Hubo un viernes por la mañana de enero, frío, pero luminoso, de aquellos en los que engaña el sol con una primavera que muestra, pero no concede, en el que un turista de Cincinnati llegó a Madrid, se trasladó hacia su hotel, se duchó y encendió el televisor, dispuesto a informarse sobre lo que sucedía en este país. Pudo pulsar ‘el 4’ o ‘el 3’, pero optó por ‘el 1’ para intentar seguir un orden lógico. “Empecemos por el principio”, se dijo, afectado por cierto TOC, mientras observaba la aparición de una presentadora rubia en la pantalla.
Marcaba el reloj las nueve y media, pero a esa hora ya había una reportera movilizada en Barcelona, mezclada entre algunas decenas de personas que habían acudido a una concentración. Los asistentes querían frenar el desahucio de un señor, llamado Josep, de profesión profesor, que tras 23 años en la misma vivienda iba a ser desahuciado. Un fondo de inversión había comprado el edificio y quería dedicarlo al negocio de los alojamientos turísticos. Así su renta iba a subir de setecientos mensuales a tropecientos mil. Reciba este señor la solidaridad de quien escribe estas líneas.
El programa del canal 1 continuó. Se escuchó: “Tenemos un problema con la vivienda”. La frase la pronunció un líder sindical que respondía al nombre de Unai Sordo, con quien la presentadora conversó durante unos minutos sobre esta cuestión. El señor era el portavoz de una organización que se llamaba Comisiones Obreras, la cual iba a participar ese domingo en una movilización en defensa de determinados derechos sociales que estaban amenazados “por una nueva mayoría parlamentaria de derechas”.
“Pues vaya cabrones estos derechistas”, pensó el turista de Cincinnati, quien, ya con un café en la mano y un cruasán a la espera, escribió en Google la expresión “alquileres en España” para encontrar más información al respecto. Ahí, en la sección de últimas noticias, apareció un señor, apellidado Núñez Feijóo, que el día anterior había anunciado una propuesta para poder desalojar a los okupas en 24 horas.
La cosa está muy mal
Quería dormir el visitante, pero no lo consiguió, así que decidió continuar con el visionado del programa, con cierto sopor, pero con el intríngulis de ver cómo terminaba ese desalojo. Comprobó entonces que los contertulios -sobre todo, dos mujeres- eran especialmente críticos con la situación. Denunciaban que los jóvenes no se pueden permitir emanciparse, que en España se hacen 2,6 millones de horas extraordinarias semanales que no se retribuyen; y que existen personas que trabajan con dedicación espartana, pero su nivel de vida es pésimo.
“Menos mal que, al menos, el periodismo aquí es combativo”, pensó, mientras celebraba que este país no sufriera a manipuladores como Tucker Carlson, pero sí contara con voces independientes y críticas como las de aquellas periodistas televisivas, que mostraban a su audiencia que “un bloque mayoritario de derechas” quería atentar contra los derechos adquiridos de los españoles. Tal era su labor de auditoría y crítica a esa argamasa gubernamental conservadora que la presentadora y sus contertulios abundaron en sus sinrazones y contradicciones durante toda la primera parte del programa. Después, se centraron en el desahucio, que al final no se hizo.
Quiso este señor de Cincinnati comentar su grata sorpresa a un amigo de Ohio -omitiremos el origen, para no dar pistas sobre su identidad- y buscó información sobre aquella televisión que apareció tras pulsar el botón 1 del mando a distancia del hotel. Encontró que ese canal pertenecía a RTVE y que esa periodista cobraba 268.500 euros por cada una de las temporadas que permanecía al frente de su programa. “Con ese sueldo, en Nueva York o en San Francisco lo pasaría mal”, consideró. “Hay que ser muy valiente para confrontar al poder de esa forma… por tan poco dinero”, reflexionó después.
Su mayor sorpresa surgió cuando comprobó que aquella televisión era pública. Diríase que aquel hombre de Cincinnati soltó un “oh my god!” al viento, con una última sílaba pronunciada de forma larga, a una octava más alta que la anterior, con técnica entre gallo y gorgorito. ""Hay que ser valiente para jugarse el tipo de esa forma". Para confrontar al pagador y a la mano que te da de comer. Al bloque mayoritario de derechas", aseveró, antes de repetir su alusión a Dios en inglés.
Mientras celebraba el arrojo de esa presentadora y desfilaban por la pantalla imágenes de la concentración contra el desalojo en Barcelona, recibió la respuesta de su amigo de Ohio, noctámbulo irredento y siempre al quite: “Pues sí, hay que ser valiente para criticar de esa forma al Gobierno en al televisión pública española. Dicen algunas páginas de internet que Pedro Sánchez no tolera muy bien las críticas de los periodistas. Las considera desinformación”.
Se preguntó entonces nuestro amigo de Cincinnati, viajero en Madrid: “Un momento, ¿quién es Pedro Sánchez?". Después, descubrió que es el presidente del Ejecutivo. Dedujo entonces que no debe mandar mucho, dado que la periodista más valiente de la televisión pública no lo criticaba, pero sí a la oposición.
"Es un poco raro que todos los problemas en este país sean consecuencia de quien no gobierna, pero si lo dicen en la tele, tendrán razón", concluyó; y en ningún momento pensó que tanto a él como al resto de los espectadores les pudieran estar tomando el pelo. Sería demasiado escandaloso y nuestro amigo de Cincinnati es, ante todo, una persona de mirada limpia. Tienen fama los de Ohio de buena gente. A la vista está.
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