La rima Conde-helicóptero-Morante-Miura no hay por donde cogerla, y menos por este orden. Pero suceder, sucedió. Fue este sábado 18 de enero en el día grande de las fiestas de San Sebastián de La Puebla del Río (Sevilla), patrocinadas hasta el último detalle por José Antonio Morante, el Genio de la tierra, con la colaboración meticulosa de su apoderado, Pedro Jorge Marqués, médico dentista como se presenta en X.
El pañuelo y el encierro tienen aires sanfermineros, el cafelito con el anís y la cuña de chocolate y crema de Las Melonas matinal lo tienen de fiesta de pueblo a mucha honra, que las calles se abarrotan de ambiente sano y jolgorio apenas Espartaco toma la palabra, antes de lanzar el cohete, para proclamar el amor que profesa a La Puebla porque de allí venían muchos de los que le acompañaron a ser figura del toreo. Fue acabar la oración el párroco, y el otrora mandamás del escalafón se arrancó del tirón con su verbo sencillo y entendible: "¡Que bote Espartaco!" al instante.
La orografía de La Puebla explica el maravilloso suceso que se repite en su fiesta mayor. El pueblo, en lo alto, con su música, aperitivos, pasteles; trescientos metros abajo, la finca de Morante -que es un fuerte- donde recibe a sus invitados como si fuera una oasis vedado. Nadie cotillea, nadie agobia: el pueblo arriba, divirtiéndose; la Huerta de San Antonio, que es la casa del patrocinador y alma, abajo, en la ribera del Guadalquivir, aparentemente manso, pero cuando justo nos hemos enterado que en un almacén del término municipal se guardaban hasta hace unos pocos días tres toneladas de cocaína y cuatro AK-47 (la operación Colina King, un alijo que las autoridades han catalogado lógicamente como "histórico").
Pero dejemos las narcolanchas y las armas de guerra y volvamos a la paz del día grande de San Sebastián, rabiosamente luminoso, con el propio Morante venga a servir cafés de bienvenida en la cocina, al lado de la cava de habanos, mientras los afortunados se pasean por el despacho de Joselito El Gallo o fotografían las dos orejas y el rabo de la cumbre morantista en La Maestranza.
Esos 300 metros aprox. que hemos reseñado se ven de otra manera cuando hay que tomarlos de abajo arriba, de la casa de Morante al Ayuntamiento o a la acicalada plaza portátil, más de uno renqueante en las cuestas apretando inconscientemente la libido de dejarse caer y ver directamente la novillada por Canal Sur antes que completar esa escalada tan inocente en los primeros tramos al salir del fuerte.
Juanma Moreno calibró la llegada acabado el encierro, encabezó la procesión junto al Genio y la alcaldesa y, ya de vuelta a casa, -cuesta abajo en este caso, recuerden-, recibió la dádiva de un vestido de torear reciente de Morante, directo para San Telmo.
Y de pronto, retumba el cielo. Era verdad lo que parecía un cuento. Un helicóptero se aproximaba a La Puebla del Río, con lo que a más de uno se le chafó el recurso de La Vaquilla. Situación inédita, sin precedente en fechas tan señaladas. El aparato -¿se dice así, no?- sobrevoló la población y enfiló desde el sur el campo de fútbol El Morante, topónimo exacto de Google Maps. Efectivamente, una vez posado en mitad del rectangular, con todas las medidas de seguridad dispuestas -Espere su turno-, del helicóptero se bajó tan campante y torero Javier Conde, repartiendo saludos y alegría, contando como quien viene de la compra que acababan de llegar de la finca de Miura, embelesados con la huella Lamborghini. Cumbre el imitadísimo torero malagueño.
Impecable el pica pica, con un esmero como sólo esta sociedad sevillana puede tenerlo, y cuesta arriba otra vez a la novillada, y ahí ya algún cuerpo empresarial sí que dijo basta y tuvo que apoyarse renqueante en un coche porque se antojaba imposible el ascenso. Epopéyico.
La banda del maestro Tejera tocaba primorosamente, como los clarines y timbales maestrantes, y la niña de Morante -con sus 39 grados de fiebre aminorados por el cariño y el paracetamol de la madre- que aparece en el caballo de alguacililla. Desde ese momento, el padre queda inquebrantablemente pendiente de sus movimientos, hasta ahí el paseíllo, espera aquí para dar las orejas al torero, con una sobrexposición extraña en la discreción de Morante y que sólo el cuidado de una hija te puede provocar.
Hasta la devolución de un novillo inválido se hizo con acierto en un festejo -extraordinario el de Garcigrande, muy bueno también el de Macandro- que nada tuvo de menor. Porque La Puebla del Río, por San Sebastián, es una fiesta mayor. Y hoy la de Murteira en el Macondo morantista, quién lo diría.
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