, pasado el congreso federal, hizo ver que no pondría obstáculos para que se erigiese una alternativa. Pero insistía en que tenía que partir del sur. Además, siempre valoró la lealtad del jefe regional, su alineamiento con Ferraz, su obediencia al presidente, su capacidad para pugnar con el PP en tiempos muy difíciles. Y mientras, en el propio PSOE-A habían ido confluyendo distintos sectores, movidos por el mismo diagnóstico: había que pensar en un futuro sin Espadas, consensuar el nombre de un sucesor capaz de unir a una federación rota y falta de músculo, lo suficientemente fuerte como para al menos despojar a Juanma Moreno de la mayoría absoluta que consiguió en las elecciones autonómicas de junio de 2022. No había mucho tiempo porque los siguientes comicios regionales, si no se adelantan, llegarán en la primavera de 2026, en año y medio.
La lectura la compartían desde luego los susanistas, que se sentían orillados durante el mandato de Espadas, pero también buena parte de aquellos que lo respaldaron en las primarias de 2021 para desplazar a la expresidenta. El barón autonómico tenía ante sí una poderosa alianza en contra, aunque sin un candidato claro. Él siempre defendió que quería repetir en el cargo, que había que darle tiempo, que en 2011, cuando debutó como candidato a la alcaldía de Sevilla, perdió, pero que su labor de oposición le permitió coger las riendas de la ciudad a los cuatro años, y que su gestión le hizo continuar en el puesto tras las municipales de 2019. E insistió en que no existía ese desasosiego interno, esgrimió que en buena medida era una construcción de los medios. En el congreso federal, donde acabó hundiendo sus expectativas por su alocución de apertura —él presidió el cónclave—, farragosa, desconcertante y extensa, aseguró que se sentía respaldado y que había salido fortalecido porque había aumentado la cuota andaluza en la ejecutiva. Sin embargo, varios dirigentes entraron en la cúpula de Sánchez por su relación directa con Ferraz, no por su promoción.
En este camino, el diputado jiennense Juanfran Serrano emergió como posible mirlo blanco. Gustaba a los críticos pero no es suficientemente conocido y, sobre todo, no conjuraba el riesgo de primarias contra Espadas
Precisamente uno de ellos, Juanfran Serrano, secretario adjunto de Organización —esto es, mano derecha del jefe del aparato federal, Santos Cerdán—, emergió de la cita en Sevilla como el posible mirlo blanco. El hombre que podía relevar a Espadas. 36 años, diputado por Jaén, ahijado político de Paco Reyes, presidente de la Diputación jiennense y barón provincial del partido. Un salto generacional. Gustaba a los críticos con Espadas alineados con Ferraz y a los susanistas. Su hándicap: no era conocido, no tenía apenas trayectoria orgánica e institucional —antes de pisar el Congreso fue alcalde de su localidad natal, Bedmar y Garcíez—, no había hecho callo en el PSOE-A.
Conjurar el riesgo del choque Sevilla-Jaén
Pero Serrano, sobre todo, no era un nombre que garantizase que no habría primarias. Espadas en todo momento advirtió de que estaba dispuesto a batirse en las urnas, a someterse al juicio de los más de 43.000 militantes de la federación. Para muchos cuadros del partido, en cambio, era capital que el PSOE-A no se desangrase en una nueva guerra interna. La prioridad, decían, era recoserlo y pensar ya en el futuro y en cómo destronar a Moreno. Una lucha interna no podía ser la salida. Desde Jaén, la agrupación provincial dirigida por Paco Reyes y que defendía la opción de Serrano, señalaban que este tal vez no daría un paso adelante si antes no se aseguraba que Espadas renunciaba a seguir, y para eso también era necesario que desde Ferraz se le procurase una salida digna. Sevilla, la otra potente agrupación provincial de todo el PSOE-A, la otra con una Diputación en sus manos, en este caso capitaneada por Javier Fernández, respaldaba a Espadas, de modo que si este no se retiraba se podría visualizar un choque Sevilla-Jaén.
El lanzamiento de Alegría en Aragón era la confirmación de la estrategia de Sánchez de enviar a algunos de sus ministros a los territorios, para afianzar el control del partido y para construir liderazgos claves en comunidades gobernadas por el PP. Andalucía es absolutamente medular
El lanzamiento de Pilar Alegría como candidata en Aragón hizo cambiar el enfoque. Mucho. No era una sorpresa, pero sí la confirmación de la estrategia de Sánchez de enviar a algunos de sus ministros como jefes de sus territorios. Con un doble objetivo: afianzar el control del partido por parte de Ferraz, y utilizar el trampolín del Gobierno para construir liderazgos en comunidades claves y gobernadas por el PP. Una estrategia, no obstante, no carente de riesgos, como creen algunos cuadros, por la dificultad de combinar la acción del Ejecutivo con un discurso propio y con presencia en los territorios. Diana Morant, titular de Ciencia, se hizo con el PSPV en marzo, tras la marcha del expresident Ximo Puig. Óscar López, responsable de Transformación Digital desde septiembre, consiguió situarse a la cabeza del conflictivo PSOE madrileño por la vía rápida tras la caída de Juan Lobato. Pilar Alegría, portavoz del Gobierno y ministra de Educación, se hará el 16 de febrero con la federación aragonesa siempre que gane las primarias programadas para ese día a Darío Villagrasa, alcalde de Bujaraloz (Zaragoza) y mano derecha del expresidente Javier Lambán, uno de los barones socialistas siempre críticos con Sánchez, al igual que el castellanomanchego Emiliano García-Page.
La pregunta que prendió en el PSOE-A era una: ¿por qué no entonces Montero? Los notables de la federación volvieron a empujar para que la vicepresidenta se alzase con el control de la federación. Ella era la alternativa verdaderamente indiscutida por todos, la que era vista como la más competitiva frente a Moreno, la que podía polarizar en las autonómicas, dado que su discurso es el de Sánchez. Todos sabían que, si ella daba el paso, Espadas se retiraría. Algunos cuadros defendían que ella por tanto debía ser la secretaria general, pese a su escasa trayectoria orgánica, no solo la candidata en las próximas elecciones autonómicas. En ese esquema, Serrano podía ser su número dos, bien como secretario de Organización, bien como vicesecretario general, para “arreglar el partido” y dedicarse a él en cuerpo y alma.
La presión aumentó hacia Montero. Mucho. Muchísimo. Todos la miraban a ella. Y miraban al presidente. Porque en realidad solo él tenía en sus manos la decisión sobre el futuro del PSOE-A. El 23 de diciembre, en la rueda de prensa de balance del año, Sánchez fue preguntado por la posibilidad de que su vicepresidenta se convirtiera en la jefa de los socialistas andaluces y él se limitó a responder que el futuro de la federación lo determinarían sus militantes. Una larga cambiada políticamente correcta porque él era quien tenía que dilucidar si le convenía sacrificar a Montero para intentar dar la batalla crucial por Andalucía. No solo para buscar arrebatársela al PP, sino porque la comunidad aporta 61 diputados fundamentales en las generales. Recuperar el antiguo feudo socialista era y es el empeño capital de Sánchez, porque la fuerza del PSC es insuficiente para sostener la Moncloa.
La presión aumentó de manera decisiva hacia Montero. Pero la decisión estaba en manos del presidente, porque ella es un eje central de su Gobierno y de la cúpula del PSOE y porque tenía que convencerla para que diera el paso, ya que hasta ahora se había resistido
El papel del presidente, además, era importante por otra razón. Para convencer a Montero. Ella siempre se ha resistido a regresar a Andalucía. En 2018, cuando el líder socialista la llamó a su lado para hacerse cargo del Ministerio de Hacienda, ella era consejera y había acumulado 16 años en puestos de primer nivel en la Junta. Primero con Manuel Chaves, luego con José Antonio Griñán y finalmente con Susana Díaz. Montero consideraba que su viaje autonómico había concluido. Su peso en el Gobierno de Sánchez fue aumentando poco a poco hasta convertirse en la plenipotenciaria número dos en el Ejecutivo y en el PSOE. Ella siempre decía que desempeñaba un papel clave al lado del presidente, pero apostillaba: haría lo que él le dijese, lo que le ordenara el secretario general. Cultura de partido cien por cien. Nadie tenía dudas de que si Sánchez se lo pedía, ella aceptaría el encargo. Por el bien del PSOE, aun siendo consciente de la dificultad de la empresa.
Ferraz guardó silencio. Tan solo emitió una tibia señal el pasado 30 de diciembre, cuando el secretario de Política Institucional y Formación de la cúpula federal, el sevillano Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, incluyó a la vicepresidenta en la “panoplia” de nombres posibles para encabezar el PSOE-A.
Dolorosa retirada
Montero también guardó silencio. Tras el cierre parlamentario de 2024, el pasado 19 de diciembre, desapareció del foco. No abrió la boca. No se le programó ninguna declaración pública. No acudió el 2 de enero —tampoco Serrano— a la votación de la moción de censura en la ciudad de Jaén que permitió a los socialistas reconquistar la alcaldía y romper la hegemonía azul del PP en las capitales andaluzas. Una moción que ella misma rubricó y que negociaron Reyes desde Jaén y Serrano desde Ferraz. Tampoco estuvo allí Espadas, de descanso con su familia, según explicaron en su equipo.
Espadas opta finalmente por dar un paso al lado para que el PSOE-A cuente con un “revulsivo”, con una candidatura “ganadora”. Una renuncia paralela a la de Luis Tudanca en Castilla y León a favor del alcalde de Soria, Carlos Martínez, el favorito de Ferraz
El PSOE-A ardía en inquietud. Pero al tiempo muchos cuadros daban por hecho que ese silencio solo significaba una cosa: que Montero regresaría. Como manifestaba un jefe de un aparato provincial a este diario: nadie respiraba “a la espera de lo evidente”. Finalmente, la señal no llegó antes del día de Reyes. Llegó este 7 de enero, cuando se abrió el plazo para la presentación de candidaturas para la secretaría general del PSOE-A. Primero, Espadas se retiró, aduciendo que quiere que el partido cuente con un “revulsivo”, con una candidatura “ganadora”. Optó por “unir fuerzas”, dio un paso al lado, como por cierto hizo a la misma hora el secretario general de Castilla y León, Luis Tudanca, en su caso para ceder el testigo al alcalde de Soria, Carlos Martínez, el favorito de Ferraz. El camino ya estaba libre para Montero, que este miércoles, 8 de enero, presenta su precandidatura en la agrupación provincial de Sevilla, en la que milita, en la calle de Luis Montoto de la capital andaluza, rodeada de militantes.
Por delante, pese al alivio en el PSOE-A, quedan muchas dudas. No solo sobre el desempeño de la nueva secretaria general y sus expectativas electorales. También sobre cómo podrá casar sus responsabilidades en Sevilla y en Madrid. Cómo seguirá siendo una de las interlocutoras básicas de los socios de investidura —junto al ministro Félix Bolaños y al secretario de Organización federal, Santos Cerdán— y a la vez desplegar un discurso propio y potente en el PSOE-A. Cómo negociará la financiación singular con ERC dentro de la reforma del modelo común y a la vez defender los intereses de Andalucía, que siempre ha proclamado que no quiere ser más que nadie pero tampoco menos que nadie.
Y para Sánchez también hay preguntas, porque aunque Montero continuará en el Ejecutivo previsiblemente hasta el final, hasta que Moreno convoque las elecciones autonómicas, a medio plazo tendrá que buscar un relevo en el estratégico Ministerio de Hacienda, de mayor peso específico que los que ocupan Morant, Alegría o López. La dirigente sevillana es una pieza muy difícil de sustituir en el universo Sánchez. Es la verdadera mujer fuerte de Ejecutivo y partido. Tanto que, cuando el presidente se tomó el pasado abril sus cinco días de reflexión, ella era la candidata natural a sucederlo. Por escalafón y por relevancia, aunque de cara al futuro del PSOE muchos vieran también como posible heredera a Alegría.
La ‘era Montero’ arranca con dudas sobre su desempeño, la compatibilidad de sus cargos y sus funciones y su futuro, ya que, aunque siga en el Ejecutivo, Sánchez tendría que buscarle un relevo en el Consejo de Ministros más adelante
La elección de Montero como jefa del PSOE-A imprime un giro trascendental a la legislatura. En Andalucía y en el conjunto de España. En la comunidad, porque Moreno tendrá que acomodar su mensaje para combatir a quien en el PP ven como una rival más asequible por su pasado en la Junta con los tres últimos expresidentes autonómicos socialistas. Y en todo el país porque una figura de enorme proyección en estos seis años y medio prepara el incierto camino de vuelta a su tierra. Montero se queda, sí, pero como querían los suyos en el PSOE-A, regresa. Baja al sur, con el reto de rehacer una federación deshilachada y ponerla a punto para la pelea contra el PP. Con el mastodóntico desafío de reconvertir Andalucía en ese inagotable granero de votos socialistas que siempre fue.
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Buenas noches. Como va a ser la nueva presidenta de la Junta de Andalucía una persona que ha traicionado y vendido los intereses de los andaluces para dárselo a los independentista catalanes.