En la primavera de 1991, se creó la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO). Era una misión de paz sui géneris, ya que era la primera vez que se implementaba una misión de este tipo para traer la paz a una zona de guerra en la que estaba involucrada una potencia ocupante y un Territorio No Autónomo (cuya potencia administradora –España– se retiró, dejando inconclusa su descolonización y sin que ello le exima de la responsabilidad que –a día de hoy– la vincula al territorio; considerándose el Sahara, actualmente, la última colonia de África en este status).
Aun así, esta misión suscitó, en su día, un enorme interés y generó una gran esperanza e ilusión en poder revertir una situación trágica que, además de entrañar una guerra, había conllevado al exilio de miles de familias en uno de los desiertos más inhóspitos del planeta. La ONU se implicó a fondo en la iniciativa y dotó a la misión de un presupuesto millonario y de todos los recursos –humanos y materiales– necesarios para culminar con eficiencia su tarea (antes de la primavera del año siguiente).
Cuando todo parecía ir sobre ruedas y el éxito casi se podía tocar con la mano, de repente –apenas siete meses después de la fundación de la MINURSO– todo se vino abajo y, lo que parecía un triunfo asegurado, se convirtió en un fracaso categórico. La esperanza y la ilusión mutaron en una profunda decepción. La MINURSO había nacido en primavera y el desierto no conoce la primavera, de modo que solo se trató de uno más de los falaces espejismos a los que están habituados los habitantes del desierto de la Hamada. Un espejismo que, no solo los defraudó, sino que, en el futuro, hará aún más difícil, si cabe, la supervivencia en los campamentos de refugiados y en las zonas ocupadas del Sahara Occidental.
¿Cómo se llegó a esta demencial situación bipolar en la que, todo aquello que se daba por hecho, así como el enorme esfuerzo desplegado, de pronto, se desvanece ante nuestros ojos, como si de una efímera pompa de jabón se tratase? Es una larga historia que, a continuación, intentaremos resumir, para que se visualicen con claridad las circunstancias coyunturales y el escenario real que condujo a la constitución de la MINURSO.
En el ocaso del penúltimo decenio del siglo XX, es decir, a finales de los años ochenta, la guerra que enfrentaba al Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS) con el Ejército de Hasan II, se hallaba en su punto más álgido. Los soldados marroquíes, en su mayoría jóvenes campesinos reclutados en el Marruecos profundo, tenían que vérselas con dos enemigos temibles y poderosos: por una parte, debían enfrentarse con los feroces combatientes del ELPS que (habiendo quemado todas las naves y no teniendo ya nada que perder) preferían morir por la tierra que les vio nacer antes que dar un solo paso atrás; y por otra, con el desierto inhóspito e indomable. Este hábitat, árido, seco y hostil (cuyos encantos, en cierto modo místicos, solo perciben –y nunca olvidarán– los que han nacido o vivido en él); es, sin embargo, insufrible e inclemente con los intrusos que osan adentrarse en sus páramos o en el laberinto de sus dunas. La guerra, que en un principio se preveía corta, había comenzado a finales de 1975 (al rubricarse –el 14 de noviembre– en el Palacio de La Zarzuela el ignominioso acuerdo tripartito de Madrid, que daba luz verde a los ejércitos marroquí y mauritano para invadir –por el norte y el sur respectivamente – el Sahara Occidental) enfrentando a ambos ejércitos con los combatientes del Frente POLISARIO.
Hasan II nunca imaginó –ni en sus peores pesadillas– que su aventura en el Sáhara, terminaría con él atrapado en esta nefasta encrucijada
España abandonaría el Sahara –oficialmente– el 26 de febrero de 1976 y, al día siguiente, 27 de febrero –a las doce de la noche– bajo un cielo estrellado y en un ambiente impregnado por el espíritu de lucha y el eco del fragor de los combates que tenían lugar muy cerca de allí, se proclamó, en la localidad de Bir Lehlu, la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Al inicio de la guerra, el ELPS, además de enfrentarse a los dos ejércitos invasores con los –más que modestos– medios de que disponía, tenía encomendada otra misión de vital importancia: Socorrer y trasladar a la población civil (que era objeto de salvajes bombardeos en su éxodo) a la zona oriental del territorio y posteriormente a la vecina Argelia. Culminada con éxito la tarea de poner a salvo la población civil, instalándola en campamentos (al sur de Tinduf) perfectamente estructurados, de cuya administración y organización se ocuparían –en adelante– exclusivamente las mujeres, los combatientes del ELPS podían centrarse plenamente en el campo de batalla.
Mauritania, que debutó en la guerra recibiendo (el 8 de junio de 1976) una lluvia de proyectiles que impactaron en el mismo palacio presidencial (en el corazón de la capital Nuakchot) incapaz de soportar los letales y continuos ataques del ELPS a la vía férrea (que serpentea a lo largo de 704 Km por el desierto) para transportar el mineral de hierro (principal fuente de ingresos del país) desde los yacimientos de Zuerat al puerto de Nuadibú; capituló en 1979 y su ejército se retiró del Sahara (formalizándose su reconocimiento estatal a la RASD el 27 de febrero de 1984).
Ahora, Hasan II tenía dos frentes abiertos: el frente norte y el frente sur (que Mauritania abandonó). Dos frentes abiertos en el vasto desierto que, de por sí –como hemos descrito arriba– es un tercer frente. l ELPS, a pesar de su inferioridad numérica, había logrado abarcar, no solo ambos frentes –norte y sur– sino que había extendido la guerra al interior del reino de Marruecos, adentrándose en el Valle del Draa y en las laderas australes del Anti-Atlas, atacando emplazamientos (Assa, Agha y Tata) que distan a menos de 200 Km de Agadir (la ciudad –turística– más importante del Marruecos meridional). El ejército marroquí era atacado en su propia casa. Las localidades del sur marroquí: Zak, Lepuirat, Tantan, Lemseyed, Ajfinnir, Abatih, Echbeika, Mhamid Elgazlan, Asa, Agha y Tata, sucumbían a los ataques del ELPS una y otra vez, y las guarniciones en ellas acantonadas eran reducidas en cuestión de horas. El Ejército de Liberación Saharaui supo adaptar, con acierto, las tácticas y la estrategia de la guerra de guerrillas (hasta entonces solo aplicables en parajes con acentuada espesura forestal –selvas y junglas tropicales– donde los guerrilleros se volvían invisibles) a la topografía austera y expuesta del desierto, creando una nueva concepción de la guerra (específica para este entorno) que revolucionaria los manuales de guerra y convertirían al ELPS en imparable.
A lo largo y ancho del frente, las columnas de las FAR eran objeto de mortíferas emboscadas, viéndose obligadas a abandonar a sus muertos y heridos en medio del desierto, para, a continuación, ser sometidas a una persecución implacable hasta sus mismas bases centrales. La infantería marroquí, impotente ante estos ataques, buscaba constantemente el amparo de su otra baza de superioridad bélica: La aviación militar. Pero el ELPS (con una capacidad de resiliencia inusitada, que solo poseen aquellos que tienen una convicción profunda –que va más allá de la vida y la muerte– de la justicia de la causa por la que luchan) supo adaptarse de inmediato al reto que supone enfrentarse a los cazas de combate supersónicos (equipados, incluso, con armamento y munición prohibidos) aviones de reconocimiento y helicópteros de combate; y muy pronto, este extra de superioridad, se convirtió en un lastre que, además de no lograr el resultado esperado, sería imposible de costear. De hecho, casi coincidiendo con el inicio de la guerra (y antes de que España se retirara del territorio) fue derribado –el 21 de enero de 1976 en Ain Bentili– el primer caza F5 marroquí y su piloto (que saltó en paracaídas) fue hecho prisionero. No sería el único.
El ELPS recibiría la primavera del segundo año de la guerra, anotando en su haber el derribo de18 aviones y helicópteros de combate y 2 aviones de carga. En esta fase de la guerra es especialmente reseñable la épica batalla de Lepoirat. En este enclave, situado en el vértice del ángulo recto formado por Guelmim (118 Km al norte) y Zak (66 Km al este), el ELPS sorprendió la madrugada del viernes 24 de agosto de 1979, a la 3ª División Acorazada (la unidad de élite más cualificada y mejor equipada de todo el ejército de Hasan II) que fue totalmente aniquilada, cuantificándose –en síntesis– las pérdidas en más de 1000 bajas entre muertos y heridos, 100 prisioneros (que posteriormente serían mostrados a la prensa internacional), así como la destrucción de ingente cantidad de material bélico (del que destacan 37 carros de combate T-54) y la aprehensión de otro tanto. Lepoirat fue aplastada el mismo día en que la erupción del Vesubio sepultó (el 24 de agosto del año 79) a la antigua Pompeya hace 2000 años. Es la Pompeya marroquí que obligó al ministro de información, en persona, a reconocer ante los medios internacionales, la magnitud del desastre; y a raíz de la cual fueron encausados (por cobardía y/o negligencia) 77 militares de las FAR. En los años siguientes, el ejército marroquí sería incapaz de inclinar a su favor el balance de los partes de guerra y su despliegue en el territorio, se estaba convirtiendo en una misión imposible. Las bajas en las filas de las FAR iban en aumento día tras día, y los prisioneros en poder del Frente POLISARIO ya se cuentan por miles. El ELPS no le da tregua, y antes de sobreponerse a una derrota –en ocasiones en la misma semana– sufre otro ataque aún más contundente, a veces en un punto alejado 400 o 500 Km donde tuvo lugar el último. Hallándose en esta situación, el ejército de Hasan II se vio obligado a renunciar a la libertad de acción (lo cual significa, de facto, en el lenguaje de la guerra, dar ésta por perdida) y opta por una estrategia meramente defensiva, parapetándose detrás de una serie de muros defensivos que, además de suponer un enorme coste (militar y humano) y asfixiar la resentida economía del Reino; no aliviarán la grave situación de declive en que se hallan las FAR y tampoco impedirán que el Ejército de Liberación siga dominando en el campo de batalla.
Hasan II nunca imaginó –ni en sus peores pesadillas– que su aventura en el Sahara, terminaría con él atrapado en esta nefasta encrucijada. La situación es insostenible. El coste de la guerra (un verdadero pozo sin fondo de pérdidas humanas y materiales, que se está tragando más de la cuarta parte del presupuesto anual de la nación) es inasumible; y el descontento social –derivado de la degradación paulatina de la situación interna– ha llegado al límite.
Pero, para Hasan II, la capitulación no es una opción. No solo porque su inmenso ego no se lo permite, sino porque supondría el final de la dinastía alauí; ya que –recordemos– la invasión del Sahara (en aquel lejano otoño de 1975) tenía un doble objetivo: Por un lado, alejar al ejército de los confines del reino (dado que el fantasma de los dos sangrientos golpes de estado consecutivos –de 1971 y 1972– seguía planeando sobre los salones de Palacio); y por otro, desviar la atención del pueblo (inmerso, en aquel entonces, en las graves crisis sociales y políticas de los años de plomo).
Solo quedaba una alternativa: Lograr, cuanto antes, un alto el fuego que no implique un reconocimiento explícito de la derrota y que, como mínimo, le servirá, por ahora, para recuperar el aliento. Después ya se le ocurrirá algo.
Así fue como Hasan II recurrió a la ONU, para arrastrar a los saharauis a la ciénaga diplomática (donde él, como el reptil maligno que es, se desenvuelve mejor que nadie) con el fin de alcanzar un alto el fuego y lograr en las oscuras y traicioneras aguas de aquella, lo que no pudo conseguir en el campo de batalla.
Este es el contexto real en el que tuvo lugar el nacimiento de la MINURSO. Su alumbramiento –para Hasan II– era, simple y llanamente, la ocasión perfecta para urdir un insidioso plan B, destinado a sacarlo a él y a su ejército del callejón sin salida en el que habían encallado.
Así pues, el 27 de junio de 1990, el Consejo de Seguridad aprobó por unanimidad un “Plan de Arreglo”, encaminado a alcanzar dos objetivos principales:
1-Lograr un alto el fuego entre las dos partes en guerra (el Reino de Marruecos y el Frente Popular para la Liberación de Saguia ElHamra y Río de Oro).
2-Llevar a cabo un referéndum mediante el cual el pueblo del Sahara Occidental pueda ejercer su derecho a la libre determinación. Es el referéndum que Kurt Waldheim (Secretario General de la ONU) intentó –en vano– llevar a cabo en 1975 (para la correcta descolonización del territorio –antes de la salida de España de éste– y que no se pudo efectuar en ese año, debido, precisamente, a la invasión del Sahara por parte de Marruecos y Mauritania). Y aquí, hemos de incidir en un detalle, de suma relevancia, que se obvió intencionadamente: Mientras en la consulta que proponía Kurt Waldheim, los saharauis podían optar entre la independencia o la integración “en otro país” (incluida la potencia colonial –España–); en el referéndum contemplado en el “Plan de Arreglo”, debían elegir entre la independencia o la “integración en Marruecos” (lo cual, por razones elocuentes, es un auténtico despropósito. Es como preguntarle a alguien si quiere ser dueño de su propio hogar o si prefiere cederlo al asesino que lo allanó). Marruecos (de buenas a primeras) pasó a ser “parte” en un proceso de referéndum de un Territorio No Autónomo que había ocupado militarmente (a sangre y fuego) y al que –jurídicamente– no le une ningún lazo.
En el acuerdo vinculante del “Plan de Arreglo” (firmado por Marruecos y el Frente POLISARIO y aprobado por el Consejo de Seguridad) se estipula claramente que ¡la lista de votantes del referéndum previsto, debía consistir única y exclusivamente en la actualización del censo de población elaborado por las autoridades españolas en 1974! Esta última frase –enfatizada con signos de admiración– sería, como se verá más adelante, la clave que marcaría la diferencia entre el éxito inmediato o el fracaso rotundo del “Plan de Arreglo”.
Para cumplir los dos objetivos marcados en el “Plan de Arreglo” (supervisar el alto el fuego y llevar a buen término el referéndum) se establece –por la Resolución 690 del Consejo de Seguridad– el 29 de abril de 1991, la MINURSO. Esta Misión, considerada en su momento, como una innovadora y ambiciosa apuesta, contó con un presupuesto inicial de 200 millones de dólares (más otros 34 millones destinados a gastos adicionales), que le permitía disponer del personal –civil y militar– suficiente y la logística necesaria para desempeñar su cometido en condiciones óptimas; y al frente de la misma se designó (en calidad de Representante Especial del Secretario General) al –diplomático suizo– Sr Johannes Manz. El 6 de septiembre de 1991, entra en vigor el alto el fuego. Es el día D, a partir del cual comienza la cuenta atrás y, acorde al calendario fijado, se iniciaría un periodo de transición de 20 semanas. La MINURSO, disponía, como máximo, de 26 semanas para cumplir con su cometido (referéndum, retorno de refugiados) en el Sahara, y dar por concluida su labor en el territorio (antes de la segunda quincena de abril de 1992). Tanto en los campamentos de refugiados saharauis (de Tinduf), como en las zonas ocupadas, el ambiente era de júbilo y celebración; y, por doquier, reinaba una alegría contagiosa que se reflejaba en las caras sonrientes de los niños que (en su inocencia y sin saber a qué viene tanto alboroto) secundaban, igualmente, la emoción y el entusiasmo de sus padres. Las familias, largamente separadas por la guerra, por fin iban a poder abrazar a sus seres queridos. Por fin, iban a ver su bandera cuatricolor ondear en la tierra por la que tanto sacrificaron
Los trabajos de la MINURSO iban a buen ritmo y –antes de finalizar el otoño de 1991– logró completar (en plazo) la tarea asignada para esa etapa: Actualización y revisión del censo español de 1974. Esta versión (revisada y actualizada) detectó 1,498 fallecidos y 484 casos de duplicación de nombres. Por lo tanto, la lista revisada del censo incluyó 72,361 nombres que –acorde a lo pactado en el “Plan de Arreglo”– conformarían el cuerpo electoral en el referéndum (o lo que es lo mismo, la lista definitiva de las personas con derecho a voto en la consulta). El siguiente paso sería –¡por fin!– la concurrencia a las urnas y, a más tardar, en un par de semanas, todo habría acabado.
La independencia del Sahara Occidental era inminente, y esto es algo que Hasan II debía impedir a toda costa, ya que –como hemos referido arriba– el retorno del ejército (que se había alejado intencionadamente del reino), unido a las crisis sociales internas (solapadas por la guerra del Sahara); pondrían en riesgo la estabilidad de la Corona. Para ello, Hasan II urdió un astuto plan B (tan simple como eficaz) que ejecutaría en dos pasos: 1-Imponer (a su conveniencia) en la firma del acuerdo inicial del “Plan de Arreglo” las opciones de respuesta en la ansiada consulta (independencia o “integración en Marruecos”) lo que le confería al régimen alauí la categoría de “parte” en el proceso de referéndum (a sabiendas de que es una potencia ocupante). 2-Reclutar y “untar debidamente” (con la aquiescencia del Consejo de Seguridad) a Pérez de Cuéllar (Secretario General de la ONU) para que, a última hora, introdujera un cambio en el “Plan de Arreglo” (que, no lo olvidemos, firmaron las dos partes en guerra y ratificó el Consejo de Seguridad) que suponga el golpe de gracia que fulminaría a la MINURSO (dando al traste con todo el trabajo realizado) y del que le sería imposible reponerse.
El primer paso del pérfido plan B de Hasan II, se efectuó, sin tropiezos, al principio. Para la ejecución del segundo, Javier Pérez de Cuéllar no defraudó: En diciembre de 1991, cuando la MINURSO ya había elaborado la lista definitiva de votantes y todo estaba listo para acudir a las urnas, alteró sustancialmente el criterio claro y objetivo que se había fijado para la confección de la lista de votantes, es decir, en vez del criterio único, transparente, objetivo y demostrable documentalmente (estar incluido en el censo español de 1974) acordado por las partes (y ratificado por el Consejo de Seguridad); el Secretario General, estableció seis criterios que –además de ser numerosos– son tan ambiguos, confusos , elásticos y carentes de respaldo documental fehaciente, que harían imposible la conformación de un cuerpo electoral fidedigno que solo incluyera los saharauis con derecho a voto.
En otras palabras, Pérez de Cuéllar, para favorecer a Marruecos, se propuso frustrar la celebración del referéndum y la única manera de lograrlo, era alterando el protocolo –acordado– que garantizaba su transparencia; “sacando de la manga” un nuevo protocolo que permitía colar en el cuerpo electoral a cientos de miles de colonos marroquíes, cuyas identidades –obviamente falsas– habría que examinar, ¡una a una!, partiendo de los “nuevos y opacos seis criterios”, lo cual significa embarcarse en una ardua, inútil e interminable tarea de identificación que duraría años y que (si algún día llegara a completarse) volvería a reiniciarse de nuevo para resolver miles de previsibles apelaciones; convirtiendo en inviable el referéndum (que estaba a punto de celebrarse) y, por consiguiente, a la MINURSO en una Misión fracasada y obsoleta, que ya nada tenía que hacer en el Sahara Occidental.
El Sr Johannes Manz, al ver que el mismísimo Secretario General (Pérez de Cuéllar) que lo había designado a él al frente de la MINURSO, ahora, se encargó de sabotearla impúdicamente (cuando estaba a punto de alcanzar la meta que se le marcó) presentó su dimisión, lo cual le honra y le dignifica como diplomático y como persona; situándolo, al igual que Jaime de Piniés Rubio y Kurt Waldheim –en su momento– en el lugar de la Historia reservado a los (poquísimos) hombres cuya integridad moral no admite mácula.
En cuanto a la Delegación saharaui encargada de negociar el “Plan de Arreglo”, en vez de oponerse tajantemente a los nuevos seis criterios improcedentes de Pérez de Cuéllar, cayó de lleno en la trampa y nos arrastró a todos a una especie de Mar de los Sargazos (donde se siente la misma quietud y soledad del desierto) en el que estaríamos perdidos y maniatados por “las algas burocráticas” de la ONU durante 29 años.
Nuestra Delegación estaba en su derecho de rechazar los nuevos criterios, dado que –repito– en el acuerdo inicial se constataba ¡expresamente! que el único criterio válido para confeccionar la lista de votantes, consistía en estar inscrito en el censo de 1974; pero no lo hizo. Probablemente, si la Delegación saharaui hubiera rechazado los criterios espurios de Pérez de Cuéllar, Johannes Manz no habría dimitido, pero, por desgracia, no encontró respaldo por ningún lado; ni siquiera por parte de nosotros, que éramos los primeros afectados por su dimisión y nos jugábamos el destino de nuestro pueblo.
Cuando Hasan II empujó a los saharauis a la ciénaga diplomática, la Delegación saharaui sabía dónde se metía. Sabían que Hasan II era un maestro de la intriga y un experto consumado del ajedrez político, un hábil negociador y un hueso duro de roer. Conscientes de todo esto, no jugaron bien sus cartas. Los saharauis estábamos negociando desde una posición de fuerza, ya que Hasan II prácticamente había perdido la guerra, y era él, el que (desesperado) buscaba una salida. A nuestro juicio, nuestra Delegación no actuó con la firmeza que se esperaba de ella, y cedió en asuntos que (por su trascendencia) debían ser intocables. Entre el abanico de cesiones que hicieron, destacan (por su alcance decisivo y estratégico, así como por su importancia procedimental) las siguientes, cuya aceptación fue un gravísimo error que terminaríamos pagando todos:
1.- Incluir la “integración en Marruecos” como opción de respuesta en el referéndum.
2.- Sustituir el criterio único, claro y demostrable documentalmente (acordado por las partes) por los seis criterios difusos que anularon a la MINURSO como Misión.
Mientras tanto, el Consejo de Seguridad, en vez de tomar cartas en el asunto e imponer orden, dando cumplimiento a la normativa que él mismo había dictado a través de sendos acuerdos vinculantes; mostró una insultante actitud de indiferencia y pasividad, lo que delata, palmariamente, su connivencia en esta infame conspiración. Hasta el más profano podía intuir que el Consejo de Seguridad (para ser merecedor de un mínimo de respeto y credibilidad) solo tenía dos opciones:
1.- Desaprobar los criterios peregrinos del Secretario General (con los que pretendía cambiar “las reglas de juego” a última hora) y dejar que la MINURSO cumpliera con su cometido según lo acordado.
2.- Reconocer el fracaso de la MINURSO y ordenar su inmediato desmantelamiento ya que (como su acrónimo indica) se había concebido para cumplir un objetivo concreto, acorde a un calendario cerrado y dentro de un plazo específico previamente determinado.
Sin embargo, el Consejo de Seguridad no se pronunció explícitamente –como correspondía– ni en un sentido ni en otro, simplemente se desentendió de la MINURSO y se limitó a seguir prorrogando su permanencia en el territorio, con un presupuesto anual que oscila entre los 60 y 70 millones de dólares. Si multiplicamos (la media de) 65 millones de dólares de presupuesto, por los 34 años que lleva la MINURSO en el Sahara, más los 234 millones de presupuesto inicial, veremos que la MINURSO ha engullido, hasta la fecha, la friolera de 2444 millones de dólares. ¿Con qué finalidad se derrochan tantos recursos en una Misión que debió abandonar el territorio en diciembre de 1991, al ser abortado su objetivo a los siete meses de crearse?
La MINURSO vino para quedarse, no para conseguir el objetivo que reza su acrónimo, sino para devenir en un caballo de Troya marroquí
La respuesta salta a la vista: Para distraer a los incautos saharauis y perpetuar el alto el fuego que evitó el desalojo de Hasan II del Sahara, al perder la guerra a finales de los ochenta. Con lo cual, la MINURSO vino para quedarse, no para conseguir el objetivo que reza su acrónimo, sino para devenir en un caballo de Troya marroquí que vela (abiertamente y sin disimulo) por los intereses de la dictadura alauí. Tanto es así, que los funcionarios de la MINURSO destacados en el Aaiún, Smara o Dajla, se han vuelto testigos sordos, mudos y ciegos, ante la tortura, la represión y el asesinato de niños, mujeres, ancianos y jóvenes que acontece, a diario, ante sus propios ojos. Y los potentes vehículos todoterreno blancos (con la insignia de la de la ONU –en letras bien grandes– en los laterales) circulan con matrícula marroquí en suelo saharaui; y recorren el territorio, de norte a sur, solo para contemplar, impasibles, cómo se expolian sus recursos naturales (minerales, pesqueros y agrícolas) y cómo se degrada y se destruye, sin miramientos, todo su ecosistema.
Javier Pérez de Cuéllar finalizó su mandato como Secretario General de la ONU el 31 de diciembre de 1991. Dos semanas antes de dejar el cargo (como hemos citado) se ocupó de dar la “estocada” final que abatió a la MINURSO. En febrero de 1993, fue nombrado vicepresidente de la sociedad francesa Optorg, vinculada al principal “holding” marroquí ONA (Omniuni Nord Africain).
Habría que esperar hasta el 13 de noviembre de 2020, para que los saharauis se dieran cuenta de que la engañosa calma del Mar de los Sargazos (en el que los metió Pérez de Cuéllar) es solo una argucia, para mantener a su intrépida nave varada en medio de las putrefactas “algas burocráticas” de la ONU; y es entonces, cuando deciden reanudar la lucha armada –que nunca debieron pausar– convencidos, de una vez para siempre, de que la tierra en que se nace, es un árbol que se riega con la sangre de los hombres y no con la tinta de un bolígrafo.
Sí, en 1991 perdimos una batalla diplomática que nos sumió en un largo letargo (que duró tres décadas) pero, no solo nos hemos levantado con más fuerza y demostrado al mundo que nuestra capacidad de resistencia sigue intacta y nuestra firme voluntad de liberar el Sahara está más viva que nunca; sino que, en una versión jurídica (atendiendo a la dimensión de la derrota y al lugar) de la batalla de Waterloo, hemos infligido (el 4 de octubre de 2024) al enemigo una revés histórico que tardará años en olvidar: Ese día el Tribunal de Justicia de la Unión Europea declaró ¡nulos! los acuerdos Unión Europea-Marruecos en materia de pesca y productos agrícolas, dando fin al pillaje y al expolio indiscriminado de los recursos naturales del Sahara Occidental con los que Marruecos “cohechaba” a la Comisión Europea, en un vano intento de hacer que ésta incurra en la ilegalidad que cometieron Sánchez y Macrón al dar por legal lo que no lo es.
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hace 2 horas
Extenso y completo artículo que debe llevar a quien lo lea a un sentimiento de profunda rabia e indignación, al poner sobre la mesa algunos de los mayores engaños y afrentas sufridos por el pueblo saharaui en su ejemplar lucha por elegir libremente su destino.
Al leerlo, uno no puede más que aumentar su profunda admiración y su apoyo a un pueblo de aproximadamente un cuarto de millón de personas que resiste de forma increíble ante el intento de exterminio por parte de Marruecos y sus aliados, con el silencio cómplice y cobarde de la inmensa mayoría de la mal llamada comunidad internacional.
¡Por un Sáhara libre!