Una vez más, la propaganda soviética volvía a martillear la moral de las tropas españolas: "Sois jóvenes, no queréis morir como perros en tierra ajena, queréis vivir, queréis regresar a España, y podéis regresar a España", decía el panfleto que había sido arrojado sobre sus posiciones.
Aquella guerra psicológica no suponía ninguna novedad. Casi desde su llegada al frente, hacía ya casi dos años, la División Azul, como otras tantas divisiones extranjeras que combatían junto al ejército alemán, habían sido objetivo de la propaganda del régimen stalinista. Canciones, folletos o discursos difundidos a través de la megafonía -algunos por parte de compañeros prisioneros o desertores- trataban de desmoralizar a unos hombres que combatían a miles de kilómetros de sus casas, golpeados por el continuo hostigamiento del enemigo, el tedio de la guerra de posiciones y las duras condiciones climáticas de los alrededores de Leningrado (la actual San Petersburgo).
Pero si en un primer momento, aquellos mensajes habían sido rechazados entre gritos de "¡muerte a Rusia! ¡Muerte a la República española" y cánticos como el Cara al Sol a estas alturas su impacto empezaba a ser más significativo. Al fin y al cabo, pocas de sus expectativas en el momento de partir hacia el frente se habían cumplido.
Aquel viaje apresurado para llegar a tiempo de compartir con la Wehrmarcht los honores de la entrada en Moscú, que no debía dilatarse mucho más allá de finales del verano de 1941, había derivado en una prolongada estancia en tierras rusas, en medio de una batalla cuyo final se antojaba aún lejano y donde cada vez eran más los que dudaban de que les fuera a resultar favorable. "Asqueado de Rusia y...¿por qué no decirlo? Harto de la División Azul, no es lo que yo me figuraba", escribiría el teniente Guillermo Hernanz.
El ataque de Hitler a la URSS daba a Franco la posibilidad de apoyarle en la lucha contra el comunismo
El ambiente de entonces en poco se parecía al que había rodeado el nacimiento de aquella división durante los primeros días del verano de 1941. La Alemania de Adolf Hitler acababa de lanzar la Operación Barbarroja contra la Unión Soviética, despertando los ánimos de venganza de los adalides del régimen y de parte del pueblo español.
"¡Rusia es culpable!", exclamó desde el balcón de la sede de la Secretaría General del Movimiento, situado en la madrileña calle de Alcalá, el cuñado del Generalísimo, Ramón Serrano Suñer, el martes 24 de junio. Una masa enardecida de jóvenes próximos a Falange y sus ramas estudiantiles se habían concentrado frente al edificio, aplaudiendo el movimiento del régimen nazi y reclamando al Gobierno de España que no deje pasar la ocasión para castigar ahora en terreno ruso las culpas del comunismo en la Guerra Civil española.
"La noticia de la iniciativa alemana viene a encendernos la sangre y a alistarnos moralmente en las filas de la ofensiva. Es demasiado reciente nuestra experiencia para que esta no sea para nosotros la batalla preferida: la de la defensa y la de la venganza", apuntaría el diario Arriba.
Ya entonces Serrano Suñer, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, había impulsado el envío de una unidad que compartiera con la Alemania de Hitler el esfuerzo de hacer caer a "la bestia apocalíptica", representada por el comunismo. El plan, que recibiría pronto el visto bueno del jefe del Estado, Francisco Franco, consistiría en la recluta de voluntarios en la que cualquier intervención del Ejército habría de ser disimulada -aunque a la postre, acabaría aportando todos los mandos y gran parte de las tropas- para evitar la censura del Gobierno británico.
Franco daba continuidad así al complejo juego de equilibrios mantenido durante toda la guerra. El régimen se sentía en deuda con la Alemania nazi, por el apoyo que ésta le había prestado durante la Guerra Civil española, pero deseaba evitar un enfrentamiento con las potencias aliadas, encabezadas, entonces, por Gran Bretaña.
La guerra en Rusia le permitía dar apoyo a los planes de Hitler, presentándolo como una batalla contra el comunismo independiente de la guerra entre Alemania y los aliados y en el que únicamente participaría una unidad de voluntarios. El gobierno británico, que deseaba no abrir nuevos conflictos diplomáticos en aquella delicada situación, transigiría inicialmente con aquel argumento.
Pero en ese momento parecía que el régimen soviético iba a desmoronarse rápidamente ante el avance arrollador de la maquinaria bélica alemana. Dos años después la situación era muy diferente.
La División Azul fue configurada precipitadamente para llegar a tiempo de la previsible caída de Moscú
Cuando se iniciaba el verano de 1943, el cúmulo de noticias contrario a los intereses alemanes resultaba ya incuestionable. En Rusia, la derrota en Stalingrado había supuesto un punto de no retorno que había dado paso al avance de las tropas soviéticas sobre una Wehrmacht cada vez más diezmada. El desembarco británico-estadounidense y la capitulación de Erwin Rommel en el norte de África supuso otro mazazo para los intereses nazis y, ya en julio, la detención de Benito Mussolini abriría en Italia un nuevo frente de dificultades.
En esas circunstancias, los embajadores de Gran Bretaña y Estados Unidos -ya implicada de lleno en el conflicto- vieron llegado el momento propicio para reclamar a Franco el cese de sus apoyos a Hitler y, con ello, la retirada de la División Azul del frente ruso. Para el dictador español, que temía un ataque aliado al territorio español en Marruecos, Canarias o, incluso, en la península ibérica, aquellas tropas desplegadas a miles de kilómetros de distancia se habían convertido en un estorbo significativo.
Un entusiasmo consumido
A los miembros de la División Azul aquellos conflictos diplomáticos les estaban velados. Pero si a esas alturas era fácil adivinar que el curso de la guerra no estaba siendo el deseado, tampoco hacía falta mucha agudeza para detectar que en España el entusiasmo por aquella empresa se había ido enfriando considerablemente.
Los últimos batallones de relevo resultaban cada vez más exiguos, incapaces de compensar el constante goteo de bajas -si en enero de 1943 la unidad estaba compuesta por 15.534 hombres, en junio eran 13.802 los que se mantenían sobre el terreno- y en ellos el elemento voluntario resultaba cada vez más escaso, teniendo que esforzarse el Ejército en completar las listas de divisionarios que pasaban al frente.
Cada vez era más difícil encontrar voluntarios que suplieran las bajas de la división
Aquellos hombres que habían partido desde España, entre continuas muestras de entusiasmo y agradecimiento de la población y el régimen, con la ilusión de aplastar el comunismo y entrar triunfantes en Moscú en apenas unas semanas, se encontraban dos años después frenados ante Leningrado, sumados a un cerco que apenas había dado resultados en todo ese tiempo y sometidos a un intenso hostigamiento que se había cobrado un elevadísimo número de bajas: más de la mitad de los 45.000 combatientes españoles en Rusia pagaron con su vida, su salud o su libertad aquella experiencia, según cálculos citados por el profesor Xavier Moreno Juliá en La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941-1945 (Crítica, 2004).
Aquellos jóvenes, en su mayoría inflamados por la retórica anticomunista del régimen y las informaciones que apuntaban a que la campaña en Rusia sería otro paseo militar para el invencible ejército alemán, no tardaron en descubrir que la empresa en la que se habían embarcado iba a ser mucho más dura de lo pensado. "Descubrieron que aquella guerra era mucho más dura de lo que creían. Los atormentaban la lejanía, la inmensidad de la estepa, las difíciles comunicaciones, el frío, las grandes masas rusas lanzadas al ataque y la devastadora artillería enemiga", escribe el historiador Gabriel Cardona, en la revista Clío.
Aún así y pese a que la División Azul no pasaba de ser una minúscula gota en el inmenso frente de Rusia, la unidad española tuvo tiempo para protagonizar algunas gestas (rescate del lago Ilmen, batalla de Krasny Bor), que le valieron cierto reconocimiento por parte de unos mandos alemanes que, en un primer momento, la habían despreciado por su carácter desorganizado, descuidado e irresponsable, que había generado múltiples roces allí por donde habían pasado.
En cualquier caso, hacia finales del verano de 1943, y aunque ni siquiera sus mandos, encabezados por el general Emilio Esteban-Infantes, estaban informados, la División Azul estaba escribiendo sus últimas páginas.
Ya a mediados de junio, el embajador británico, Samuel Hoare, había entregado al ministro español de Asuntos Exteriores, Francisco Gómez-Jordana (había sustituido a Serrano Suñer tras la crisis de Begoña, en agosto de 1942), un memorándum de quejas en el que, entre otras cuestiones, advertía de que "la División Azul permanece en Rusia, y todo hace pensar, a menos que sea tomada una rápida decisión, que será la última fuerza no alemana combatiendo por Alemania. En realidad los hechos se desarrollan muy velozmente y España corre el riesgo de ser sobrepasada por ellos".
En las siguientes semanas, tanto Hoare como su homólogo estadounidense, Carlton Hayes, intensificaron sus presiones sobre el gobierno franquista, llegando a reunirse con el propio Generalísimo, al que advirtieron de la "difícil" situación en que le situaba la persistencia de la División Azul.
La vuelta a casa
Franco y Jordana tenían claro que había que poner fin a aquella iniciativa y la única cuestión a dirimir era cómo hacerlo sin enemistarse con una Alemania que, en su delicada situación, no podía permitirse ceder ni un solo hombre.
Sería el embajador español en Alemania, Ginés Vidal, el encargado de transmitir a la Administración nazi el deseo del Ejecutivo de retirar sus hombres del frente: primero, pidiendo un descanso temporal, que no se le había concedido a la División Azul desde su entrada en acción y, más tarde, con la petición definitiva de retirada, aduciendo las dificultades para reclutar voluntarios que suplieran las bajas de la unidad.
Lógicamente, aquella decisión causó malestar entre las autoridades alemanas, que la calificaron de "extremadamente lamentable", en boca de su embajador en España Hans-Heinrich Dieckhoff. Sin embargo, fue poca la oposición que pondrían a la marcha de la División Azul, a la que incluso agasajarían antes de su retirada por los servicios prestados. A esas alturas, el Gobierno alemán prefería no enemistarse con uno de los pocos países que no le resultaba abiertamente hostil. Además, como señal de buena voluntad, España dejaría un pequeño grupo de hombres, la Legión Azul (se compondría de unos 2.200 combatientes) para proseguir la lucha contra los soviéticos.
Para salvar la imagen ante Hitler, España mantuvo una pequeña legión tras la retirada de la División Azul
El 6 de octubre Esteban-Infantes recibe la orden de retirarse con sus hombres a retaguardia. Aún tardaría varias semanas en conocer que lo que se preparaba era el retorno de la División Azul a casa. Sería a mediados de mes cuando esta unidad quedaría oficialmente disuelta y en las semanas siguientes los distintos batallones embarcarían en trenes para regresar a sus casas.
Algo antes, el 1 de octubre, Franco, en un discurso pronunciado en el Palacio de Oriente, ante el cuerpo diplomático internacional, habla de la neutralidad de España en la guerra. Aunque la presenta como una continuidad de la postura mantenida desde el inicio de la contienda, lo cierto es que se trataba de una clara rectificación desde la posición de no-beligerancia adoptada unos años antes y que era interpretada como un apoyo enmascarado a las potencias del eje. Era por lo tanto, "el reconocimiento de un error en el terreno diplomático que pasará una dolorosa factura al régimen y a los españoles", según observa José Luis Rodríguez Jiménez en De héroes e indeseables. La División Azul (Espasa Calpe, 2007).
Franco había jugado una mala carta en aquella guerra y ahora tocaba ocultarla. La División Azul, no obstante, se erigía como el más claro símbolo de aquel error, por lo que convenía sepultarla en el olvido lo antes posible.
Con Alemania al borde de la derrota, la División Azul se convertiría en un serio problema diplomático
Entre noviembre y diciembre de 1943, hace ahora 75 años, los últimos miembros de aquella unidad fueron haciendo su entrada en España. La alegría del retorno a casa, el reencuentro con familiares y amigos no podían ocultar, no obstante, que aquellas recepciones tenían poco del boato con el que la División Azul había sido despedida dos años antes ni la prensa mostraba el mismo entusiasmo que ante el retorno de las expediciones previas.
Esto resultó especialmente evidente para Esteban-Infantes, quien entró en Madrid el 18 de diciembre. "Su vuelta a España no se hará con el mismo apasionado rito que se desplegó para Agustín Muñoz Grandes [su antecesor al frente de la División Azul], un año antes. No habrá desfiles, ni multitudes en la Estación del Norte, ni paseos en coche descubierto por las calles de Madrid. Solo un ministro, Arrese, y su antecesor en el cargo. Unos pocos oficiales y falangistas más", escribe Jorge M. Reverte en La División Azul. Rusia, 1941-1944 (RBA, 2011).
A partir de entonces, reconocimientos y homenajes oficiales se reducirían a la mínima expresión y con la menor publicidad posible.
Para bien o para mal, la División Azul ya era historia.
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