Después de borrarlo todo, al fiscal general del Estado sólo le queda borrarse él. Álvaro García Ortiz no se puede decir que sea de los que borra una cosa sin querer con el dedo porrón, ni siquiera suponiéndole unos dedos gordezuelos y episcopales, estrangulados de anillos y dignidades como pequeñas momias, esos dedos acaracolados que desarrollan los altos cargos igual que las ballenas desarrollan percebes. Me refiero a que parece que ha borrado lo borrable y hasta lo ya borrado, los mensajes y las aplicaciones, las copias en el teléfono y en la nube, las cuentas de usuario y el correo, ha borrado o ha frito todos sus teléfonos y no sé si ha borrado sus huellas y hasta sus lunares con ácido o con cuchillas. “Hasta en dos ocasiones” dice la UCO que borró sus mensajes el día que el Supremo abrió causa contra él, y uno se lo imagina borrando lo borrado, lo ya imborrable, como el asesino inseguro que mata varias veces al muerto. Nada de esto lo puede explicar ningún despiste ni protocolo, menos los que ni existen. Esto sólo lo explica el miedo. Aunque quizá ha sido excesivo y sangriento, pudiendo borrar la historia como hace Sánchez, o sea confiando en la estupidez del personal.
Uno nunca imaginó que un fiscal general del Estado tuviera tanta actividad ni tanto peligro en el móvil, ni tanta actividad ni tanto peligro en nada, en realidad. Uno más bien lo veía en su silla de fraile, cargando con sus collares y con la representatividad del Ministerio Fiscal un poco como la Dama de Elche carga con la representatividad de la cultura íbera. O sea que García Ortiz apenas era un jefe de piedra que, vale, propone nombramientos, da discursos sobre obviedades y asiste a cenas o eventos (eventos que devienen siempre como en mariscadas de sus propios joyones como mejillones), pero no anda pendiente de los casos ni baja con capa a esos juzgados de formica y percherito a sudar la ley, la culpa y la corbata como si fuera un abogado americano, un pillo picapleitos a lo Saul Goodman. Cuando se inventaron lo del protocolo de borrado, la verdad, uno, en su inocencia, pensó que tampoco tenía por qué estar el móvil del fiscal general tan lleno de datos y expedientes sensibles; que los datos y los expedientes sensibles deberían estar en otra parte y no rozarse demasiado, o no rozarse nada, por los dedos hechos percebes de los jefazos administrativos o políticos. Pero esto es el sanchismo, claro.
Lo que ocurre aquí es que la Fiscalía depende de quien depende, como nos dijo Sánchez no por un lapsus sino porque ya empezaba a despuntar su chorrafuerismo como el bulbo de un nardo
Lo que ocurre aquí es que la Fiscalía depende de quien depende, como nos dijo Sánchez no por un lapsus sino porque ya empezaba a despuntar su chorrafuerismo como el bulbo de un nardo. Así que el fiscal general del Estado es otro soldado y, por tanto, su móvil también es un arma que se lleva en el bolso, como la plancha de la madre de una folclórica (las madres de las folclóricas parece que llevan bolsos de fiscal del Oeste o de cirujano del Oeste, negros, bocones, herrumbrosos, salvadores y justicieros). A partir de esta consideración, o sea de que el fiscal general no está para representar la legalidad y la persecución del delito, o sus santas jerarquías, sino para obedecer y favorecer a quien le ha nombrado, a quien le ha puesto ese collar como a Julia Roberts; a partir de este desvelamiento o desvirgamiento sobre el sanchismo, todo se entiende mucho mejor. No hace falta recurrir a la conspiración ante lo que parece más bien una obviedad. Es algo así como la navaja de Occam del sanchismo, una navaja con la que el sanchismo se la pela, la verdad, como con toda la lógica y toda la realidad.
Yo no sé si García Ortiz habrá terminado con un Nokia o con un zapatófono, pero está claro que la tecnología no ayuda a la discreta, delicada e intensísima tarea de ser fiscal general de Sánchez. Ni al sanchismo, claro. Por el móvil están deshilando también el caso Begoña, el caso Ábalos o el caso Sánchez sin más. Y recuerden lo de Pegasus (seguimos sin saber quién consiguió los datos de Sánchez y sus ministros, ni cómo puede eso afectarnos a nosotros y al Estado, pero de todas las teorías locas, la más loca es la que dice que eso no tiene importancia). Si el fiscal general, que es un señor museístico en un cargo casi simbólico, tenía su móvil, que yo imagino acharolado como un bonete, lleno de información sensible o comprometedora, tanto que tenía que borrarlo, formatearlo, machacarlo o quemarlo sucesivas veces para estar tranquilo, imaginen el móvil de Sánchez, que debe de ser algo así como la nave nodriza. A lo mejor el sanchismo, si quiere no dejar huellas y estar tranquilo, va a tener que volver no ya al teléfono de cordoncillo o góndola sino al papiro o al zumo de limón. Pero no es culpa de la tecnología, por supuesto, sino de que Sánchez quiera controlarlo todo como desde la consola de mando de aquel malo del inspector Gadget, con guantelete, anillo, gato y risa, todos de mazmorra y a la vez todos infantiles.
Al fiscal general, después de borrar sus móviles y hasta las calcomanías del colegio, sólo le queda borrarse él. Sólo un tribunal en un juicio puede declararlo culpable (exactamente como al novio aguililla de Ayuso, por cierto, o como a cualquiera), pero verlo declarar como imputado, haciendo cascabelear sus colgantes y toda la dignidad del Estado como un collar de cocos, con la Fiscalía silenciada conveniente y jerárquicamente por orden suya, es una perversión que una democracia no puede soportar. Eso, aparte de lo que va saliendo al tirar del hilo del teléfono sin hilo o con hilo, o tirando del hilo ya sin teléfono, o tirando sin más de sentido común, como tirar del hilo infantil de aquellos teléfonos de yogur. Al fiscal general sólo le queda borrarse, pero no lo hará. Nadie en el sanchismo se borrará, así lleguen juicios o caigan incluso sentencias. Aún creen que la estupidez del personal les seguirá permitiendo borrar la historia, que es mucho más significativo que borrar móviles. Esto, ya lo sabemos, sólo va a terminar cuando caiga la nave nodriza.
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2 Comentarios
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hace 55 minutos
me quedo con esta frase:
«pudiendo borrar la historia como hace Sánchez, o sea confiando en la estupidez del personal»
no hay que irse muy lejos para una demostración empírica de la misma, jajajajajajajajaj
hace 6 horas
Luis Miguel Fuentes, porque no escribes del casoplón que tiene la mujer del narco edificada en sitio prohibido, le dicen que la tiene que derribar y no hace ni caso, ni el narco ni su presunta delincuente, pon algo de eso, no tienes co..es.