Recuerdo el congreso del PP andaluz en el que coronaron a Juanma Moreno, aunque entonces era todavía Moreno Bonilla. Moreno ha conseguido quitarse el nombre de árbitro de carrusel deportivo, aunque no haya podido quitarse la tonsura de juventud o levedad política que aún le acompaña. Aquel día de 2014, en medio de sonrisas y azules fríos, como de estanque de tiburones (el cambio, la renovación, dejaba muertos y carne de pescadería en los frigoríficos del PP andaluz), Cospedal hablaba de futuro como una pitonisa mala de la TDT. Después de Javier Arenas, que lo había sido todo, y de la apurada provisionalidad de Juan Ignacio Zoido, el futuro era un joven con pinta de dependiente de camisería. La pinta era lo de menos, claro. Alguien habló de que ya lo importante no era el “quién”, sino el “cómo”. Pero el nuevo líder del PP andaluz no dejó aquel día ningún cómo, sólo un vídeo igual que los que ponen en las bodas, una biografía de tomavistas entre su mili en el PP y su noviazgo de atardeceres con Andalucía, un vídeo lleno de lenguaje turístico, como si el PP anunciara un crucero, no una nueva época.
Juanma Moreno, nacido en Barcelona de padres emigrantes andaluces, devuelto a Málaga con meses, criado en el partido, con unos estudios apenas cursillistas (una titulación en Protocolo y Relaciones Institucionales), comenzó como concejal de Celia Villalobos, que es como empezar el cuento con una madrastra. Su entrenamiento en esa marina de la ortodoxia de la familia pepera andaluza lo completaría con Javier Arenas, en Madrid. Fue presidente de NNGG, diputado, y hasta llegó a Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, unos cargos como demasiado precipitados, como esos estudios y escalafones que empiezan a acumular los príncipes no para aprender nada, sino para que parezca que no han llegado al reinado saltando desde la cuna.
Juanma Moreno llegó con las patillas demasiado largas, o sea, no entendiendo el problema de prejuicios y desventajas históricas contra el que tenía que luchar antes que nada
Éste era, pues, el perfil del cambio, un delfín de partido, que quizá significaba que no iba a haber mucho cambio. Pero sí hacía falta cambio. El PP, aun habiendo ganado una vez al PSOE (lo hizo Arenas, su fracaso más grandioso), no era capaz de gobernar en una Andalucía colonizada sentimental y casi agrícolamente por el PSOE, o el PSOE más sus lateralidades izquierdistas (IU) o regionalistas (Partido Andalucista). Una entente que compartía, extendía y explotaba el espantajo de la derechona de cortijo y zahón, albardonera, rancia, de corbata gorda, que pisoteaba a los jornaleros y a los betuneros. Eso, que era como una franquicia de Alfonso Guerra, pero que el PP andaluz no terminaba de poder contrarrestar, quizá porque el fachilla andaluz, de medalla y frente aceitosas, seguía estando ahí.
Juanma Moreno llegó con las patillas demasiado largas (patillas rocieras que luego se recortó), o sea, no entendiendo el problema de prejuicios y desventajas históricas contra el que tenía que luchar antes que nada, antes siquiera de hacer política. No explicó nunca un nuevo proyecto de partido, una nueva estética de partido quizá, más allá de la épica contra el PSOE. Luego se dio cuenta, en la labor de oposición, de que los números, la realidad, el paro, la pobreza, la desindustrialización, la corrupción, nada de eso que él sacaba como una lotería diaria, como un ditero antiguo, servía para nada ante una política andaluza que ya era mitología antes, pero que Susana Díaz había sublimado hasta convertirla en un viaje autobusero a la Fátima de sus faldones.
Sigue sin entender muy bien qué debe cambiar en el PP andaluz. Quizá ya no le dé tiempo a cambiar nada
Moreno ha intentado hacer algo así como un empecinado luteranismo en la tierra de María Susanísima. Y ahí sigue, sorprendido de que la lógica no sirva ante los copones de oro muy besado, los carros tirados por palomas, los santos castañeros de los pobres y las divinas palabras en lenguas muertas. Moreno sigue sin saber muy bien qué debe cambiar en el PP andaluz, que no deja de aparecerse como derecha eterna y que cae en sus propias trampas, como Coyote con el Correcaminos. Aunque quizá ya no le dé tiempo a cambiar nada.
Moreno ha quedado en el lado perdedor del PP, el de Arenas, el de Soraya. Casado no ha buscado otro candidato en Andalucía por razones prácticas y de decoro, pero, salvo que consiga gobernar, a Juanma, a Moreno Bonilla, a esa como leve sobrinez de Arenas suya, no le quedará mucho. Todos lo miran como una prueba de fuerza de Casado contra el auge de Ciudadanos. A la vez, la única esperanza de que el PSOE no alcance los 44 años de gobierno consecutivos está en que el PP sume con Ciudadanos, partido que en Andalucía también es singular, no tiene nada que ver con su pujanza nacional, es como comparar la naranja de la Fanta con la del Tang. Yo sigo diciendo que en Andalucía es difícil ensayar nada que luego pase en España. De momento, la singularidad es que en Andalucía están con una derecha eterna eternizada por el PSOE, o con un PSOE eterno eternizado por la derecha. Y a ver quién se mete en medio de esta circularidad como hindú de eternidades satisfechas.
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