Donald Trump piensa que exportar es bueno e importar es malo, y que para mejorar la economía de Estados Unidos debe limitar las importaciones que su país recibe a través de aranceles. Vamos a ahondar en si realmente es cierto, y qué dice la historia al respecto. 

El presidente de Estados Unidos impuso aranceles del 10% a todos los productos procedentes de China el martes, mientras que México y Canadá consiguieron que les diese un mes para negociar antes de que entren en vigor los aranceles del 25% que ya aprobó el pasado fin de semana para los dos países. La UE y otros socios comerciales de EEUU también están amenazados con lo mismo.

Trump quiere aliviar el enorme déficit comercial que EEUU tiene con sus vecinos y otras potencias mundiales, porque considera que los países de los que Estados Unidos importa más productos y servicios de los que les exporta son enemigos. ¿Por qué? “Estamos pagando cientos de miles de millones de dólares para SUBVENCIONAR a Canadá. No hay razón para ello. No necesitamos nada que ellos tengan…”, ha dicho el líder estadounidense esta semana. Ese “subvencionar” parece hacer referencia al déficit comercial de 60.000 millones de dólares que EEUU mantiene con Canadá, lo que sugiere que EEUU sí que necesita a su vecino del norte… especialmente por la energía, que es la principal responsable de ese déficit.

"Estamos pagando cientos de miles de millones de dólares para SUBVENCIONAR a Canadá. No hay razón para ello"

Dependiendo de cuándo se le pregunte Trump justifica los aranceles hablando de ahorro público y de favorecer la industria nacional, o de la inmigración y el fentanilo. Lo primero es un intento de llevar a la práctica su lema de campaña, Make America Great Again, que tiene que ver con la idea de que Estados Unidos debe fabricar sus propios coches (y no comprar, ni siquiera las piezas, fuera), sus propios ordenadores, extraer su propio petróleo. En un contexto de crecientes tensiones geopolíticas, Trump cree que EEUU debe ser autosuficiente energética y materialmente, y en su imaginario limitar las importaciones es la mejor manera de conseguirlo.

Esta semana, no obstante, son otros dos los motivos que más peso han tomado a la hora de explicar la imposición de aranceles: el fentanilo y la inmigración. Cuando aprobó las órdenes ejecutivas para imponer aranceles a las importaciones de Canadá, México y China, Trump no habló de déficit comercial sino de que los tres países que no están haciendo lo que les ha pedido, y en este caso entiende que la emergencia de opioides y migratoria en Estados Unidos es tal que debe usar todas las armas en su poder para lograr detener la situación.

Si eso incluye tomar medidas que desatarían una guerra comercial a nivel mundial y que sin duda aumentarían los precios, está dispuesto a seguir adelante.

“¿Habrá algo de sufrimiento? Sí, posiblemente, aunque quizás no. Pero vamos a hacer a América Grande de Nuevo, y merecerá la pena el precio que haya que pagar por ello”, ha escrito el presidente esta semana en su red social, Truth Social. Porque para él, sin estas amenazas Canadá y México jamás habrían reforzado la frontera. Sin embargo, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, ha convencido a Trump de que los aranceles no entren en vigor poniendo sobre la mesa un plan para reforzar su frontera que aprobó en diciembre… antes de que Trump firmase los famosos aranceles.

México, por su lado, le ha dicho que pondrá a 10.000 efectivos fijos en la frontera, aunque ya había prometido a Biden poner a 15.000. Es decir, ninguna de las medidas que esta semana Trump ha vendido como éxitos de sus amenazas son nuevas, ni han llegado gracias a la firma de la orden ejecutiva de los aranceles. 

Volviendo al argumento inicial detrás de la medida, Trump mantiene que levantar un muro arancelario conseguirá que las empresas lleven sus inversiones y empleos de vuelta a Estados Unidos, porque será más barato hacerlo dentro que fuera del país. El presidente busca impulsar al país cuando su economía está creciendo con fuerza y tiene pleno empleo (el paro está por debajo del 4%).

Las medidas de Nixon

Ese mismo razonamiento es muy similar al que siguió el expresidente Richard Nixon en 1971, cuando intentando sacar a Estados Unidos del estado en el que se encontraba después de la guerra de Vietnam ordenó terminar con el patrón oro, abandonó los acuerdos de Bretton Woods y decidió imponer aranceles del 10% a todas las importaciones que llegasen al país. El resultado fue que el petróleo se disparó, la inflación hizo lo mismo, subieron los tipos de interés y se desencadenó la recesión de 81-82.

“Lo cierto es que las medidas de Nixon tuvieron exactamente el efecto opuesto al buscado y muchas consecuencias inesperadas que difícilmente podrían haberse anticipado. Siempre se dice que si a un economista se le da la opción de estudiar solo una teoría económica, econometría o historia económica, la mejor decisión sería historia. Podemos anticipar muchos de los efectos de las políticas del presidente Trump basadas en el Estados Unidos, primero en base a la teoría económica y a la experiencia de las medidas que se tomaron en la primera Administración Trump”, dice el economista Dan Ciuriak, de Ciuriak Consulting, en el paper Las consecuencias de la política del Comercio de Estados Unidos Primero: lo que podemos aprender de la medidas de Nixon de 1971.

El expresidente de EEUU Richard Nixon, en una imagen de archivo
El expresidente de EEUU Richard Nixon, en una imagen de archivo de 1968.

Los problemas de Nixon tenían que ver con déficit, el paro, con la inflación y con la “especulación internacional” del dólar, pero sus medidas, incluyendo la congelación de salarios y precios, llevaron al efecto contrario. El petróleo se encareció, convirtiéndose literalmente en oro negro, y desde entonces se dice que sus decisiones fueron un éxito político pero un enorme fracaso económico. Menos de cuatro meses después el presidente tuvo que retirar los aranceles aprobados, y la economía estadounidense afrontó durante años fuerte inflación y bajo crecimiento económico -lo que se conoce como estanflación, un fenómeno en el que se temía que España cayese hace dos años-. Solo se recuperó la normalidad con las subidas de tipos de la Reserva Federal ya en los años 80. Tampoco los aranceles modificaron apenas la balanza comercial de EEUU, como se pretendía.

Nixon fue el primer presidente que sobrecargó las importaciones de forma generalizada desde la conocida como ley Smooth-Hawley -nombrada así por los senadores que la impulsaron- de 1930, pero hay otros ejemplos similares en la historia de Estados Unidos. “Desde 1971, las propuestas de subir los aranceles resucitan siempre que hay polémica por los tipos de cambio o por el déficit comercial”, explica Douglas A. Irwin en un estudio sobre el conocido como Nixon shock y esa subida de los aranceles, y publicado en el National Bureau of Economic Research. Así sucedió a principios de los 80, pero la propuesta se rechazó, pese a la presión de los congresistas proteccionistas.

Pero no hay que irse tan atrás para encontrar otro momento en el que el presidente de EEUU que quisiese desencadenar una guerra comercial con los aranceles: durante su primer mandato, el mismo Trump puso aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio, y la Unión Europea respondió imponiendo también aranceles a productos por valor de 6.000 millones de dólares. Aunque ambos amenazaron con escalar la situación, finalmente tumbaron los aranceles. Por eso, existe la percepción generalizada de que la estrategia actual de Trump es utilizar sus amenazas para conseguir sus propósitos, en lugar de buscar equilibrar la balanza comercial con los aranceles, como proclama.

“Yo amo a China, amo a todo el mundo, pero no pueden aprovecharse así de nosotros”, dijo Trump recientemente en unas declaraciones muy parecidas a las de Nixon en 1971. “Es una decisión temporal, y no está dirigida a ningún país. Cuando termine el tratamiento injusto, la tasa a las importaciones también terminará”, proclamó el expresidente.