En el horizonte hay una montaña habitada por gigantes, dicen. Y una compañía de teatro quiere representar una obra de teatro, sin saber lo que se van a encontrar. Ninguno lo sabemos.

Acabaremos descubriendo que se trata de personajes de sueños, de muñecos, de espejos donde se deforman los personajes y los cuerpos. Y tendrán que asumir sus diferentes identidades, sus desacuerdos, inocentes y cegados por la ficción y la realidad, dispersos, juzgados por los focos y las linternas, condenados en algún caso, enredados en las palabras y apretando los dientes, intentando salir indemnes de algo que desconocen.

Los gigantes de la montaña, de Luigi Pirandello, es una obra de 1937 que podría ser de hoy en día o de dentro de 50 años. El director César Barló nos quiere implicar con el elenco de nueve intérpretes, y seremos parte de la troupe, los acompañaremos, sentiremos sus dudas y sus enfrentamientos, sus emociones y sentimientos. 

Antes de llegar a la casa de la montaña tendremos que subir por los dos primeros actos, con el candor y la sorpresa de un niño al que le calzan botas de siete leguas. Y, mientras tanto, la imaginación no para, y nos da por pensar que esto es un retablo de las maravillas, donde vemos figuras que nos enaltecen y a las que queremos dar crédito, pero no estamos seguros de que existan. También nos remitimos a otra obra del Nobel Pirandello, Seis personajes en busca de autor, ¿esos personajes son mero producto del autor o ya les ha dado forma, cuerpo, personalidad?

En determinados momentos mis referencias me llevan a trasladar la acción y la compañía a El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, cómicos que no acaban de encontrar su escenario idóneo, ni su público, ni su época. O puede que en El tambor de hojalata, de Günter Grass, y un desquiciado protagonista nos lleve a creer que no crecerán nunca. Quizás, un Tablado de marionetas, el maestro Valle-Inclán en los inicios del esperpento. Luigi Pirandello puede ser todo eso y otras cosas, una irrupción de conflictos humanos dentro de la fantasía, de la magia, del descontrol de las acciones, activando y fortaleciendo las relaciones humanas. 

El desarrollo del montaje comienza en el vestíbulo. Aquí no hay sitios asignados, cada uno ocupará el lugar que cree le corresponde y, como un carrusel de tiovivo, los personajes darán vueltas sorteándose entre ellos, reventando de pasión, condicionados por las palabras del mago y las reacciones de la condesa. Todos estamos pendientes de Los gigantes de la montaña, hasta que accedamos a convertirnos en parte de ellos, ser un conjunto, liberar la mente y perder el equilibrio ante lo que son los sueños, los personajes. Ser uno de ellos o la última transformación de los actores también en nosotros, traspasando a un buen cobijo la lluvia que cae fuera, el olivo que crecerá en medio de la escena, las alambradas que cortaremos y el recuerdo de nuestra infancia que permanece en el niño que todos seguimos llevando dentro. 


Los gigantes de la montaña, de Luigi Pirandello, hasta el 23 de febrero en el Teatro Fernán Gómez