Amaia entra en la habitación de su casa natal en Pamplona. Las fotografías, los cuadernos, las sábanas impolutas y tersas sobre la cama... Todo le recuerda que ha sido traicionada: hace tiempo que ha dejado de ser la niña que vivía ahí. Ha caído en el engaño de la vida. Acurrucada en el sofá, se pone a escribir. No le interesan ni la memoria ni la nostalgia que flotan a su alrededor. No busca recrearse en el paso del tiempo. A sus 26 años, Amaia es otra persona. Eso es lo que pretende explorar.

Más tarde, en el estudio, empieza a gestar lo que ha terminado por ser su tercer álbum de estudio: Si abro los ojos no es real, desde hoy disponible en plataformas. Un viaje sólo de ida al interior de su mente y de sus sueños más profundos. Amaia explota esa voz que le hizo ganar Operación Triunfo en 2017, en una sinergia de sonidos oníricos que, cual nana, te susurran al oído.

Dice que su objetivo nunca ha sido ser la artista más mainstream de España. Que a ella no le interesan ni los números ni llegar bernabéus. Pero cuenta con 1,4 millones de oyentes mensuales en Spotify y es la cabecilla de la nostalgia femenina del pop español. Su último disco se ha hecho de rogar. Pero ya está aquí. Amaia nunca se ha ido.

De madres a hijas

El disco supone la madurez como artista de la pamplonica que, entre el barullo del sector de la música, pide momentos de pausa y de reflexión. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? En su último trabajo, Amaia habla del existencialismo, la muerte y la sociedad de consumo, pero también deja espacio para exponer las tensas relaciones madre e hija, con dos canciones que, en realidad, funcionan como una misma.

En M.A.P.S., la parte de Amaia que todavía es adolescente y rebelde se dirige a su madre y le pide que no la atosigue respecto a cómo vive su vida de famosa. "No busques 'Amaia' en internet, es peor. Ese porro no me lo fumé, créetelo", empieza la canción que, en su videoclip, muestra dos versiones iguales, pero diferentes, de la cantante: una es malvada mientras que la otra peca de buenecita. Un juego de poderes entre ángeles y demonios que termina con la victoria del infierno: "Date cuenta, mamá, que no vas a cambiarme. Sabes que ya tengo una edad, no lo hago tan mal".

Pero toda moneda tiene dos caras, y toda historia varía según quién la está contando. Auxiliar es la canción que sigue a M.A.P.S. y, aunque la siga cantando Amaia, es el turno de su madre para explicarse. Para rogarle a su hija, mezclando sonidos de bachata y arrullos de nana, que la entienda a ella. "Si busco tu nombre me da miedo lo que pueda ver. Mírate qué guapa, ya estás hecha toda una mujer. Cada día te pareces más a mí. Cuando lloras, ahora llamas a alguien más. Ya no sientes ese apoyo de mamá".

Para Amaia, su familia es un pilar muy importante y, a pesar de que en la canción admita que apenas les escribe y les llama, la cantante ha asegurado que se pone "muy nostálgica" al pensar en ellos, y que prefiere tenerlos cerca. Así, su hermano hace las veces de mánager y su novio, Daniel Dalfó (Daniel 2000), de director creativo del proyecto. La parte más romántica del disco se la dedica a él.

Un romance de televisión

Amaia hizo "historia de la televisión" cuando, días antes de Navidad, presentó su single Tengo un pensamiento en La Revuelta. Lo hizo, claro está, al más puro estilo Amaia: con una alienígena puesta en escena que nació en el Teatro Príncipe donde se graba el programa para terminar en plena Gran Vía madrileña, cambiando el noble corcel por un mastodóntico camión al que, subida, Amaia le gritó al mundo entero que está enamorada.

A la gran balada romántica le sigue Magia en Benidorm, que enfrenta el ritmo lo-fi y tranquilo de la canción con la letra de la misma, que describe su tórrido romance con Dalfó: "Contra la puerta nos besamos muy deprisa. Te tiro al suelo y después me tiro encima. Y de nuevo, frente al espejo nos besamos muy deprisa. Te beso el cuello y ahora tú te echas encima". Un amor carnal, casi animal, que dista mucho de las relaciones anteriores de la cantante.

Lo único seguro en el mundo

Una vez terminado este frenesí romántico-maternal-distópico-onírico, Amaia finaliza hablando de la muerte. El cierre del disco se convierte en el final de una vida, con tres canciones (Despedida, Fantasma y Ya está) que danzan con aquellos que nos esperan al otro lado. Despedida apenas son dos versos que, a modo de antesala, introducen el tema a explorar. "Es el momento, mira tu vida. Qué bien lo has hecho y qué bien vivida", dice Amaia en la canción.

El fin es una hiena carroñera y a la artista, que en ocasiones ha admitido que piensa de manera inconsciente que todo va a durar para siempre, le da miedo enfrentarse a ello. El año pasado falleció su abuela y, en la también cortísima Fantasma, Amaia le da, de nuevo, voz a una matriarca de su familia. "Ahora que soy un fantasma y te puedo observar te enviaré alguna señal, cambiaré las cosas de lugar". La casa está encantada, pero la navarra quiere que así sea. Que el amor de aquellos que no están se manifieste. De un modo u otro.

Y, así, Ya está. El disco se termina con Amaia admitiendo que, pese a no creer en Dios, se niega a imaginar su "cuerpo en descomposición". "Tal vez me pueda reencarnar. Podría ser un animal. Un pez espada, una paloma. No pensaría estas cosas. Me moriría y ya está", termina la canción. Una suave arpa envuelve la letra en su misticismo. Es momento de despertar. Si abres los ojos, no es real.